Sin ocio no hay lugar a la innovación
27/04/2023
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Director General de Innovación en Modalidades Educativas

Quien mata el ocio hipoteca el futuro e impide el progreso. Y esto no es una revelación extraída de libros de autoayuda, charlas TED Talks o del último video del influencer en turno. Es una intuición de cuño griego.

Cuando Joyce escribió su Ulysses -cuyo protagonista es el judío Leopold Boom que sigue una aventura semejante a las relatadas por Homero- nos dio a entender que nuestra cultura es un país atravesado por dos ríos: uno de ellos nace en Israel, el otro en Grecia, y esos dos ríos son dos textos que alimentan nuestra cultura: la Biblia hebrea y la doble epopeya griega: la Iliada y la Odisea. Benedicto XVI toma la intuición de Joyce y añade un tercer río: Roma. Él afirma: “la cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma” (Discurso ante el Reichstag, Berlín, 22-sep-2011). 

La fe de Israel ensancha, esperanza, alegra… es el vector de la trascendencia. El logos griego aportó solidez, rigor, validez, consistencia, argumento… fue el vector del pensamiento científico. El ius romano generó instituciones, leyes, objetividad, equidad, orden, ciudadanía… fue el vector de la administración, de los derechos y deberes. La Universitas, fruto maduro de la cultura occidental medieval, tenía claro ese triple anclaje. Es curioso que las tres primeras facultades fueron esas: la de teología, la de filosofía y la de derecho; después se añadirían otras, como la de medicina o las artes mecánicas.

Logos no sólo es pensamiento riguroso; no sólo es ciencia exacta que, a la luz de un método, alcanza verdades universales o bien, aplica determinados principios a los casos particulares. Logos es también creatividad, ingenio, hallazgo, heurística. Logos es capacidad de mirar la realidad de forma no ordinaria y por eso encuentra respuestas no ordinarias a problemas ordinarios. Logos es respuesta ante los desafíos, formulación de hipótesis, disrupción de paradigmas o golpe de genialidad. El logos también es, en pocas palabras, innovación.

Por supuesto, los griegos se dieron cuenta de algo fundamental: el logos no puede desarrollar respuestas disruptivas y traspaso de paradigmas si no se le da solaz, calma, descanso de las actividades ordinarias. En efecto, usted póngase a rellenar formularios y a capturar esos datos en una base. Someta su pensamiento a actividades rutinarias. Más aún, sométalo a actividades rutinarias y hágalo con estrés (por ejemplo, esa misma captura de datos, pero en media hora…) Al final se dará cuenta de que, después de ese sometimiento, el logos no es capaz de creatividad e innovación.

Al tiempo de calma y descanso los griegos lo llamaron (σχολή - sjolé) y eso significaba ‘tiempo libre’. Los latinos tradujeron el término por ‘otium’ (ocio). Hay gente que, dicho sea de paso, no dispone de ese tiempo libre (nec-otium = negocio), todo el día está en el trajín de las actividades. No hay que entender lo anterior como una forma de clasismo. No es un tema de quién es superior y quién inferior, sino que es una descripción fáctica: hay quien tiene el tiempo y hay quien no. Ahora bien… tener el tiempo era la condición de posibilidad para hacer auténticos cambios e innovaciones. Y lo mismo necesitó ocio (del sano y del bueno) Arquímides, para encontrar la medida de la densidad de los sólidos sumergidos en líquidos, que Einstein para explicar su teoría de la relatividad general.

Permítanme un ejemplo irónico/incómodo. Imagínese a un Einstein llenando formularios de un ERP antes de ir a clase, luego sacando analíticas de un LMS, posteriormente ir a su segunda y tercera clases, para luego regresar y calificar exámenes y subir videos a la plataforma, y en el ínterin, acudir a juntas interminables, firmando actas, yendo a más juntas, salir por los hijos a sus escuelas y comer, para regresar por la tarde a una clase más, contestando más o menos unos 40 emails diarios. Ya lo tiene usted: no hubiera habido Einstein.

¿Qué tenemos cuando no hay ocio? 1. Demasiado estrés. 2. Nula innovación. 3. Estancamiento rutinario. 4. Cursos enlatados. 5. Alumnos descontentos. 6. Poca investigación. Eso sí, nuestros índices de “productividad” se elevarían cada vez más. ¿A qué costo?

No abogo por el mal “ocio”. Nadie en su sano juicio lo defiende. El mal ocio es injusticia, es inequidad laboral, es pereza, turismo académico y cinismo laboral. Pero el buen ocio es tiempo para compartir, platicar entre colegas, leer, estudiar, debatir… Sin ese tiempo las ideas no fraguan y los proyectos no se cristalizan. Sin tiempo para la reflexión denodada, la semilla no echa raíces, el árbol crece débil y probablemente no haya frutos (o los haya muy pobres). Sin ocio no hay innovación.