¿Estado laico o Estado anticatólico?
04/07/2023
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

El pasado lunes 26 de junio, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) emitió un mensaje con relación a la libertad religiosa y al Estado laico, movida por la preocupación de que se prohíba en México la colocación de “nacimientos” en espacios públicos y pagados por el erario, esto es, pagados con el dinero de las arcas públicas. Este tema, que aparentemente es baladí, no es nada fácil de discutir. Debemos partir de una pregunta crucial: ¿Cómo puede conciliarse el deber del Estado, de mantenerse neutral frente a las religiones observadas por sus ciudadanos, con el derecho de las personas de ejercer libremente su religión y de ser tratados por igual ante la ley? Es decir: ¿Qué tan “neutral” debe ser el Estado frente a las religiones?

Aquí hay que señalar que hay varios tipos de Estados en cuanto a su relación con la religión. Tenemos, por ejemplo, el caso de Irán, que es una república islámica, es decir, una república teocrática basada en el islam chiita. Otros países, como Alemania, no son laicos, sino “seculares”. En este caso, la Ley Fundamental alemana (es decir, la constitución) no considera expresamente una separación entre el Estado y la religión, pues su artículo 4° solamente consagra principios seculares, como la libertad de religión y la neutralidad del Estado, que reconoce en los ciudadanos la libertad individual de escoger y practicar una religión, o de no tener ninguna. Esto quiere decir que nadie puede ser obligado a aceptar o a abandonar una creencia determinada (“libertad religiosa negativa”), y también que toda persona tiene el derecho a practicar la religión que desee dentro del marco que las leyes prescriben (“libertad de religión positiva”). Un Estado secular debe ser totalmente neutral con respecto a todas las religiones y no debe favorecer o perjudicar a ninguna; además, no sigue principios rígidos, sino que actúa con cierta flexibilidad y apertura

En el caso de los Estados laicos, como Turquía, Francia o México, el Estado y la religión están estrictamente separados por mandato constitucional. La diferencia entre Estados laicos y Estados seculares es más comprensible si seguimos al sociólogo francés Jean Baubérot, para quien el Estado secular emerge del proceso de secularización, esto es, del hecho de que la sociedad ya no se define a sí misma según criterios religiosos y en donde muchas personas incluso se distancian de la religión y de sus prácticas y creencias, lo cual es un asunto eminentemente personal. El laicismo, sigue diciendo Baubérot, puede encarnar reglas universales, por lo que representa un orden político, mientras que la secularización representa una dinámica social. México, debido a la influencia de la cultura francesa del siglo XIX, siguió el camino del Estado laico, por lo que hay una separación estricta, anclada en la Constitución, de todo aspecto religioso frente al Estado, la cultura y la educación. Esto explica por qué, en las escuelas públicas mexicanas, no se enseña religión, mientras que en las escuelas públicas alemanas se puede optar por clases de religión católica, de religión luterana o por clases de ética, para aquellos niños cuyos padres no deseen clases de religión para sus hijos.

Los Estados seculares son, por lo mismo, más flexibles en estas relaciones entre lo político y lo religioso que los Estados laicos. De hecho, son pocos los Estados estrictamente laicos, como los que hemos mencionado –Francia o México-, a los que podemos añadir a Mali y a Burkina Faso, ambas naciones africanas con fuerte influencia cultural y política francesas, debido a su pasado colonial.

Sin embargo, en cada país se practica el laicismo de manera diferente. En Turquía, por ejemplo, el régimen de Recep Tayyip Erdogan ha hecho más flexibles algunas prácticas religiosas en la vida pública y en Francia algunas escuelas privadas católicas reciben subvenciones estatales. Esto nos hace recordar que la vida política y social de una nación es un fenómeno dinámico, no estático, por lo que la política debe orientarse siempre hacia el futuro, máxime cuando el número de agrupaciones religiosas ha crecido muchísimo y el de personas practicantes ha disminuido mucho. Nuestro mundo ya no es el de hace 100 años.

