Por una cultura de la investigación – Parte 2: “El perro que no ladró”
26/08/2024
Autor: Dra. Livia Bastos Andrade
Foto: Profesora Facultad de Filosofía

Como había mencionado en la anterior columna, me propuse a hablar del tema de la “cultura de la investigación” a partir de la misma actividad investigadora. Con tal finalidad, compartí las respuestas obtenidas en una breve investigación preliminar sobre qué es lo que los estudiantes valoran en una universidad: ¿Por qué elegiste esta universidad y no otra? ¿Y qué te hizo seguir adelante a lo largo de la carrera?  

Mencioné, además, el famoso episodio de Estrella de Plata, en el que Sherlock Holmes logra identificar al ladrón por una ausencia.  “Si el perro no ladró aquella noche es porque conocía al ladrón que robó el caballo”. Como señalé, se trata de un caso emblemático, pues revela un rasgo valioso del investigador: éste “mira lo que hay delante de los ojos” y “mira también lo que era supuesto haber, pero no lo hay”. Y lo hace para tratar de descifrar el significado de esta ausencia. Paso ahora a la aplicación de este ejemplo al tema que nos ocupa.

Quienes están familiarizados con la misión universitaria tendrán presente la “tríada de oro” o las tres funciones sustantivas de la universidad. Son lo que hacen con que una universidad sea una universidad y no cualquier otra cosa: 1) la formación de los estudiantes: que se traduce en las clases impartidas, en las asesorías y direcciones de tesis y en varias otras actividades curriculares y extracurriculares que son ofrecidas a lo largo del año académico; 2) la vinculación con la sociedad: que se traduce tanto en el servicio que la comunidad universitaria presta a su entorno, es decir, lo que se hace por los que están fuera de los muros universitarios (i.e., los numerosos proyectos de impacto social realizados por diversas áreas), como también en la “función de puente” que la universidad ejerce entre la formación y el “mundo del trabajo”. Finalmente, la tríada se completa con 3) la investigación: para ser universidad, una universidad necesita investigar, y, para no morir en el intento, necesita no sólo contar con buenos investigadores sino también necesita crear una “cultura de la investigación”.

Al escuchar, en un primer momento, las respuestas de nuestros estudiantes a la encuesta, salta a la vista, de forma muy marcada, la importancia de los dos primeros elementos de la tríada. Los estudiantes optan por entrar en una universidad teniendo en cuenta de que “esté bien posicionada y les pueda conectar con el mundo del trabajo”. Emerge aquí la función sustantiva de la vinculación. Además, los estudiantes permanecen en la universidad porque –entre otros importantes motivos de índole socioafectiva– “sienten que están aprendiendo”, “hay profesores que apuestan por uno”, “uno crece y se va volviendo el profesional que quiere ser”. Se trata de la función sustantiva de la formación de los estudiantes, que se muestra como un factor fundamental para que haya perseverancia y los sueños se puedan cumplir. 

A este punto, surge la pregunta ¿y qué hay de la función sustantiva de la investigación? Temo que la investigación sea aquí, precisamente, “el perro que no ladró”. Pero ¿qué significa esta ausencia de los ladridos del perro? ¿Por qué “el tema investigación” no apareció en las respuestas dadas a la encuesta? ¿Acaso la investigación no emerge en las respuestas porque no es tan importante en la experiencia de los estudiantes como lo son, en vez, los otros dos elementos de la tríada? ¿Acaso está invisibilizada en sus respuestas por la ausencia de una “cultura de la investigación” en México? ¿O tal vez ésta no haya emergido por la misma precariedad del mecanismo que fue utilizado?  Recordemos que se trató de una encuesta rápida, informal y poco rigurosa, sin análisis estadísticos, sin que se haya establecido el punto de saturación cualitativo, sin cálculos para determinar su validez, fiabilidad, etc., etc.

Les ruego, entonces, a los lectores que, por favor, no se molesten por haber llegado hasta acá con más preguntas que respuestas. Lo que les quise proponer fue, en cierto modo, un contraejemplo y un ejercicio académico. Así como se puede valorar la salud a partir de la enfermedad o la comida a través del hambre, quise partir de una encuesta informal (precaria) y de la falta de respuestas a preguntas que tienen vital importancia para la concreción del ideal universitario, para ilustrar lo necesario que es promover la cultura de la investigación cuando se quiere “ir a fondo” en la comprensión de un tema. 

