Putin y Pinocho
25/02/2022
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Foto: Decano de Ciencias Sociales

Mentir es una de las costumbres más repetitivas del ser humano; a excepción, claro está, de mis fieles y amables cuatro lectores, todos mentimos, mucho o poco, con mentirillas o mentirotas. Mentir, pudiésemos decir, es parte de la naturaleza humana, por lo que se ve. Pero hasta los dioses del Olimpo mentían, aunque no tolerasen que lo hicieran los humanos y no se andaban con remilgos para castigarlos. Quienes eran considerados como personificaciones de la mentira eran los “pseudologos”, quizá hijos de Eris, la discordia. Los equivalentes romanos eran los “mendacium”, de donde la palabra “mendaz”, mentiroso. De allí que los romanos dijeran “Mendacium semper in multiloquio” (“La mentira siempre está en el mucho hablar”). Había otra divinidad griega, Ápate, quien personificaba al engaño y al fraude, y era hermana de Dolos, representante de las malas artes y los engaños. De este último personaje procede al parecer la palabra y el significado de “dolo”. Ápate y Dolos fueron algunas de las criaturas que escaparon de la caja de Pandora. Hay una versión que dice que Dolos trabajó como aprendiz de Prometeo, a quien ayudó a fraguar la verdad, pero, en un descuido del titán, metió también al horno a otra figura casi idéntica, pero a la que no había podido terminarle los pies. Por eso, al salir del horno las dos figuras, la verdad (Aletheia) caminaba con seguridad y garbo, mientras que la mentira, obra de Dolos, lo hacía con dificultad e inseguridad.

Así que la mentira siempre nos acompaña, aunque con pasos vacilantes y trastabillando. Y por eso los políticos también mienten, si bien sus mentiras, obviamente, tienen repercusiones más graves que las de nosotros, simples mortales. Pero en las democracias, generalmente, hay más capacidad de detectar las mentiras de los políticos y de exhibirlas; es más, hay incluso quien no tiene mejor ocupación que contar las mentiras de mentirosos compulsivos, como Donald Trump o Boris Johnson, o de mentirosos incorregibles, como lo es nuestro señor Presidente de la República. En los regímenes no democráticos, empero, nadie llama a cuentas al político mentiroso ni se mofa de sus dislates, medias verdades, medias mentiras, imprecisiones dolosas, “otros datos” y mentiras completas. Y Rusia es uno de estos ejemplos, como lo demostró claramente el lamentable discurso de Vladimir Putin, el lunes pasado, cundo reconoció la independencia de las “repúblicas populares” de Luhansk y Donezk, y anunció una intervención militar especial, lo que sea que esto en un principio significase.

Pero ya desde antes, la campaña desinformativa de Rusia había iniciado. Las mentiras son parte integral de las campañas militares, con el objetivo, primero, de justificar una agresión, pero también para engañar al enemigo. Es por eso que, desde hace meses, Putin y sus aliados han hecho gala de una enorme imaginación, culpando a Occidente y a Ucrania de muchas “agresiones”, por ejemplo, que guardias fronterizos ucranianos dispararon contra personas de Bielorrusia, que en los territorios ucranianos prorrusos hay mercenarios estadunidenses combatiendo, que el gobierno ucraniano estaba produciendo armas bioquímicas y buscaba poder fabricar armas nucleares, y que en Donbass se estaba llevando a cabo un abierto “genocidio”. Estas falsedades se encuentran en parte en las redes sociales; nadie puede negar que la propaganda rusa ha sido muy exitosa, tratando de justificar su brutal agresión a un pueblo soberano y libre, como lo es el ucraniano. Los países occidentales se vieron rebasados por dicha campaña, no supieron leer los mensajes a tiempo, por lo que las sanciones económicas llegan algo tarde y muy probablemente no sean suficientes (con la complicidad, hasta ahora, de Suiza, ejemplo lamentable). Ucrania, entonces, se ha quedado sola, enfrentada a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Poderoso quizá no mucho por su modernidad, sino sobre todo por su enorme cantidad de material y de soldados.

En el discurso del lunes 21 de Febrero, el señor Putin quiso dictar una cátedra de historia, aunque, como era de esperarse, estuviese llena de información falsa. Ya sabemos que muchos políticos de corte autocrático sienten una especial debilidad por la historia, añorando volver a supuestos tiempos mejores. Aquí en México ya conocemos el tema. Putin al parecer siente añoranza por las épocas, para él “doradas”, del imperio ruso y de la Unión Soviética. Recordemos que, en los tiempos del imperio, los zares tenían dos obligaciones principales: una era la de engendrar un heredero sano; la otra era la de extender las fronteras rusas. Y Putin, al parecer, está en línea con esta última obligación (de la primera no tengo información), pues ya desde su discurso para dar a conocer la anexión de la península de Crimea, en 2014, expuso su plan de crear una “Eurasia”, desde el Báltico hasta el Pacífico, bajo la guía, la protección y la inspiración de Rusia. Y Rusia es Putin.

Así que los países occidentales ya estaban advertidos, pero cayeron en el error, particularmente en Alemania y en Estados Unidos, de creer que con un tirano se puede negociar y que es posible mantenerlo calmado, haciéndole concesiones durante años. De este sueño inocente despertaron antenoche a cañonazos.

