Del “harakiri democrático”, fraudes electorales y otras lindezas
10/06/2024
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Foto: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

El país va emergiendo lentamente del tsunami electoral del 2 de junio pasado. El resultado, por sus proporciones, ha sorprendido a todos: a los vencedores, a los vencidos y a los observadores. Es por eso que ahora haremos algunas observaciones, una vez que las aguas se van calmando poco a poco. Esperemos, sinceramente, que no vayan a agitarse en los meses por venir.

Para comenzar, diremos que, al analizar los fenómenos políticos es necesario saber diferenciar. No es lo mismo, por ejemplo, “fraude electoral” que “irregularidades electorales”. Un fraude es una maquinación, una acción concertada para, en el caso de las elecciones, alterar los resultados del proceso electoral. Una irregularidad es un vicio en un acto o en un procedimiento que nos lleva a vulnerar el ordenamiento jurídico, pero la irregularidad puede deberse a un error, a un acto involuntario o a una acción hecha a propósito. La diferencia grande es que el fraude es una acción concertada, es decir, entre varios actores y con una finalidad muy clara, mientras que la irregularidad, aunque sea cometida de forma adrede, no es producto de una maquinación, conspiración o “compló”, y no siempre persigue un objetivo claro.

Esto lo exponemos porque han circulado en estos días, por diversos medios, expresiones de muchos actores de la sociedad civil y del mundo político, en el sentido de que se ha cometido un fraude electoral de proporciones épicas, visible en el hecho de que hay “sábanas” en las casillas electorales que no coinciden con los resultados dados a conocer por el INE, que hay personas fallecidas que votaron, que en algunos lugares del país intervinieron grupos de delincuentes en las casillas, etc. Estas situaciones no responden, necesariamente, a una concertación de fuerzas malignas -salvo las que pudiese haber de grupos de la delincuencia organizada-, sino que son irregularidades o inconsistencias que aparecen en cada proceso electoral, pero que no necesariamente influyen de manera decisiva en los resultados. Lo difícil aquí sería probar que estas irregularidades son el producto de una conjura encaminada a alterar los resultados de las elecciones.

Ni siquiera en el caso de casillas tomadas por grupos delincuenciales podríamos hablar de un fraude generalizado, pues habría que ver si todos los casos fueron provocados por el mismo grupo o si hubo un acuerdo entre varias organizaciones criminales. En la mayoría de estos casos, además, asumo que debe ser casi imposible levantar la denuncia correspondiente, pues eso lo pagaría el denunciante, muy seguramente, con su propia vida. Así que nos quedamos sin pruebas de nada. En todo caso, es prácticamente imposible que se documente tal cantidad de irregularidades e inconsistencias que pudiesen llevar a que algún proceso electoral pueda ser echado abajo, sobre todo tomando en cuenta que, en muchos casos, la diferencia de votos entre ganadores y vencidos fue muy elevada.

Lo que sí es evidente es que el proceso electoral no discurrió con piso parejo para todos los participantes. Las injerencias del presidente López, desde el púlpito mañanero, fueron innumerables y el INE ni pudo ni quiso, aparentemente, detenerlo. La acción de los “Siervos de la Nación”, recorriendo el país para “convencer” a los electores de que la oposición fraguaba malévolamente eliminar los dineros que el gobierno actual reparte sí puede considerarse una acción que viola la igualdad de condiciones en una lid electoral, máxime que esos tales “siervos” son pagados con nuestros impuestos. Tampoco aquí hubo manera de detenerlos.

El largo proceso interno de MORENA para “elegir” a su candidata presidencial también fue un factor que hizo desigual la campaña electoral, pues desde Palacio Nacional se alentó este proceso, se comentó, se dio a conocer, etc., lo que le proporcionó a la entonces precandidata un foro y un lucimiento que nadie más tuvo. Sólo el campeón nacional de la inocencia y la estulticia, Marcelo Ebrard, estuvo convencido de que competía en igualdad de condiciones y de que podría ganar. No obstante, el INE tampoco pudo evitar esta campaña electoral adelantada desde MORENA y desde el Palacio Nacional.

Posiblemente podamos catalogar a esta maquinación desde el poder como “fraudulenta”; en todo caso, provocó que MORENA y sus candidatos jugaran con grandes ventajas frente a una oposición descoordinada, mal dirigida, con una pésima imagen y que nunca encontró un discurso convincente para salir al encuentro de los electores. Bueno, sí lo encontró: Gálvez pronunció un par de excelentes piezas oratorias, cuya esencia hubiese bastado para orientar el mensaje general de la campaña, pero por alguna extraña razón esto no sucedió, por lo que las buenas ideas acabaron por diluirse.

