Las mujeres en la Antigüedad
01/04/2023
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Foto: Decano de Ciencias Sociales

Con este texto terminamos nuestras aportaciones dedicadas a las mujeres en la historia, que han aparecido en este mes de Marzo.

Digamos, a grandes rasgos, que la Antigüedad puede abarcar, de acuerdo a los criterios empleados, entre el cuarto milenio a.C. y el siglo V d.C., o entre los siglos V a.C. y V d.C. En vista de este panorama tan amplio en el tiempo y el espacio, resulta muy complicado hablar sobre la mujer en la Antigüedad, particularmente porque podemos caer en afirmaciones inexactas, anacronismos, generalidades vagas, malentendidos y omisiones. Además, cada cultura tenía sus propias características que hacen poco menos que imposible hablar de un cuadro uniforme y homogéneo en ese amplio panorama que es la Antigüedad. No es lo mismo Grecia que Roma, ni Egipto que Asiria, ni Cartago que Judea. Y, dentro de cada uno de esos dilatados universos particulares, hay enormes diferencias entre la mujer en Atenas, por ejemplo, y la mujer en Esparta. Y, yéndonos todavía más a las culturas locales, no es lo mismo una mujer pobre en Atenas que una mujer rica en la misma ciudad.

Curiosamente, si bien en muchas religiones de la Antigüedad las diosas juegan un papel importante, esa importancia y peso no correspondían en ningún caso al peso e importancia de las mujeres en la sociedad. Es decir, las atribuciones, facultades y libertades de las diosas no se reflejan forzosamente en las atribuciones, facultades y libertades de las mujeres mortales. 

Podemos agregar otras diferencias e incluso contradicciones: la mujer real y la mujer ideal, como podemos ver en las leyendas; o la diosa y la mujer mortal, como vemos en los relatos mitológicos. Así, por ejemplo, en Roma se valoraba mucho a la mujer “univira”, es decir, la que solamente ha estado con un solo varón; no obstante, se fomentaba que aún las viudas y divorciadas se volviesen a casar. Por el contrario, los derechos, muy amplios, de los que gozaba la mujer en Esparta le permitían no sólo decidir por sí misma si se divorciaba, sino que incluso podía escoger a su marido. A veces, pareciera que una mujer se vuelve más admirable si escapa de su condición femenina y se acerca más a la masculina. El ejemplo más acabado de esto es la figura legendaria de las amazonas: combaten y cabalgan como hombres, son fuertes e independientes y, en su reino, someten a los hombres y sólo los toleran con los fines de la reproducción de la especie. El mundo al revés…

Otro caso de mujer heroica, fuerte y viril es Cloelia, quien, viviendo en Roma cuando la ciudad estaba sitiada por fuerzas enemigas, logra salvar, a nado, a unos rehenes, para sorpresa de todos. Las palabras de Séneca ilustran esta admiración que parte del hecho de que una mujer admirable es la que se acerca a ser casi como un varón: “Por su insigne audacia al desafiar al enemigo y a la corriente del río, se ha hecho de Cloelia casi un hombre.” Si son mujeres de gran valía es porque han podido ir más allá de su carácter femenino y han actuado como varones. Y la culminación se alcanza si es que esto lo han hecho al servicio de Roma, como fue el caso de Cloelia: actuó como hombre y al servicio de la patria.

La posición social de la mujer en la estructura social de los pueblos de la Antigüedad estaba determinada por fuertes normas y patrones de comportamiento dictados y mantenidos por la educación, la familia y más tarde por el marido. Este marco estaba estrictamente definido, pero sujeto a fluctuaciones notables a lo largo de los siglos. En las ciudades griegas, por ejemplo, la sociedad homérica (siglo VIII a.C.) respetaba a las mujeres y les permitía participar en banquetes y festivales; si bien su opinión no era primordial, era respetada y, a menudo, se tenía en cuenta en las decisiones de los hombres.

El estatus de la mujer alcanzó su "punto más bajo" en la Atenas de la época de Pericles (siglo V a.C.). Casi parece como si la organización de la polis también condujera a una "institucionalización" de la familia y de sus miembros. La esfera de actividad de las mujeres se limitaba al hogar, los niños y la supervisión de los esclavos y sirvientes. Aparecer en público era tan indeseable y raro como disfrutar de una educación fuera de las actividades domésticas. Desde el punto de vista actual, la mujer no tenía capacidad legal ni contractual, no tenía derecho al voto ni a la ciudadanía y sólo se "ajustaba" en su condición a la de su padre o esposo.

Un cambio en estas condiciones muy sobrias sólo empieza a percibirse a partir de mediados del siglo IV a.C., en el que un marcado cambio en el arte funerario nos muestra una visión diferente dentro de la sociedad. Las inscripciones de los relieves funerarios áticos de esta época hablan de amor y añoranza por las mujeres fallecidas, que ya no se recuerdan únicamente a través de vagas formulaciones de sus cualidades y virtudes domésticas.

Así que, si nos fijamos en los derechos de las mujeres en la época de Jesús, es francamente sorprendente que, de manera muy poco convencional, haya tratado con mujeres. No sólo su madre, sino especialmente María de Magdala pertenecían a su entorno inmediato. Además, se mencionan por su nombre a algunas mujeres y las hermanas María y Marta de Betania.

Los derechos de las mujeres estaban muy limitados en la cultura predominantemente patriarcal durante la vida de Jesús y sólo comenzaban a ejercerse, si es que lo hacían, con el matrimonio. La mujer soltera era generalmente discriminada y despreciada. El estatus de la mujer casada iba de la mano con su papel como madre, lo que significaba que tener hijos en particular aumentaba el prestigio. Pero incluso entonces, ella estaba subordinada al hombre, quien no solo tenía derecho a varias esposas, sino que también podía divorciarse de ellas en cualquier momento. A la mujer no se le permitía aparecer en público, su esfera de actividad se limitaba a las tareas domésticas; se le prohibía visitar el templo como cultualmente impura, y no podía actuar como testigo en un tribunal.

