La raíz psicológica de la actitud filosófica (Segunda parte)
14/10/2023
Autor: Alan de Jesús Bonilla Petlachi
Foto: Facultad de Filosofía UPAEP

En una ocasión anterior, hablamos de la importancia de la actitud filosófica. A partir del término ambiguo alma, explicamos que la filosofía es aquella actividad que comienza con el asombro y que culmina con la sistematización, y cuyo fin es la elevación del espíritu. Consecuentemente, la actitud filosófica es el asombro que lleva a la comprensión cabal de la realidad y no una mera curiosidad que se contenta con un saber inmediato. El alma, si es tema filosófico, debe ser también algo digno de consideración en nuestras indagaciones diarias, así que en esta ocasión se explorará el tratamiento de Aristóteles acerca del alma.

Aristóteles no se muestra contento con estas explicaciones de sus predecesores, y prueba de ello no solo es que escribe este tratado Acerca del alma, sino que también refuta las teorías psicológicas de aquellos en un solo capítulo. Contra opiniones que aún se sostienen en la actualidad, Aristóteles afirma que el alma no puede hacer ni padecer nada sin el cuerpo y este punto hace ecos en toda su filosofía. Alma y cuerpo son correspondientes a la estructura esencial de todo cuanto nos rodea: forma y materia. Esta dicotomía podrá darnos la perfecta analogía para la comprensión de toda la doctrina psicológica aristotélica, pues considerando que las cosas son “algo” “delimitado”, que esta mesa es madera cortada, que este tenedor es metal moldeado, es como nos damos cuenta de que todo está compuesto por materia y forma. Así, el cuerpo es la materia que el alma delimita y no solo eso, sino que también da la capacidad de hacer y de padecer. El alma ahora adquiere más importancia que la sola denotación de su capacidad para movernos, pues si tenemos en cuenta que por ella hacemos y padecemos, es posible derivar una serie de funciones que no se restringen a nuestra concepción del movimiento.

Esta serie de funciones es lo que más adelante en el tratado de Aristóteles será característico de la escala del alma. Las plantas poseen la capacidad de alimentarse, envejecer y desarrollarse. Los animales, además de las capacidades de las plantas, también tienen la capacidad de sentir. Y los hombres poseemos, además de las capacidades de las plantas y de los animales, la capacidad de inteligir. Estas capacidades, que Aristóteles llama potencias, son las que nos constituyen, las que por ellas podemos nutrirnos, sentir y razonar. Cabe decir que el alma vegetativa, el alma sensitiva y el alma racional no son tres tipos de alma, sino que es una sola que posee más potencias que la anterior hasta culminar en nosotros.

Resulta curioso que al indagar sobre la naturaleza, partamos de nosotros y reparemos en nosotros tras una larga investigación. Sin embargo, esta capacidad de volver la mirada hacia nosotros mismos es parte de la actitud filosófica y no simplemente el mero asombro. Aristóteles nos da un recorrido en torno al pasado para concluir en el presente y mirar hacia el futuro de una manera tan rigurosa que nos deja anonadados, asombrados, es decir, cómo comenzamos. Y es que, ¿qué sería de la filosofía si las preguntas no nos generaran más preguntas? ¿Qué sería del hombre de la calle si nunca reparara en el hecho de que tiene tanta capacidad como el científico y el filósofo? ¿Qué sería del científico si se condenara a la ceguera voluntaria de demás realidades tan ricas como la empírica? ¿Qué sería del filósofo si se quedara en su vanagloria conceptual y en su jerga elevada, y no la hiciera comprensible y relevante?

Por un lado, como filósofos tenemos una responsabilidad social de crear conciencia respecto de la importancia de ser autocríticos y rigurosos con cualquier tema. El tema del alma en esta reflexión ha servido para prestar atención a la importancia de la actitud filosófica frente a otras actitudes relativistas y absolutistas. Aristóteles nos enseña a que debemos estar dispuestos a renunciar a nuestras ideas si los hechos las desmienten y a examinar en forma crítica los supuestos que constituyen el subsuelo de nuestra propia doctrina y de la ajena. Por otro lado, como seres humanos tenemos una responsabilidad personal de no dejarnos amedrentar por la realidad inabarcable, pues nuestro acceso a ella es siempre irracional: el asombro. En este aspecto, Aristóteles también se pronuncia y nos recuerda que es el asombro lo que nos dará pie al valioso y estimado saber que tiene fin en sí mismo.

En conclusión, podemos darnos cuenta de que las posiciones filosóficas no se escogen al azar, sino que se llega a ellas después de recorrer arduo camino, movidos por un impulso vital. Dicho impulso vital no puede ser otro que el asombro, raíz de toda investigación que hasta el científico tiene a la hora de sistematizar su realidad. Pero no olvidemos que dicha sistematización no puede darse sin una actitud problemática, sin ese impulso vital que proviene solamente del alma, principio de nuestro propio movimiento y del que provoquemos en los demás si somos lo suficientemente capaces para conmover toda el alma de una persona.