Alma Rosé y el poder de la música
22/03/2023
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

La violinista Alma Rosé fue una mujer moderna del período de entreguerras. Nació el 3 de Noviembre de 1906 en Viena. Provenía de una destacada familia judía de artistas: su padre fue uno de los violinistas más destacados de la Viena de la época: Arnold Rosé (1863-1946), quien fue durante 57 años concertino de la Ópera de la Corte de Viena y, con interrupciones, de la Orquesta Filarmónica de Viena; fue además el fundador del célebre “Cuarteto Rosé”. La madre de Alma, Justine (1868-1938), era hermana nada menos que del gran compositor Gustav Mahler (1860-1911), a la sazón director de la Ópera de la Corte (Hofoper). La esposa de este último, Alma Mahler-Werfel, fue madrina de la niña; ella misma era una compositora muy hábil, pero no pudo destacar porque Mahler, antes de casarse con ella, le dejó muy claro que en casa solamente habría un compositor: él. Así que Alma Mahler dejó su carrera musical, que era muy prometedora. De ella tomaron los papás de la joven violinista el nombre para su hija. Arnold Rosé se separó de la comunidad judía en 1891; su esposa Justine dio el mismo paso en 1902.

Alma siguió los pasos de su padre y, bajo su guía, se convirtió en una destacada y exitosa violinista. Dio conciertos en muchos escenarios europeos y vivió en un círculo de personas interesantes y de músicos destacados. Junto a él debutó en Viena el 16 de diciembre de 1926 en el Großer Musikvereinssaal como solista en el doble concierto para dos violines (Re menor, BWV 1043) de Johann Sebastian Bach (1685-1750). Si bien no se conoce ninguna grabación de aquella ocasión, existe una, también con su papá y con la misma obra, pero de 1928, en la que se puede escuchar el segundo movimiento (Largo, ma non tanto): https://www.youtube.com/watch?v=0WMPUcXsrqY.

Los años siguientes estuvieron marcados por giras de conciertos como solista instrumental. En 1930 se casó con el violinista checo Váša Příhoda (1900-1960), ya entonces muy famoso. Los testigos fueron Arnold Rosé y el escritor Franz Werfel, con quien Alma Mahler, ya viuda del compositor, estaba ahora casada. Alma Rosé continuó sus giras de conciertos, ocasionalmente junto con su esposo, y siempre regresó a Viena. Aquí, en 1932, fundó una pequeña orquesta de nueve a quince mujeres, a la que llamó "Wiener Walzermädeln" (algo así como “Las muchachas valsistas de Viena” o “Las chicas vienesas del vals”), que realizó una importante gira europea en 1933. El repertorio incluía valses, operetas y música de salón. En 1935 Alma Rosé y Váša Příhoda se divorciaron.

Su ascenso a violinista estrella y su vida feliz y plena haciendo música y recorriendo el continente terminaron brutalmente al estallar la Segunda Guerra Mundial: después de la anexión de Austria a la Alemania hitleriana, el llamado “Anschluss”, las "Wiener Walzermädeln" tuvieron que disolver la pequeña orquesta. En 1939 Alma y Arnold, su padre, lograron escapar a Inglaterra. Allí, los dos pudieron revivir el “Cuarteto Rosé”, que recibió sus primeros compromisos de trabajo a partir de fines de 1939. Sin embargo, como Alma no lograba obtener un permiso de trabajo para actuar como solista, aprovechó una oferta para tocar en La Haya, por lo que viajó a Holanda, con la mala suerte de que su viaje coincidió con la ocupación alemana del país. Imposibilitada de huir nuevamente, logró sobrevivir durante un tiempo dando conciertos en casas privadas. También se casó por conveniencia con el estudiante de medicina Constant August van Leeuwen Boomkamp, para estar más protegida frente a las autoridades nazis. Sin embargo, fue arrestada en 1942 y solo pudo ser liberada con la ayuda de su esposo y de una amiga, la luchadora de la resistencia Marie Anne Tellegen. Alma intentó huir a Suiza a través de Francia, pero la policía de ocupación alemana la reconoció en Dijon y la deportó al terrible campo de concentración de Auschwitz-Birkenau en julio de 1943. 

Una vez allí, como era una reconocida violinista y los criminales nazis le daban una gran importancia a la música, en el campo se le encomendó la dirección de una orquesta de mujeres, la llamada "Orquesta de Niñas de Auschwitz" (“Mädchenorchester”). Este hecho merece un comentario. En efecto, los dirigentes nacionalsocialistas, empezando por Hitler, daban mucha importancia al arte en general y a la música en particular, aunque rechazaban categóricamente todo arte que no fuese “ario” o que fuese judío, llamándolo “arte degenerado”: entartete Musik, entartete Kunst. De ahí la devoción con la que escuchaban la música de Richard Wagner (1813-1883), compositor reconocido por sus posturas abiertamente antijudías. Wagner había escrito, ciertamente, música de una genialidad sublime e innegable, pero como persona era poco menos que una sabandija. Su libelo “El judaísmo en la música” (“Das Judenthum in der Musik”), publicado de manera anónima en 1850, está plagado de prejuicios y de odio contra los judíos. Muchos de los líderes nazis eran hábiles músicos, como el criminal de guerra Reinhard Heydrich (1904-1942), quien era un virtuoso violinista. Por eso mismo, todos los campos de concentración tenían al menos una orquesta, formada por regla general por los mismos reclusos. En el campo de Auschwitz había cinco orquestas. Una de ellas era la que dirigía Alma Rosé. 