En este contexto, el trato de Jesús con las mujeres parece casi revolucionario en el contexto cultural de la época. Supera las convenciones alejándose de su ambiente tradicional y de los patrones de pensamiento y comportamiento patriarcales: incluye a las mujeres en el anuncio del Evangelio, acepta a las mujeres que lo acompañan y pertenecen al grupo de los discípulos (Lc 8, 2s.), es amigo de mujeres a las que visita en casa (Marta y María de Betania, Lc 10, 38ss.), cura a mujeres consideradas "inmundas" según la ley judía (Mc 5,25 ss.), se comporta con confianza y sin prejuicios con las mujeres (Samaritana en el pozo de Jacob, Jn 4, 7 ss.), habla con prostitutas y pecadoras, como María de Magdala (Lc 7, 36 ss.). La importancia de esta última figura es tal, que el papa Juan Pablo II, en su carta Mulieris Dignitatem (1988) no duda en seguir a San Agustín, quien la había llamado “apostola apostolorum” (“apóstola de los apóstoles”). El papa Francisco también ha mostrado su admiración por ella, publicando en 2016 un decreto para declarar como “fiesta” la conmemoración de Santa María Magdalena (22 de Julio). 

Por lo demás, los cuatro evangelistas no sólo informan sobre el trato de Cristo con las mujeres, sino también sobre la disposición y la capacidad de Jesús para aprender de su relación con ellas. Las referencias a las mujeres por su nombre en el Nuevo Testamento ya enfatizan su posición especial, porque son las seguidoras directas de Jesús. En efecto: en el entorno de Jesús no sólo había mujeres con las que Él se comunicaba, sino que incluso eran seguidoras directas de la fe. Hay que ver, por ejemplo, que María de Magdala fue la primera en dar cuenta de la resurrección.

La perícopa de Marcos 7, 24-30, titulada "La fe de la mujer gentil", habla de la confianza que tiene una mujer, en este caso una mujer pagana sirofenicia (Marcos dice que es “griega”), que se acerca a Jesús y le pide que cure a su hija enferma. Mateo, en su capítulo 15, relata la misma historia, pero presenta a la mujer como cananea. Jesús, en un principio, quiere alejarla diciéndole: “Dejemos que los niños sean alimentados primero; porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Ella le responde: “¡Señor! Pero hasta los perritos debajo de la mesa comen de las migajas del pan de los hijos”. Este intercambio de palabras sólo puede entenderse si uno se da cuenta de que los gentiles eran equiparados con "perros" o referidos como "perros". La declaración de Jesús debe interpretarse en el sentido de que quería dejar claro a la mujer pagana, que él solamente es responsable de los "hijos de la casa de Israel", es decir, de los judíos, no de los paganos. Sin embargo, la ingeniosa respuesta de la mujer le indica a Jesús que algo “resta” de la “doctrina” – en última instancia de la fe – a saber: las “migas de pan” que los paganos usan como “alimento”.

Entonces Jesús responde: "Porque tú has dicho esto, te digo: ¡Vete a tu casa, el demonio ha dejado a tu hija!". Con esta declaración, Jesús muestra que su mensaje va dirigido no nada más a los israelitas, sino a todas las personas que crean en Él. La persistencia y la agudeza de la mujer sirofenicia y el hecho de que Jesús está ahí para todos, no sólo para los judíos, nos lleva a darnos cuenta de que no hay límites sociales, políticos o religiosos para Su obra en el espíritu de Dios. La confianza en sí misma de la mujer del Nuevo Testamento se puede mostrar en la mujer sirofenicia, pero, sobre todo, la disposición a confiar en los demás, a dejarse ayudar por los demás, en este caso, nada menos que por Jesús.

En este pasaje bíblico vemos entonces algunas características de la mujer en la Antigüedad, en este caso en el ambiente cultural en el que se desenvolvió Jesús: desamparo, soledad y desesperanza de la mujer, pero también valentía, voluntad de asumir riesgos, acercarse a un grupo de hombres y dirigirse a Jesús, así como la seguridad en sí misma y la agudeza mental. La función de la mujer como "pagana" también debe notarse, por lo que hay cierta tensión entre Jesús y ella: pagano = perro. Pero Jesús se deja atraer por los argumentos de la mujer, por lo que la curación de la hija debe ser entendida como promesa de la cercanía de Dios a todos los hombres, la superación del odio y de la xenofobia.

Los motivos de la curación, luego entonces, son la confianza, perseverancia, lealtad, seguridad, fe en Dios, esperanza, voluntad de ser ayudado, por lo que las barreras y convenciones sociales se superan a través de la fe: Jesús ayuda a todos, Jesús ayuda a todos si están dispuestos a dejarse ayudar.

Es así que una mujer pagana, que experimenta la amenaza existencial y la desesperanza en la que se encuentra, la lleva a buscar a Jesús, quien a su vez se muestra capaz de aprender y reconocer que puede traer la salvación a todas las personas, siempre que confíen en Él. Esta perícopa apunta a la confianza en sí misma, la tenacidad y la perseverancia de la mujer, que no será rechazada porque ve en Jesús su salvación y la esperanza en la curación de su hija. Con la disponibilidad de ser ayudada por Jesús rompe todas las convenciones, temores y reservas, e incluso corre el riesgo de ser rechazada, apartada y despreciada. Quien protagoniza y provoca esta historia, que nos permite conocer y comprender una verdad tan profunda y trascendental, es nada menos que una mujer.