De todas formas, también el laicismo trata de manera diferente a las religiones, pues estas no juegan siempre el mismo papel histórico y cultural en una sociedad. Así, aunque en México haya muchas agrupaciones religiosas, muchas de ellas de nuevo cuño, la cultura mexicana tiene más elementos del catolicismo por razones históricas. En Francia, a pesar de ser la cuna del Estado laico, se trata mejor a los católicos que a los musulmanes; es decir, estos últimos son más discriminados que los cristianos secularizados. En Alemania, a pesar de la neutralidad del Estado frente a las religiones, es perfectamente normal ver un crucifijo en una sala de juicios, detrás de los jueces, es decir, presidiendo la sala. 

Por otro lado, hay muchos elementos culturales de una nación que, si bien tuvieron un origen religioso, con el paso del tiempo han ido perdiendo esa impronta, de tal manera que, hoy en día, no hay que ser cristiano para celebrar la Navidad ni para ausentarse del trabajo en la Semana Santa. Por eso es muy complicado imaginarse, en el siglo XXI, a un Estado democrático que no contemple estos elementos y que se maneje de una manera drástica frente a lo religioso, como si estuviéramos aún en el siglo XIX. En efecto: el término “laicismo” (que, por cierto, proviene del griego laïkós, “perteneciente al pueblo”) se empleó en Francia como término opuesto al clericalismo. El laicismo francés se refería a un programa que promovía activamente la expulsión de la iglesia católica de la vida social y política del país, particularmente de las escuelas, lo que desembocó en la Ley de la Separación del Estado y de la Iglesia” de 1905. En esta ley, la religión quedó convertida en un asunto estrictamente personal, las congregaciones religiosas fueron degradadas a asociaciones civiles y se prohibió que el Estado apoyara actividades religiosas. Procesos similares ocurrieron en América Latina (como en México, por ejemplo) o en Italia, en donde el laicismo se convirtió en una especie de juego radical para reducir todo lo posible el ámbito de influencia de la Iglesia católica. Al poco tiempo, la situación de rivalidad entre la Iglesia y el Estado francés entró en una fase de acercamiento y las relaciones entre ambos mejoraron substancialmente, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial.

El revivir las pugnas del siglo XIX mexicano doscientos años después no tiene sentido. La sociedad, el gobierno, la Iglesia, la cultura política y el Estado han cambiado mucho, pues la sociedad ya no es tan homogénea en términos religiosos como lo era antes, además de que las cosas no se ven con los mismos ojos: en 1850, una iglesia era vista como un lugar de oración, mientras que hoy puede ser vista como una atracción turística, como un monumento nacional, como sede de actividades culturales y como lugar de culto. El 12 de diciembre, aunque oficialmente no lo sea, es prácticamente un día de descanso, independientemente de las creencias religiosas de las personas. De la misma manera, un “nacimiento” puede ser visto como un elemento que nos hace recordar la venida a este mundo del Hijo de Dios, pero también puede ser visto simplemente como un elemento ornamental, acorde con el ambiente navideño que lo rodea y que, también, es independiente de las creencias de muchas personas. Si se expulsa a los nacimientos de los edificios públicos, también habrá que hacerlo con todo el resto de la ornamentación navideña, pues también tiene orígenes religiosos.  

A este paso, pronto prohibiremos cantar “Las mañanitas” en oficinas de gobierno, porque tiene elementos bíblicos (el rey David). Santa Claus, aunque no lo parezca, también tiene un origen religioso (el obispo San Nicolás de Bari, del siglo IV), así que pronto también habrá quien quiera prohibirlo. Los Reyes Magos no deben temer algo así, porque ya ni quien se acuerde de ellos.

Como conclusión, debemos subrayar que el Estado laico debe garantizar el respeto a todas las religiones, mientras no atenten contra los derechos fundamentales, debe garantizar las libertades y valores de los ciudadanos, debe reconocer que esos derechos, libertades y valores son de hecho anteriores al Estado, por lo que debe respetarlos y protegerlos, y debe además darse cuenta que no puede ser, como decimos coloquialmente, “más papista que el papa”, cosa que se le da muy bien, por cierto, a la cuatroté. La forma de acercarnos a los diversos elementos de nuestra cultura y la forma de vivirla han cambiado muchísimo, por lo que debemos huir de los extremismos y de supuestas glorias pasadas. Debemos contemplar las cosas con ojos más modernos, respetuosos, incluyentes y comprensivos, en lugar de encerrarnos en visiones más propias de regímenes antidemocráticos y rancheros que llevan el laicismo al absurdo.