Nadando de muertito
10/08/2023
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Vicerrector de Investigación

El 18 de mayo de 2013, el Papa Francisco pronunció una frase que fue un parteaguas en nuestra comprensión de muchas cosas: “Prefiero una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse”. ¿A cuántas realidades no se aplica esa idea? A nuestra vocación docente, a nuestra labor como investigadores, a nuestros libros y artículos, a nuestros encuentros con quienes piensan distinto, a nuestra Institución, a nuestras actitudes en el hogar, etc. 

Nadie quiere tener accidentes, mucho menos con graves consecuencias (una caída, una fractura, la pérdida de un miembro…). Cuando era pequeño, un tío muy querido solía advertirme: “no mides el peligro”. Afortunadamente nunca me pasó nada grave. Confieso que muchas veces salí ileso gracias a la suerte, no a mis habilidades. Cuento esto, porque mirando en retrospectiva, recuerdo a unos vecinos que eran más o menos de mi edad, siempre pulcros en su peinado y en su vestir, sin playeras desfajadas, sin raspones, sin sudores, sin polvo en sus zapatos. ¿Cuánto costó su pulcritud y su aseo 24/7? ¿Cuántos aprendizajes se perdieron, cuántas aventuras dejaron de vivir?

En la vida laboral sucede algo parecido y las Universidades no somos la excepción. A mi gusto hay dos fuentes de inmovilidad o quietud: una es la pereza, otra es el miedo. Hablaré de la primera. 

Imaginemos a dos hipotéticas profesoras, una que busca un cambio en su plan de estudios y, por tanto, en las juntas de academia opina, investiga, llama a sus pares en otras universidades, argumenta y expone ideas. Tal vez no termine persuadiendo a los demás (o tal vez sí), pero sus acciones implican un riesgo, un roce, un pisar callos, un levantar la voz. La otra profesora, por el contrario, calla, observa, no asume tareas (por aquello de: ¡en boca cerrada no entran comisiones!): nada de muertito. 

Imaginemos ahora a dos hipotéticos estudiantes, uno quiere aprender, aprender en serio. Por eso busca, investiga, comenta en los pasillos, aplica fuera de la Universidad. El otro estudiante es de los que en la primera clase pregunta qué debe hacer para aprobar la asignatura, y eso –y nada más– es lo que hace: no arriesga, no da más, ¿para qué tanto esfuerzo si no va a verse reflejado en la calificación? Incluso este chico, aun sacando buena calificación final, nada de muertito.

Porque nadar de muertito significa no bracear ni patalear, no esforzarse… nadar de muertito es pasar inadvertido, no haciendo aspavientos, evitando problemas, no aportando ideas que demanden tiempo extra.

Cuando tuve la oportunidad de trabajar en el área de recursos humanos en otra institución, me di cuenta de algo: siempre terminan llegando por su cheque de liquidación los que roban, los conflictivos o los que son presa de las debilidades de la carne, pero rara vez lo hacen los flojos, los que astutamente supieron nadar de muertito años y años, los que aprendieron a no arrimar el hombro y dejar que otros lo hicieran, los que se encontraban en la zona limítrofe entre el confort y la pereza, pero que nunca fue tanta ni tan descarada. 

¡Vaya que si al final es mejor una Universidad en salida! Porque si decidimos nadar de muertito como Universidad, sucederá todo menos algo: transformar la sociedad.