Cuidemos la chamba…
10/06/2024
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Foto: Vicerrector de Investigación

No se trata de un recado que hay que filtrar, tampoco de una indirecta, ni de una mala noticia dicha con prudencia para que no cunda el pánico; cuidar la chamba es una acción de sentido común.

Quisiera abordar esta columna como tantas otras: desde la autocrítica. Trataré de concentrarme en mí, pero, si algo de lo que comparto te puede ayudar, adelante, tómalo… ya somos dos.

Casi al inicio de la Biblia, el autor sagrado narra que “El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén, para que lo trabajara y lo cuidara” (Gn 2,15). Antes, mucho antes del pecado, Dios dio una vocación primigenia para Adán y su descendencia: trabajar y custodiar esta bella tierra. 

En hebreo, “para que lo trabajara” se dice:  לְעָבְדָ֖הּ (le'abedá). La raíz del verbo es עבד y lo es de distintas palabras: en primer lugar, del verbo mismo: ‘hacer’, ‘obrar’, ‘trabajar’, ‘labrar’, ‘llevar a cabo’, ‘actuar’, etc. Su sustantivo  עֶבֶד  (ébed) significa: ‘siervo’, ‘súbdito’ o ‘esclavo’. Otro sustantivo derivado, עֲב  (ab), significa: ‘trabajo’, ‘tarea’, ‘culto’, ‘servicio’, e incluso tiene dos significados adicionales: ‘prenda’ y ‘rito’.

Tres profundas consecuencias se pueden obtener de lo anterior:

 

  1. El trabajo es, ante todo, servicio y tarea, es decir, referencialidad, un “para el otro” como destinatario de mis afanes y talentos.
  2. El trabajo, en su concreción o producto, es una “prenda del amor”, es una manifestación concreta del afecto que tenemos por los demás.
  3. El trabajo, en su acción misma, en el momento mismo que se opera, es un “rito”, es culto agradable a Dios.

 

Trabajar, por tanto, y hacerlo a conciencia, bien, con cariño, con empeño y con responsabilidad es servicio, es amor y hasta es oración.

En mi escritorio, además de la Biblia, también se encuentra la Ley Federal del Trabajo. Obviamente no están al mismo nivel, pero es un texto que me baja de las nubes y me pone los pies en tierra. Me recuerda que hice un contrato, prometí algo a cambio de algo. En ninguno de los años en que he trabajado, UPAEP A.C. se ha retrasado ni un día en pagar mi salario… en cambio, yo sí soy el que se ha retrasado en resultados, chamba, esfuerzo, y seguramente más de un día. Nadie me trajo a fuerzas a esta Universidad…yo solito firmé algo, me comprometí a cumplir cabalmente mis funciones académicas. ¡Es padrísimo dar clases, estar con jóvenes, revisar tesis y escribir artículos!, pero UPAEP A.C. no me pidió solamente hacer cosas “padrísimas”. ¡Que es complicado llenar la guía de aprendizaje, preparar clases, calificar, subir notas en la plataforma! Lo es. Junto a las cosas “padrísimas” existen la talacha y el fastidio. Pero nadie me engañó, se me ofreció un trabajo, y todo trabajo implica esas dos caras de la moneda. Y yo dije que “sí”.

El idealismo académico nos puede jugar una mala pasada. Ciertamente que debo y estoy llamado a buscar inquebrantablemente la verdad, y hacerlo en comunidad, y testimoniar tal búsqueda en la integralidad de mi vida. Sí. Pero esa misión tan bella y tan profunda, esa vocación tan noble, tiene sus pequeñas exigencias cotidianas. Y así como Adán levantó la vista y vio sus cultivos dorados bajo el sol, así también a nosotros nos es dado ver en las graduaciones las sonrisas de los jóvenes y el logro de sus familias. Adán seguramente tenía tareas cotidianas no agradables en su  cultivo: quitar piedras metidas en la tierra, regar plantas y limpiarlas de plagas, proteger los brotes del granizo, etc. También nosotros tenemos esas tareas cotidianas, y está bien tenerlas. ¿Acaso queremos la mies dorada sin sudor y sin desafíos? Hasta el Principito todas las mañanas deshollinaba sus dos volcanes, arrancaba los brotes de baobabs, regaba su flor y, con un fanal, la protegía de tigres, corderos y orugas.

Cada área y cada puesto de trabajo tienen sus dificultades. Cada área y cada puesto tienen también sus alegrías. No debo querer sólo éstas sin aquéllas. Trabajar es “cultivar y cuidar” el pedazo de jardín que me tocó en la existencia. En esa labranza estriba mi propia felicidad como persona; en esa labranza radica mi santificación; con esa labranza estoy llamado a cooperar en la construcción del bien común

Cuando titulé “Cuidemos la chamba” a esta columna, en una hojita fui escribiendo cuatro preguntas incómodas para rumiarlas durante la semana:

 

  1. Hay muchos que quisieran tener la oportunidad de trabajar en una Institución como nuestra querida UPAEP. ¿Estoy consciente de lo privilegiado que soy?

 

  1. Con todo y sus dificultades (que generalmente se deben a nuestras personalidades y a nuestras debilidades), esta Institución se ¡cuece aparte! ¿Cuido prudentemente mi trabajo?

 

  1. Es válido trabajar juntos para mejorar procesos, mejorar ambiente y hacer cambios. Mejorar el trabajo para que éste sea más provechoso, productivo y agradable, es algo sensato y sano. Debemos estar abiertos a escuchar a los demás y a hacerles la vida más fácil. ¿Consciente o inconscientemente, mi chamba consiste en dificultar la chamba a los demás o realmente mi actitud es de servicio?

 

  1. Debemos acometer con esperanza los desafíos políticos y económicos que se vislumbran, pero también con muchísima responsabilidad. Hoy, ser productivos y competitivos, ser eficientes y creativos, ser innovadores y disruptivos, no será un plus… será la vía para la supervivencia. ¿Hay lugar para que yo sea un flojo vestido de doctorado, un acomodado en mi zona de confort y un adolescente desubicado que quiere la gloria eterna y los diablos amarrados

 

Me despido con unos refranes:

 

“Manos callosas, manos honrosas”

“A la puerta del que sabe trabajar, se asoma el hambre y no se atreve a entrar”

“De tejas abajo, cada uno vive de su trabajo”

“El hombre para trabajar y el ave para volar”

 

Y mi favorito,

 

¡A darle que es mole de olla!