Volviendo al discurso de marras, ya desde que estaba terminando Putin de pronunciarlo empezaron a aparecer comentarios en las redes sociales acerca de las enormes mentiras pronunciadas. Las “mañaneras” se quedaron cortas, haciendo palidecer de envidia a nuestro Presidente. Hubo incluso quienes dijeron, como el politólogo Eugene Finkel, de la Universidad Johns Hopkins, que este discurso no requiere de alguien que revise las mentiras, sino de alguien que traiga al psicoanalista. Steven Seegel, de la Universidad de Tejas, se preguntó por dónde habría que empezar a analizar, ante tal cúmulo de mentiras. Aquí vemos qué tan peligroso es el manipular e instrumentalizar la historia desde el poder, ya que con eso puede uno justificar y lanzar una guerra de agresión.

Veamos algunos ejemplos: dijo el tal Putin que Ucrania es una invención de la Rusia soviética, por lo que, como consecuencia, Ucrania no tiene derecho a ser un Estado soberano; esto es, su “invención” y su independencia son “errores históricos”. Ciertamente, podemos decir que Rusia y Ucrania tienen raíces comunes. Su historia arranca con la “Rus de Kiev”, una alianza de tribus eslavas orientales que perduró desde el siglo IX hasta el XIII. Sin embargo, la ciudad de Kiev es más antigua, pues hay ya referencias a ella desde fines del siglo V. En el siglo IX, los vikingos o Varegos se apoderaron de ella, convirtiéndola después en la capital de la Rus. Así que Bielorrusia, Rusia y Ucrania comparten estas raíces comunes. Pero a partir del siglo XIII, cada país tomó su propio camino; durante mucho tiempo, gran parte de Ucrania estuvo bajo influencias occidentales y sus ideas nacionales se formaron desde fechas muy tempranas. La formación de la nación ucraniana continuó durante todo el siglo XIX y culminó en 1917, al fundarse la “República Popular Ucraniana.”

Así que, en la clase de historia del lunes, Mr. Putin se saltó la friolera de 7 siglos y afirmó que los bolcheviques fundaron a Ucrania, lo cual es más falso que la afirmación de que México existe desde hace más de 10 mil millones de años.

Otra justificación de la guerra de ocupación fue el tema de la corrupción en Ucrania. Dijo el tirano ruso que este flagelo ha rebasado todo límite en Ucrania, en donde “florece como nunca antes”. Aquí es claro, evidentemente, que estamos ante la típica escena del burro hablando de orejas. Sí, es cierto, la corrupción es un problema en Ucrania, que ocupa, según Transparencia Internacional, el lugar 122 de 180 países. Pero resulta que Ucrania ha hecho grandes progresos –al contrario de México, lugar 124- y ha ido mejorando su posición año con año. Rusia, por su parte, está en lugar 136, o sea, peor que Ucrania y que México, por lo que habría que invadirla, entonces, según el “razonamiento” del inmaculado Putin.

Una última mentira del discurso putinesco, porque se me acaba el espacio. Se trata de una afirmación que, repetida hasta la saciedad, ha encontrado buen eco en muchas personas inocentes en Occidente. Yo mismo he escuchado a muchos analistas creerse este cuento y mostrar comprensión por el pobre Putin (o, para que se oiga más elegante: por el pobre Vladimir): el líder ruso se queja de que en Polonia y en Rumania hay sistemas para disparar misiles crucero Tomahawk, que podrían alcanzar fácilmente territorio ruso, pues su alcance es de 1 600 km. Putin llegó a afirmar, dicen algunos, que los Estados Unidos tampoco estarían de acuerdo en que en México los rusos instalaran misiles semejantes. Pero esta afirmación no es correcta. En primer lugar, se trata de un proyecto de la OTAN y de los Estados Unidos para instalar sistemas defensivos antimisiles, para los que se emplea el sistema “Aegis Ashore”, que está en servicio desde 2016 en Rumania y que pronto estará activo también en Polonia. Es cierto que las rampas de lanzamiento “Mk41” también podrían disparar misiles de ataque, como los Tomahawk, pero para eso necesitarían otra técnica y otro software; los sistemas instalados en Polonia y en Rumania solamente pueden lanzar misiles antimisiles, es decir, es una instalación defensiva. Los Estados Unidos le han propuesto ya a los rusos organizar visitas de control a dichas instalaciones, para tener tranquilo al tirano del Kremlin.   

Probablemente en nuestra columna de la próxima semana regresaremos a las mentiras del discurso del 21 de Febrero, pues aún hay más. Hoy terminaremos con un comentario sobre el pueblo ruso y su gobierno autoritario y expansionista. Si revisamos la historia, nos daremos cuenta de que los rusos son un pueblo muy sensible para las artes, que aman la música, que son talentosos para muchas cosas, que aman la diversión y el “agüita” (el vodka). Rusia es tierra de grandes músicos, literatos, arquitectos, bailarines, compositores, dramaturgos, etc. Es un país que tiene más de mil años de historia, como hemos visto; es un pueblo que ha sufrido mucho bajo regímenes autocráticos como en la época de los zares; luego fue oprimido bajo la bota comunista y ahora padece a Putin. Pero hay algo, en esta larga historia, que los rusos nunca han tenido; y esto que nunca han tenido no pueden defenderlo, pues no lo conocen; no pueden darlo, pues no lo tienen; no pueden valorarlo, pues no lo han vivido; no pueden entenderlo, pues no han tenido oportunidad de apreciarlo; no lo pueden reclamar, pues no saben de su necesidad; no pueden entender que los ucranianos lo defiendan, pues su historia es distinta. Esto, que el admirable y sufrido pueblo ruso nunca ha tenido, es la libertad.