Propósito de año nuevo de un profesor universitario
15/01/2024
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Foto: Vicerrector de Investigación

Estas ideas que a continuación quiero compartir tuvieron su inicio –como muchas otras más– platicando con mi esposa. Además, el miércoles escuché al Dr. Emilio Baños decir algo también semejante. Por tanto, dando crédito a ellos dos, comienzo mi reflexión.

Yo le comentaba a mi esposa que habíamos tenido una Navidad realmente buena y bella, en compañía de mis padres, hijos, hermanos, cuñados, sobrinos, etc. La familia reunida y contenta. Habíamos atravesado como familia distintas problemáticas, desde desafíos a causa de la inseguridad y violencia en la zona donde vivían mis padres, distintos problemas de salud que tenían otros familiares, problemas económicos, problemas interpersonales, etc. Y esta Navidad parecía que los nubarrones se habían disipado. Fue una Navidad, al menos en los aspectos que acabo de relatar, extraordinariamente buena.

Pues bien, ahí está el “riesgo”.  No soy masoquista ni estoy pidiendo al Cielo problemas gratis… sólo quiero advertir del problema de no tener problemas y del peligro de no peligrar en nada. Y esto que comienza a través de una experiencia familiar quiero trasladarlo a la vida académica, en concreto, a nuestra querida UPAEP.

Los que hemos tenido problemas con los hijos o con nuestro cónyuge, sabemos que hay que ser creativos para rescatar lo que está a punto de naufragar. La creatividad nos invita a ser audaces, a salirnos del guion rutinario y a aprender a peinar a contrapelo el egoísmo. ¡Lo que vale un matrimonio como para no poner todo en juego!

Probablemente el tiempo en que di los mejores regalos a mi esposa fue cuando las dificultades económicas se iban sumando una tras otra. En esos momentos regalé poemas, poemas de esos que cuestan trabajo hacerlos, que se hacen en medio de lágrimas y de suspiros, y que, seguramente, son los únicos regalos que han resistido el paso del tiempo y que mi esposa guarda entrañablemente hasta el día de hoy.

La pandemia nos desafío como familia –¿a quién no? – Recuperamos los juegos de mesa, las sobremesas de café con anécdotas, las fogatas improvisadas con tres palitos y dos bombones, los concursos de baile y de canto. Hacíamos ejercicio juntos, valorábamos el plantar el huerto en casa dentro de huacales y rodeado de asombro al cosechar y comer rábanos, lechugas y chícharos.

Tomemos esas tres crisis: la crisis matrimonial derivada de problemas interpersonales, la crisis económica y la crisis sanitaria derivada de la pandemia. Mi balance es el siguiente: tras las crisis, crecí. No fue fácil. ¡La lucha contra uno mismo nunca es grata! Por el contrario, los periodos de mayor estabilidad afectiva, económica o de salud siempre estuvieron acompañados por la sombra de la mediocridad. Ni modo, tengo que contar algo íntimo: los momentos donde menos creativo, romántico y apasionado he sido con mi esposa, han sido los momentos en que todo “ha estado muy bien” entre nosotros dos. Y ni qué decir de los hijos: el riesgo de no platicar tanto, o tan bien, o tan profundamente como cuando están pasándola mal, hace que cuando las cosas van bien, haya distancia, silencio o desinterés. ¡Tremenda paradoja! En lo económico también sucede algo similar: no creció el número de poemas cuando ya había dinero para salir al cine o viajar. Y ya por fin vivimos en la era post-covid, y lamentablemente ya no tengo huacales con hortalizas ni salto en el trampolín con mis hijas. Mi balance es el siguiente: decrecí. Fue fácil e imperceptible. Aflojé, descuidé.

Al inicio anticipé que este mea culpa lo trasladaría a la vida institucional de nuestra UPAEP. Alcanzamos los 50 años de vida con unas características que “pocas” Universidades tienen a esa edad: pujanza, prestigio, consolidación, salud financiera, estabilidad, crecimiento, infraestructura. Tenemos uno de los mejores rectores que hay en el país. Los salarios y prestaciones vuelven a la institución muy antojable, y si no, vean la fila que hay de CV’s esperando una vacante en el área de Reclutamiento y Selección. Da gusto entrar a la capilla, lo mismo que a la biblioteca o a los salones remodelados. Cuando la gente viene por primera vez, señala lo bueno –realmente bueno– que es el ambiente organizacional. Nada de lo anterior quita que podemos y debemos crecer en muchos aspectos, pero seamos sinceros: ¡estamos en una muy buena Universidad!

Y eso que nos debe llenar de orgullo y gratitud, es justamente lo que nos debe ponernos en estado de alerta. ¿Cuál es nuestro balance? ¿Somos tan solidarios como cuando estábamos en la pandemia, o ya se nos olvidó que podemos dar una clase solidaria adicional a nuestra carga docente? ¿Estamos en ‘modo creativo’ para atraer más jóvenes o bien, delegamos esa responsabilidad en el área de promoción? ¿Seguimos preparando nuestras clases para que sean fabulosas, o simplemente desenlatamos sin pasión unos contenidos ya dominados? ¿Solemos ir al Sagrario a pedir ‘luz’ y ‘gracia’ para ser buenos docentes o sólo acudimos al Señor cuando hay enfermedades y problemas acechando nuestro hogar?

¿Qué pasaría si yo perdiera mi plaza de académico? Pido que cada uno se imagine por un momento eso. ¿Qué pasaría si –con razón o sin ella– mañana me liquidaran de la Universidad y tuviera que recomenzar todo, desde cero, en otra institución? Mi ejercicio de imaginación me dio este saldo: se activaría la creatividad, la humildad, la responsabilidad, la puntualidad, el esmero, el aprendizaje, el cuidado por los detalles, el profesionalismo y mi fe, a un punto tal como hoy no están.

Tras un examen de conciencia veo que me debo sacudir ciertas comodidades. Casi al inicio de Ortodoxia Chesterton afirma: “Necesitamos ser felices en este mundo de maravillas sin sentirnos en él ni siquiera confortables”. Le tomo prestada la idea al genial apologeta inglés para hacer mi propósito de año nuevo: Necesito ser feliz en esta maravillosa Universidad, sin sentirme en ella ni siquiera confortable.

Siempre algo de incomodidad (conmigo mismo). Que no me quede conforme con lo que hice. Que no me quede satisfecho. Ese es mi propósito: sentirme incómodo. Para así moverme, recuperar la frescura, la chispa, la creatividad y dar lo mejor de mí en cada clase. Porque si yo me siento cómodo y me duermo en laureles, si me instalo en la zona de confort, si domestico los problemas, si vivo de mis rentas… entonces no tengo verdadera vocación de académico.