La raíz psicológica de la actitud filosófica (Primera parte)
15/09/2023
Autor: Alan de Jesús Bonilla Petlachi
Foto: Facultad de Filosofía UPAEP

“Partiendo del supuesto de que el saber es una de las cosas más valiosas y dignas de estima y que ciertos saberes son superiores a otros, bien por su rigor, bien preocuparse de objetos mejores y más admirables, por uno y otro motivo deberíamos con justicia colocar entre las primeras la investigación en torno al alma”(Aristóteles, Acerca del alma I 402a).

El término alma hoy en día sufre de ambigüedad, de recelo y hasta de vanidad. Parece confundir al hombre de la calle, enojar al científico y exaltar al filósofo. “El alma es un espíritu que vive en nosotros”, dicen los primeros; “el alma no existe”, dicen los segundos. “¿Qué es el alma?”, dicen los filósofos. Ante estas actitudes corresponde a estos últimos esclarecer el término, pues la filosofía es la más adecuada para realizar esta tarea de autocrítica y rigor. Y entre los filósofos que hablan del alma, Aristóteles, quien escribiera veinticuatro siglos antes un tratado Acerca del alma, puede ser idóneo para esclarecer este término.

Establezcamos un método a seguir, pues al lector crítico le podría parecer muy súbito hablar del alma filosóficamente sin antes explicarle por qué. En primer lugar, hablaremos de tres tipos de actitudes que podrían existir con respecto al término alma. Esto nos servirá para distinguir a la filosofía como aquella actividad que comienza con el asombro y que culmina con la sistematización, y cuyo fin es la elevación del espíritu. En segundo lugar, y una vez establecida la importancia de la actitud filosófica, hablaremos del tratamiento de Aristóteles acerca del alma. 

Pueden existir tres tipos de actitudes con respecto al término alma. La primera concierne al hombre de la calle, a la persona con un conocimiento insuficiente que canta sin cesar que la filosofía no sirve para nada. La filosofía, en efecto, no sirve para nada, pero no es una de esas cosas con la cual o sin la cual uno se queda completamente igual. Hay un problema con esa concepción y es que al preguntar “¿para qué sirve la filosofía?” se la toma como instrumento que sirve para llegar a un fin. La pregunta “¿para qué?” siempre está referida a objetos que estén al servicio de alguna actividad que los trascienda; por ejemplo, una silla sirve para sentarse y una cama sirve para acostarse. A la filosofía, en cambio, no le sucede esto, pues es una actividad espiritual de mayor dignidad que cualquier otra actividad instrumental. Y, debido a que no tiene una finalidad extrínseca, tiene una finalidad intrínseca: la elevación del espíritu.

Es posible dejar preguntando al hombre de la calle con el famoso “¿mande?” de quien quiere ignorar su ignorancia y elevar el examen a la segunda actitud, la del científico materialista o positivista de nuestros tiempos. Este reafirma que la filosofía no sirve para nada, pero lo hace por razones distintas. ¿De qué serviría saber qué es el alma? Al fin y al cabo, no es algo que pueda observarse y sobre lo cual se puedan hacer experimentos. Pero lo que no considera el científico es que la realidad no se puede reducir a lo observable empíricamente. Los filósofos no niegan que se parta de la experiencia para llegar a una teoría, pero no se quedan ahí. Como dice el filósofo argentino Risieri Frondizi “la filosofía es el estudio de la realidad desde el punto de vista de la totalidad” y por ello se puede llegar a ella por cualquier camino, porque todos son convergentes. Eventualmente el científico perderá sus vicios y su ingenuidad, y se encontrará con que hay otra realidad a parte de la observable, un mundo psíquico además de un mundo físico.

Y con esta última distinción es posible avanzar hacia la actitud filosófica. Nuestro querido Aristóteles siempre tuvo una actitud curiosa frente al mundo que le rodeaba. No es de sorprender que esa misma actitud lo llevará a ser el padre de la Biología, pero antes de llegar ahí, antes de llegar a sistematizar el estudio de la naturaleza, se detuvo ante la curiosidad misma para indagarla. Descubrió en él una atracción hacia la naturaleza que no se contentaba en la naturaleza misma, sino en el mero hecho de saber. Resulta, entonces, que el saber es algo valioso en sí mismo y que el asombro es su nota esencial. Por ello, la filosofía es una actividad irracional racionalizada, pues parte del asombro hacia la problematización y de la problematización avanza hacia la sistematización, y la actitud filosófica. Y por ello, la actitud filosófica es el asombro que lleva a la comprensión cabal de la realidad y no una mera curiosidad que se contenta con un saber inmediato. Pues no es filósofo quien tiene la licenciatura, sino quien siente asombro por lo que le rodea y tiene en sí el ánimo de comprender lo que lo comprende.

Es frente a esta naturaleza que el filósofo de Estagira decide partir sus investigaciones y opina que el tema del alma contribuye notablemente en este aspecto, pues es el principio de los animales. En nuestro lenguaje, que es el Español, podríamos contestarle: “Claro, Aristóteles, ‘animal’ viene no nada menos que de anima ‘alma’ en latín”. Bueno, en realidad, Aristóteles usaba la palabra griega psyché, pero la traducción al latín da énfasis en la observación sagaz del filósofo griego: los animales dan la impresión de tener en ellos el principio del movimiento, definición propia de la naturaleza. ¿Pero será el alma de los cantos de Homero aquello que permite que nos movamos? ¿Acaso lo será la de la tradición órfica? Más aún, ¿acaso es el movimiento la única función del alma? Aristóteles no fue el primero en preguntarse por este tema y él mismo nos lo hace saber a través de una breve y concisa exposición de las doctrinas de quienes lo precedieron. No solo la actitud filosófica se extiende aún más hacia el pasado rastreándose hasta Tales de Mileto, sino que también se extiende hacia el presente y hasta nuestros días. La pregunta por el alma debe abrirnos a continuar y mejorar una tradición, y no debe cerrarnos a saber más –como al hombre de la calle– o a conocer otras realidades –como al científico–. Pero eso será tema para la segunda parte.