Los orígenes de la pequeña orquesta de prisioneras se deben a Maria Mandl (1912-1948), quien formaba parte del personal de vigilancia de Auschwitz. Mandl era de origen austriaco y, como buena integrante del nacionalsocialismo, era una persona brutal y amante de la música. Nazi convencida, se le atribuye la responsabilidad por la muerte de unas 500 000 mujeres en ese campo de concentración. Fue ejecutada al terminar la guerra por sus crímenes de lesa humanidad. Cuando Mandl se convirtió en directora del campo de mujeres de Auschwitz-Birkenau, en Octubre de 1942, rápidamente se dispuso a fundar una orquesta de mujeres. A fines de diciembre, reclutó a mujeres músicas entre las reclusas y encomendó la dirección del conjunto a Zofia Czajkowska (1905-1978), una prisionera polaca que se hacía pasar por familiar del compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893). La orquesta comenzó a tomar forma, pero no lograba consolidarse hasta julio de 1943, cuando llega una figura extraordinaria al campo de concentración: Alma Rosé. La supuesta pariente de Tchaikovsky quedó de ahora en adelante como asistente de Rosé. Aunque muy pocas de las mujeres de la orquesta eran músicas profesionales, la capacidad musical y la destreza organizativa de Alma pudo formar un conjunto que incluso los secuaces nazis respetaron. Alma logró que sus muchachas fuesen más o menos respetadas, por lo que, en su corta historia, prácticamente todas sobrevivieron. Alma aprovechó su talento para salvarlas de la muerte. Es decir: quien participase en la orquesta tenía una especie de “boleto hacia la sobrevivencia”.

Al llegar a Auschwitz-Birkenau, Alma fue enviada al Bloque 10 para someterse a los experimentos médicos del Dr. Josef Mengele (1911-1979), el cruel “ángel de la muerte” (llamado así por sus inhumanos y crueles experimentos con prisioneros). Alma pidió poder tocar el violín por última vez, pero los sonidos que emanaron de su violín le salvaron la vida, al menos esta vez: Maria Mandl la sacó del bloque y le encargó la dirección de la orquesta de mujeres. Rápidamente Alma comprende lo importante que es ser parte de la orquesta. Como prisioneros, no tienen ningún valor a los ojos de los guardias, pero su condición de músicos puede evitarles palizas, abusos y, sobre todo, la muerte.

Alma sólo aceptaba mujeres judías en la orquesta, sabiendo que esto les daría la oportunidad de sobrevivir. Negoció con Maria Mandl las formas de mejorar gradualmente las condiciones de la orquesta: para proteger la madera de los instrumentos, los ensayos tendrían que realizarse en un espacio con calefacción y no al aire libre. Asimismo, las mujeres de la orquesta estaban liberadas de los trabajos forzados, pues así podían tener tiempo para ensayar. A diferencia de los demás prisioneros, las mujeres de la orquesta podían descansar un día a la semana y tenían un colchón para dos personas, no para ocho. Gracias a Alma Rosé, el bloque de la orquesta de mujeres de Birkenau se convirtió en el único en beneficiarse del cambio de sábanas semanal, una ducha por semana y una hogaza entera de pan para 4 mujeres al día.

Maria Mandl quería asegurarse de que su orquesta de mujeres estuviese al mismo nivel que la orquesta de hombres del campo de concentración. Por lo tanto, estaba dispuesta a conceder ciertos favores a las mujeres del grupo. Alma comprendió bien que cada una de ellas debía su vida sólo a su instrumento. Era muy estricta durante los ensayos. Cuando las mujeres no tocaban bien, señalaba el crematorio y les decía: "Si siguen así, terminaremos allí". Gracias a Alma Rosé, muchas mujeres lograron escapar de la muerte. 

Desgraciadamente, la propia Alma no sobrevivió al Holocausto. El 2 de abril de 1944, Maria Mandl la invitó a un concierto privado. A su regreso, Alma se quejó de fuertes dolores de cabeza y murió unos días después, el 4 o 5 de abril. Las causas de su muerte no han sido aclaradas: se habló de meningitis, de una intoxicación alimentaria o de un posible envenenamiento por parte de algunos presos que la envidiaban por su influencia sobre Maria Mandl. En un raro gesto de humanidad, el guardián del campo le concedió un último homenaje a la talentosa violinista: el cuerpo de Alma, vestido de blanco, recostado en una camilla cubierta con una sábana blanca, fue llevado al crematorio, salpicado de rosas rojas, acompañada de las integrantes de la orquesta.

Después de la muerte de Alma, la orquesta siguió existiendo, pero solo por un corto tiempo. Cuando los nazis comenzaron a evacuar los campos del este, los músicos fueron trasladados en tren desde Birkenau a Bergen-Belsen. Su buena condición física y mental les permitió sobrevivir hasta que el campo fue liberado en abril de 1945. La fuerza y el amor de Alma Rosé por la música y por sus compañeras las salvó, por lo que no podemos evitar pensar en esas palabras de San Francisco de Asís, acerca del poder de la música: “Incluso la más pequeña canción puede iluminar la más grande obscuridad”.