Hay un dístico bíblico del sabio Cohélet que reza así: “Donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor” (Ecl 1,18). Es un versículo oscuro y problemático, un versículo que nos conmueve porque no ofrece una visión simplista o superficial de la vocación académica, sino una visión realista y tal vez, por eso mismo, una visión dramática.
Avancemos un poco más en el análisis. El versículo establece una proporción directa: a mayor sabiduría, mayor pesar (dolor, penas, etc.). De esta proporción no nos hablan cuando estudiamos un posgrado, pues no es socialmente atractiva. ¿Acaso no deseamos, como académicos, abundar en conocimientos, experiencia y saber para ser más felices? Solemos pensar que esa abundancia permeará en nuestros colegas, estudiantes, lectores… En efecto, esa abundancia de saber es una riqueza social, genera impacto favorable, progreso, transformación, mejoría. Y no es que la Escritura niegue los efectos colaterales benéficos que traen consigo los sabios en una sociedad, sino que enfoca el problema desde otra perspectiva: la vivencia íntima del propio sabio.
Y, ¿por qué es la “pena” lo que aumenta en la vivencia íntima del sabio, y no la dichosa alegría y la plenitud al ver el fruto de su labor? Porque una persona que sabe (que sabe profundamente), reconoce las causas del mal moral que ella y los demás cometen con mucha mayor claridad que los que las ignoran; porque una persona sabia conoce más que nadie los riesgos del mundo y experimenta un temor que tal vez los demás ignoran. Porque una persona sabia sabe sin ningún atisbo de ingenuidad de lo que es capaz el corazón humano y puede anticipar los dolores que sobrevienen en la convivencia social.
¿Es esta una visión pesimista del auténtico saber? ¿El dolor es el precio a pagar por adquirir madurez espiritual y sabiduría? Ciertamente el “realismo” de este versículo contrasta con nuestras costumbres contemporáneas de “saber es poder” (dominio y autoridad sobre los demás), “saber para producir” (economía del conocimiento) o incluso “saber para publicar” (en el mejor de los casos, generosidad, en el peor, vanidad). Hemos funcionalizado el saber a tal grado, que el saber mismo ha perdido espesor, ha perdido su carácter de finalidad y más bien se orienta a cualquier otro fin en la cartografía de nuestra existencia. La prueba misma es que algo que en otro momento hubiera escandalizado: “industria del conocimiento”, hoy es parte de la jerga común.
Que la sabiduría también tiene sus mieles, nadie lo niega. Salomón afirma que la sabiduría y el conocimiento llenan la vida de alegría (Cfr. Prov 2,10). Pero la miel se puede beber al mismo tiempo que la hiel. ¡Esto es lo dramático de la sabiduría! Por supuesto que el sabio experimenta un profundo gozo en el encuentro con la verdad, en la aplicación del conocimiento, en compartir un hallazgo con sus colegas, en poner su “saber al servicio” de los demás. El más profundo de los saberes provoca, a la par, gozo y sufrimiento.
Veamos un ejemplo: mi hija más pequeña cumplió ayer seis años. Su alegría me embriaga. Toda ella, su sonrisa, sus ocurrencias, sus pláticas, sus juegos, sus travesuras, sus detalles… son fuente de una profunda alegría. ¡Tiene razón el versículo de Proverbios! Pero también sé del siglo y del mundo en que nació, sé cómo los cárteles (aunque lo nieguen las autoridades) se han apoderado de nuestras calles y de nuestras ciudades; sé que nació en un país machista, violento y corrupto… sé que… [prefiero ya no seguir]. Y entonces la tristeza es la que me embarga. ¡Tiene razón el versículo del Eclesiastés!
Hay algo de utilidad en el dolor. Nos motiva a salir, a surgir, a no estacionarnos, a liberarnos. Si a la sabiduría sólo le correspondiera como efecto el placer, entonces los sabios cómodamente “balconearían” la vida, se quedarían disfrutando la miel en la propia torre de marfil que cada uno habitara. Gracias al aliciente de la inconformidad y el malestar, gracias a la insatisfacción y al sufrimiento, es que el que es verdaderamente sabio, sale de sí, tiene la urgencia de cambiar el estado de cosas, busca remedio a su dolor y al dolor social construyendo un mundo mejor. Gracias al dolor es que el “saber para servir” puede ser una pretensión válida y significativa.