En un mundo que tiene una relación ambivalente con el conocimiento –y que está, además, superpoblado por youtubers e influencers de todo tipo, dónde muchos opinan y pocos saben– investigar y difundir el conocimiento es una empresa ardua, a veces ingrata, pero está muy lejos de ser superflua. Cuando hay preguntas cuyas respuestas desconocemos, podemos hacer nuestras apuestas. Pero no es lo mismo “apostar por algo y achuntar de chiripa” que conducir un estudio serio que apunte a una respuesta consistente. Tengamos muy presente un elemento central de la “cultura de la investigación”: el investigador no sólo ofrece resultados, sino que los resultados que él entrega a la comunidad académica y a la sociedad tienen que estar respaldados sí o sí por la idoneidad del proceso. Un investigador puede tener convicciones edificantes y una buena intuición, pero sus convicciones edificantes o su buena intuición no lo eximen de llevar a cabo el proceso investigativo. 

Finalmente, quiero concluir este escrito ofreciendo algo más que un contraejemplo y un ejercicio. Quiero finalizar compartiéndoles que el “importante aniversario” que menciono al inicio de la primera columna, no se refiere al significativo aniversario de 50 años que, como comunidad UPAEP, acabamos de celebrar y que, sin duda, reviste una importancia primordial. Yo hacía referencia al aniversario número 30 de la obra monumental de Alexander Astin (1993) titulada: What Matters in College?: Four Critical Years Revisited, donde el autor recopiló datos longitudinales de 24.847 estudiantes de 309 instituciones diferentes y determinó la influencia de una serie de características institucionales en la experiencia universitaria de los estudiantes. 

¿Qué revela este estudio de más de quinientas páginas sobre el rol de la investigación en las instituciones universitarias? Por ahora, esta pregunta queda abierta. Y acá también aprendemos más sobre la “cultura de la investigación” por medio de la actividad investigadora: un investigador no rehúye a las preguntas, más bien aprende a mantenerlas vivas en su espacio mental, aun cuando le pueda resultar incómodo el “no saber qué sigue”… algo análogo a lo que nos pasa a más de uno cuando terminamos una temporada de una serie apasionante y todavía no fue lanzada la siguiente. Por cierto, el ejemplo me hace recordar algo esencial: una universidad cumple lo que es cuando logra abrir espacios consistentes de investigación y logra, además, que la investigación apasione y sea valorada por toda la comunidad, conquistando mentes, corazones y brazos, tanto entre aquellos que, habiendo decidido cruzar el umbral de lo fake y de la ilusión, optaron por dedicarse a esta tarea, como también entre los que aportan a la misión universitaria desde otros roles igualmente importantes: docentes, técnicos, personal administrativo, equipos de comunicación, mercadotecnia, apoyo a la investigación, seguridad, alimentación, transporte, limpieza, entre otros. Todos suman. ¡Muchas gracias a todos! En esta ocasión, por el tema que estamos tratando, hagamos un reconocimiento especial a quiénes no escatiman esfuerzos en buscar la verdad y reconocen humildemente cuando no saben algo. Su tarea es noble, pues el conocimiento o es verdadero o no merece el nombre de conocimiento. Por otro lado, el “saber de no saber” no es vergüenza, es lo que nos lanza a investigar y es lo que impulsa, incluso a los que no ejercen la función de investigadores, a reconocer su valor. La vergüenza no es “no saber”. Vergüenza es engañar y cobrar por ello, como hacen muchos de los detractores de la educación que abundan en las redes, en la política e, incluso, dentro de las mismas instituciones educativas (pensemos, por ejemplo, en los casos de plagio o en frases inquietantes como “investigar es perder el tiempo”, “un investigador no hace nada”, “toda universidad privada es un fast food”, entre otras tantas necedades que hieren los oídos y el corazón). Generar una “cultura de la investigación” en México implica, sin duda, superar muchísimos desafíos, pero, no bajemos la mirada. Por ahora, ¡elevemos un brindis a la cultura de la investigación! Esa reflexión seguirá.