Una vez que ha concluido la defensa de nuestro filósofo y que los jueces han votado a favor de la pena propuesta dada por el acusador, i.e., la pena de muerte, llega el momento de presentar una contrapropuesta, momento en el que, como era costumbre de la época, el culpable realizaba una propuesta de condena alterna para tratar de menguar la condena solicitada. En el caso del juicio de Sócrates, como era de esperar, vemos a un filósofo totalmente dispuesto a no seguir esta usanza y, por tanto, a esbozar las razones por las cuales se niega a hacer una alternativa, por más injusta y desproporcionada que sea la pena solicitada por Meleto. Acorde con este último alegato, si la práctica jurídica consiste en proponer una condena justa para Sócrates en función del mérito o demérito de sus actos, se sigue entonces que lo justo sería su manutención en el Pritaneo (Apología, 37a). Ir al Pritaneo, en efecto, era un privilegio que los atenienses daban prioritariamente a todos aquellos que consideraban como sus benefactores, alternativa que, por supuesto, causará extrañeza entre los miembros del jurado, pero que éste, descuidando su propia persona y sus asuntos, sólo “iba allí, intentando convencer a cada uno de vosotros de que no se preocupara de ninguna de sus cosas antes de preocuparse de ser él mismo lo mejor y lo más sensato posible, ni que tampoco se preocupara de los asuntos de la ciudad antes que de la ciudad misma y de las demás cosas según esta misma idea” (Apología, 36c-d).
Se trata, en efecto, de una contrapropuesta que pone en cuestión el veredicto del jurado, al aplicar para sí un criterio de retribución en proporción al mérito o demérito de sus actos: si Sócrates efectivamente ha corrompido a los jóvenes, entonces deberá proponer una pena que, en justicia, ayude a resarcir el daño ocasionado; pero si sus acciones no han causado ningún daño, sino todo lo contrario, i.e., un bien para la polis, entonces lo justo es que la polis lo recompense por su labor. Esta recompensa, acorde con lo que Sócrates ha planteado a lo largo del juicio, sólo sería proporcional y, por tanto, justa, si la polis, en lugar de darle la pena de muerte que solicita Meleto, busca restituir, cuando menos, parte de lo que ha sacrificado en aras de realizar la encomienda de la divinidad (Apología, 36e-37a). Dado que la ley dicta que el tribunal puede elegir entre la sentencia solicitada y la presentada por el acusado, Sócrates deja al tribunal en una situación bastante perpleja, pues debe decidir si se decanta por una pena desproporcionada y de mucha severidad, que es la pena de muerte, o si se inclina por darle el beneficio que éste solicita. Aunque quizás sus acusadores esperaban que Sócrates propusiera una alternativa más decorosa, como el exilio, el hecho de que no les siga el juego constituye una forma indirecta de reafirmar su postura, a pesar de que puede figurar el resultado que esto tendrá:
En efecto, si digo que eso es desobedecer al dios y que, por ello, es imposible llevar una vida tranquila, no me creeréis pensando que hablo irónicamente. Si, por otra parte, digo que el mayor bien para un hombre es precisamente éste, tener conversaciones cada día acerca de la virtud y de los otros temas de los que vosotros me habéis oído dialogar cuando me examinaba a mí mismo y a otros, y si digo que una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre, me creeréis aún menos. Sin embargo, la verdad es así como yo digo, atenienses, pero no es fácil convenceros. Además, no estoy acostumbrado a considerarme merecedor de ningún castigo (Apología, 37e-38b).
Esto nos conduce al final del diálogo, donde Sócrates, una vez que se ha decidido su condena, les habla nuevamente a los jueces, dirigiéndose, en primer lugar, a los que lo condenaron. A estos les advierte que con su muerte no lograrán obtener ningún beneficio ni para la polis ni para sí mismos, puesto que aquellos que están dispuestos a injuriarlos también lo estarán para difamarlos, de manera que quedarán expuestos al desprestigio de haber condenado injustamente a muerte a un hombre inocente (Apología, 38c-d). Eliminándolo, además, no evitarán las molestias de tener que dar cuenta de su modo de vida, pues “no es difícil, atenienses, evitar la muerte, es mucho más difícil evitar la maldad” (Apología, 39a), de modo que, aun cuando Sócrates salga del juicio condenado a muerte, éstos saldrán “condenados por la verdad, culpables de perversidad e injusticia” (Apología, 39b). Acorde con las palabras de Sócrates, serán los jóvenes mismos quienes, irritados por su condena, salgan a reprocharles por su forma de conducirse (Apología, 39c-d).
Sócrates, en segundo lugar, se dirige a los que han buscado su absolución e intenta convencerlos de que quizás su condena sea parte de los designios de la divinidad, puesto que habitualmente se le presentaba la advertencia de la divinidad cuando iba a obrar de forma no recta, “oponiéndose aun a cosas muy pequeñas” (Apología, 40a), y en esa ocasión no lo retuvo ni le mandó ninguna señal de oposición (Apología, 40b). Dado que la divinidad no se ha manifestado, es probable que la muerte, a diferencia de lo que cree la mayoría, no sea un mal sino un bien, algo que Platón defenderá con mayor ahínco en el Fedón, donde se representa el último día de vida de Sócrates. Acorde con el discurso final de Sócrates en la Apología, la muerte no es un mal ya que “o bien el que está muerto no es nada no tiene sensación de nada, o bien, según se dice, la muerte es precisamente una transformación, un cambio de morada para el alma de este lugar de aquí a otro lugar” (Apología, 40c). En el primer caso no sería un mal, ya que la ausencia completa de consciencia excluye la posibilidad de experimentar los males; mientras que en el segundo caso sostiene que “si, llegado uno al Hades, libre ya de éstos que dicen que son jueces, va a encontrar a los verdaderos jueces, los que se dice que hacen justicia allí… ¿sería acaso malo el viaje?” (Apología, 41a). Si esto último fuese así, Sócrates mismo estaría dispuesto a morir, pues eso le permitiría, por un lado, dialogar con todos aquellos que han muerto a causa de un juicio injusto y, por otro lado, “pasar el tiempo examinando e investigando a los de allí, como ahora a los de aquí, para ver quién de ellos es sabio, y quién cree serlo y no lo es” (Apología, 41b).
Sea la muerte una pérdida de la consciencia o el paso a otra vida, Sócrates exhorta a los jueces que lo absolvieron a mantenerse llenos de esperanza, ya que “no existe mal alguno para el hombre bueno, ni cuando vive ni después de muerto, y que los dioses no se desentienden de sus dificultades” (Apología, 41c-d). Así, Sócrates cierra su discurso solicitándoles que reprendan a sus hijos en caso de que éstos se preocupen más del dinero o de cualquier otra cosa antes que de la virtud (Apología, 41e).