Como en anteriores columnas lo hemos explicado, desde hace algún tiempo la relación bilateral entre México y Estados Unidos pasa por momentos de tensión y discordia en diversos temas. Desde el económico con un desacuerdo en materia energética que corre por las vías del TMEC, hasta rispidez por el tema del combate al crimen organizado, aunado a una inusual preocupación sobre la regresión democrática y los derechos humanos en México.
Ante tal complejidad, vale la pena ir por partes, por lo que en este breve texto expreso algunas reflexiones sobre el tema del combate al crimen organizado y el tráfico de fentanilo.
En primer lugar, vale la pena reafirmar que los temas de la agenda bilateral suelen politizarse con facilidad de ambos lados de la frontera, debido al carácter interméstico de la relación. Los temas bilaterales además de ser asuntos de política exterior, son temas álgidos de política interna para ambos países, que movilizan intereses, corrientes ideológicas, pasiones y fobias en ambos lados de la frontera.
El tema de la migración indocumentada es claramente un reflejo de lo anterior. Ahora, el tema del crimen organizado y su relación con el tráfico del fentanilo está adquiriendo esas características. Ha dejado de ser sólo una prioridad para las agencias de seguridad y antinarcóticos, para convertirse en una emergencia de salud pública en Estados Unidos. Las muertes provocadas por el consumo de opioides, se ha convertido en la primera causa de defunción entre población blanca joven de aquella sociedad.
Con un periodo electoral en puerta (noviembre del próximo año), el tema se está partidizando en EEUU. Políticos de ambos partidos, esgrimen argumentos legítimos sobre el problema bilateral. Pero también ganan terreno posturas radicales y demagógicas, sobre todo por parte de algunos republicanos de poco peso todavía, que se encuadran más en el golpeteo político contra el presidente demócrata, que en el marco de formular soluciones realistas, efectivas y consensuadas con el vecino del sur. Un ejemplo de esto ha sido la retórica articulada por W. Barr (Exfiscal) o por congresistas republicanos como Crenshaw (Texas) y Waltz (Florida), que caracterizan a México como un estado fallido, narcoestado están a punto de decir, hacia el que es necesario utilizar métodos militares para erradicar de fondo la problemática.
Ésta politización doméstica también se ha trasladado a México, país que en el año 2024 tendrá un proceso electoral y cuyo gobierno ha decidido utilizar la estrategia de envolverse en la bandera contra los “gringos intervencionistas”. Esto con el objeto de afianzar su retórica de nacionalismo y transformación, frente a un horizonte de nulos resultados de gobierno que presentarle al electorado.
En un segundo gran aspecto, dada la complejidad de los temas bilaterales, el tratamiento de éstos se suele llevar a través de diversos canales de interlocución en los que las posturas, mensajes y acciones muchas de las veces no son del todo congruentes entre sí. El canal que se conforma entre presidentes tiene una dinámica distinta a la que se da en el canal transgubernamental, nivel de interlocución constituido por las agencias de estado que se vinculan con sus contrapartes (DEA, FBI, Fiscalía y de lado de México Secretaría de Defensa, Fiscalía General entro otras).
El canal transgubernamental, a su vez, funciona con lógicas distintas al canal legislativo donde ambos congresos fijan posturas, presionan y exigen cuentas a los actores anteriormente mencionados sobre los temas bilaterales que impactan a sus respectivos votantes; ratifican (o no) acuerdos bilaterales y en última instancia, sancionan recursos públicos para esquemas de colaboración. Y finalmente está el canal de la opinión pública que, en ambos países, reacciona y moldea los márgenes de lo aceptable y legítimo dentro de los cuales operan los actores antes mencionados.
En este caso, en el canal de presidentes, el tema del crimen organizado y el tráfico de fentanilo ha tenido poca presencia y estridencia. En general, la imagen que ambos presidentes han mostrado es de consenso y voluntad de combatir este mal que aqueja a ambas sociedades. El presidente Biden no ha expresado públicamente críticas en contra del gobierno de su homólogo. Al parecer el asegurar la colaboración mexicana en la contención de la migración indocumentada lo limita de forma importante.
La tensión ha incrementado considerablemente en el nivel transgubernamental. En ese nivel, la confianza y la cooperación se ha venido deteriorando de forma preocupante y las agencias estadunidenses involucradas han hecho pública su inconformidad con respecto a México. Ante ello, el presidente mexicano ha decidido escalar la tensión, minimizando o desacreditando, él directamente, las acusaciones de las agencias y funcionarios estadounidenses. Hace poco negó ante toda evidencia, que México sea una geografía de producción de fentanilo, condición que el propio ejército mexicano había confirmado.
Ese tipo de posturas están polarizando aún más el tema en los Estados Unidos. Un funcionario menor, contestó al presidente que, a diferencia de México, Estados Unidos “no mete sus problemas debajo de la alfombra”. Hace algunos días, el Secretario de Estado A. Blinken fue increpado en el congreso estadounidense y fue orillado a afirmar que partes de México son controladas por el crimen organizado y no por el Gobierno, lo que abonará aún más al descrédito de México ante la opinión pública estadounidense.
De ésta vorágine se desprenden por lo menos dos grandes riesgos. Que el canal de interlocución de los mandatarios sucumba a ésta tensión y polarización, con lo cual las condiciones para articular esquemas de cooperación binacional efectivos, se erosionarían aún más en el futuro cercano. Y dos, que este ascenso a los extremos, fortalezca la inercia política en la que se encuentran ambos gobiernos. Inercia en la cual le trasladan la culpa del problema al vecino y les facilita eludir tanto su responsabilidad en el problema del tráfico de drogas, como su responsabilidad sobre los efectos que éste problema le causa a sus poblaciones.
Efectos que, para ambos lados de la frontera, están llenos de violencia y muerte.