Muchos comentaristas se duelen de que los electores le hayan entregado todo el poder a un solo grupo político, catalogando a esta decisión como una especie de “suicidio democrático”, es decir: los electores, valiéndose del voto, instrumento de la democracia, decidieron entregarle todo a MORENA, con lo que, en los hechos, dieron muerte a la democracia y entregaron esos instrumentos al ganador.

Yo también lamento esta decisión, pues ahora estamos ante el hecho de que probablemente tengamos que depender del humor o de la buena voluntad de una sola persona: la ahora presidente electa. Es mal negocio poner todas las decisiones en manos de un mismo grupo o actor, sin que haya contrapesos que acoten, controlen y limiten el poder. Sin embargo, para que haya “suicidio” o “harakiri”, es necesario algo fundamental: la decisión de cometerlo. Si alguien, manipulando un arma, se descuida y se le sale un tiro que le provoca la muerte, no comete suicidio. Se suicida alguien que decide por sí mismo quitarse la vida por propia mano. Yo, por eso, me pregunto: ¿Pensaron los electores que emitieron su voto por MORENA y sus candidatos en que es buena idea elegir a jueces y magistrados por voto popular? ¿Están todos de acuerdo en eliminar a los diputados de representación proporcional? ¿Y en reestructurar al INE para hacerlo más manejable desde el Poder Ejecutivo? ¿Y en desaparecer a los órganos autónomos? ¿Entiende los electores de qué se trata todo esto?

Como no puedo afirmar que, en su gran mayoría, los electores que favorecieron a los vencedores con su voto comprendan estas propuestas y hayan votado conscientemente a favor, no me atrevo a hablar de un “harakiri” democrático. Me inclino más a pensar que simplemente le dieron su voto a MORENA sin pensar mayormente en dichos propósitos y sin tener en mente que, al votar en ese sentido, colaboraron más o menos inocentemente en demoler lo poco que nos queda de democracia. Es decir, se trata de “daños colaterales” del ejercicio de la voluntad ciudadana. 

Una última reflexión, aunque se podrían hacer muchas más: ¿Qué les espera a nuestros partidos políticos perdedores? Yo creo que no es posible una democracia sin partidos, pero eso no significa que los actuales partidos de oposición estén en condiciones de seguir como van. Del PRD, que está en cuidados intensivos desde hace tiempo, no voy a hablar, porque lo más seguro es que se una a los innumerables partidos que han desaparecido en las últimas décadas. El PRI tiene la supervivencia asegurada, ahora en MORENA, a quien ha alimentado de cuadros, candidatos, dirigentes y estructuras. El otro rostro del PRI, el PRI tricolor, el de “Alito”, debería comenzar por exigir la renuncia de todos sus dirigentes, a ver si se puede refundar, haciendo algo que los partidos de oposición en México deberían saber hacer y no hacen nunca: un sincero ejercicio de autocrítica.

El más patético de todos estos casos es el del PAN, porque es el que más ha perdido: es el partido con el pensamiento político más rico y profundo de todos, y ni los panistas lo conocen -y mucho menos lo aplican o lo difunden-; tuvo grandes dirigentes durante varias décadas, y ahora está plagado de vividores que jamás han ganado una elección por mayoría; durante muchos años fue el partido con menos negativos por parte del electorado, y ahora arrastra muchísimos, casi al nivel del PRI; durante casi toda su vida había sido considerado un partido con militantes educados y honestos, y esta imagen se ha perdido, quizá irremediablemente. ¿Qué hacer para rescatar lo que queda de estas agrupaciones políticas o para refundarlas? Lo primero, creo yo, es deshacerse de sus actuales dirigentes. Tanto Marko Cortés como Alejandro Moreno deben hacer acopio de la poca dignidad que quizá aún les quede y renunciar. No se trata, como dijo Moreno hace unos días, de “tirar el harpa”, sino de aceptar con responsabilidad y dignidad que han fallado y que, por lo mismo, deben poner a disposición de sus partidos el cargo que ocupan, para que alguien más capaz los substituya.

Pero, en fin, parece que nuestros políticos son fieles seguidores del gran cómico Groucho Marx (1890-1977), pues siguen ciegamente una de sus frases célebres: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.”