Reflejarnos en la mirada del otro
25/08/2023
Autor: Juan Carlos Gazca Muñoz
Cargo: Estudiante de Relaciones Internacionales

Si todos somos iguales, ¿por qué hay vidas que parecen valer menos que otras?

Esta pregunta me ha seguido durante varios años, y poco a poco la vida me ha llevado por caminos y vivencias que creo me han acercado a una respuesta.

Definir el valor de la vida humana no es sencillo, no solo es abstracto, sino que hasta subjetivo, dado que todos tenemos una escala distinta de lo que es valioso; y por si fuera poco, es uno de esos elementos que todos creemos entender lo que es, pero en realidad nos limitamos a repetir un discurso sin siquiera pensar en lo que significa o cuestionar si verdaderamente pensamos de esa forma. Desde que somos niños, aprendemos que la vida humana es valiosa, que todos valemos lo mismo y que la dignidad nadie ni nada nos la quita; pero al crecer, es cada vez más evidente que el mundo adulto no siempre funciona así.

A través de tres momentos de mi vida trataré de compartir algunas reflexiones a las que he llegado sobre el valor de la vida humana y el servicio al otro. En estos tres pasajes hablaré de mi encuentro con el “otro”, con aquellos que son “invisibles” y que a pesar de que nos repetimos que “todos valemos lo mismo”, casi nunca les vemos o reconocemos su existencia.

“Eso” que lleva el misionero

Cuando estaba en la preparatoria asistí a Misiones en múltiples ocasiones, visitábamos la sierra de Puebla en Navidad y Semana Santa y permanecíamos una semana en la comunidad que se nos asignara. Regularmente, las comunidades visitadas eran de escasos recursos, pero cualquiera que haya ido a Misiones podrá confirmar la hospitalidad con la que se recibe a los misioneros; de verdad que sólo basta con presentarte como misionero para que la gente abra las puertas de su hogar y te invite a su mesa, a veces hasta me sentía mal de aceptar lo que me ofrecían por pensar que podrían necesitarlo más que yo. Nunca dejará de sorprenderme el peso que conlleva la palabra “misionero”.

Eso me llevó a preguntarme, ¿Qué es eso tan valioso que lleva el misionero que haga que la gente les reciba con tanto gusto? Por supuesto, una primera respuesta muy válida sería Dios; pero decidí seguir dando vueltas al asunto y pensé: “¿Qué es lo más valioso que tenemos?”; mucha gente respondería que la vida, una respuesta atinada creo yo; por tanto, si la vida es lo más valioso que tienes, no se la dedicas a cualquiera.

El tiempo es vida; días, horas, minutos y segundos miden lo vivido, dedicar tu tiempo a alguien es regalarle un pedazo de tu vida. Entonces entendí que el hecho de pasar una semana en la sierra no era sólo un acto del amor de Dios, sino el reconocer al “otro” como un ser humano lo suficientemente valioso como para dedicarle una semana de mi vida.

Oasis en medio del desierto

Al acabar la preparatoria decidí realizar un voluntariado, pensé que una semana era muy poco tiempo para hacer un impacto más duradero y opté por dedicar un año de mi vida al servicio a migrantes. Así fue como terminé en Proyecto Salesiano Tijuana, trabajando en el Desayunador Padre Chava, obra que diariamente atiende entre 600 y 1,500 personas al servir desayunos y que además ofrece servicios como doctor, corte de cabello, duchas y mudas de ropa.

El servicio en el Desayunador o “Desa”, como cariñosamente se le conoce, requiere de múltiples roles  para poder funcionar, dichos roles son cubiertos por voluntarios y migrantes albergados, y pueden ir desde servir comida, agua o café; hasta limpiar mesas, repartir jabón, lavar trastes o dar la oración de los alimentos en cada mesa. Hay roles que involucran un contacto directo con las personas y otros en los que ni siquiera ves a la gente; así como hay unos que parecen tener más importancia, y otros que se miran más prescindibles; también, por la inmensa cantidad de gente que se atiende, muchas veces es difícil encontrar espacios para platicar con las personas, por lo que el servicio puede sentirse muy acelerado y lejano, incluso si estás en el frente. Hubo varios momentos en los que me replanteé si verdaderamente valía la pena dedicar un año entero a lavar trastes o repartir jabón.

Con el paso de los meses algunos usuarios del Desa ya me ubicaban, a veces me saludaban en las calles de Tijuana y con pena admito que muchas veces no los reconocí. Ahí fue cuando entendí que me había limitado a ver cifras y no rostros. Me hizo pensar que tal vez la dignidad nada nos la quita, pero vaya que sí se lastima; no es que esas personas valgan menos, es que se les ha hecho olvidar lo que valen. Entendí que muchos de los usuarios eran invisibles para la sociedad, y eso me hizo comprender a su vez la verdadera importancia de muchos roles del Desayunador.

El Desa es un oasis en medio del desierto y los roles son una cadena de dignificación de la persona. En este oasis, los “otros” llegan y son recibidos con un saludo que reconoce su existencia, se les da jabón en la entrada para lavarse las manos y alguien detiene una toalla para que se sequen y se sientan limpios; se les sirve la misma comida que los voluntarios comerán después y se usan platos que alguien va a lavar, no se usan platos desechables porque la gente no es desechable; al llegar a la mesa hay una persona que hace oración por familiares y amigos, pero también que da gracias a Dios por lo bueno que se ha recibido. El Desa no sólo representa para algunos su única comida del día, sino el único momento del día en el que recibirán un trato digno.

Cada cifra es un rostro y un nombre

Al acabar mi voluntariado ingresé a Relaciones Internacionales en UPAEP, una carrera muy afín a mi pasión por la migración (en buena medida influenciada por mi estancia en Tijuana). Mi experiencia de campo me fue muy útil en algunas materias, pero también me hizo darme cuenta de que hay muchos estereotipos y mitos de la migración que pueden ser dañinos y que estos pueden permear hasta las mismas Ciencias Sociales.

Alguna vez escuché que no hay nada más deshumanizante que hablar en plural, porque no es lo mismo decir “500 personas” que “José, un padre de familia; Andrea, una estudiante; etc.”, al reducir personas únicas a una mera cifra, se pierde una parte gigantesca del panorama. Por supuesto, es imposible evitar esto, las Ciencias Sociales requieren hacer estas agrupaciones para poder realizar sus análisis; sin embargo, también parecen olvidar que muchas de sus acciones van a repercutir en personas, por lo que es importante que los tomadores de decisiones estén conscientes de que los números de todos sus estudios y reportes son seres humanos con un nombre e historia propia.

Es ahí cuando surge Alas sin Fronteras (ASF), un grupo estudiantil que busca informar y concientizar a la comunidad universitaria sobre la migración y el refugio; para esto, se intenta acercar el fenómeno migratorio a un plano más personal, pues migrante no sólo es el centroamericano que va a Estados Unidos, en el sentido estricto de la palabra, también es el joven que deja su estado para ir a estudiar a otra ciudad. A través de ASF hemos realizado actividades que van desde lo cultural, lo artístico y lo académico, hasta el trabajo de campo en albergues.

El trabajo más ambicioso realizado por el grupo es un documental grabado en la ciudad de Tijuana en el que entrevistamos a migrantes, funcionarios de gobierno, abogados y personal del Desa. Es muy distinto que nosotros platiquemos las historias de gente que conocimos a que las escuches directamente de ellos, “Tijuana: Ciudad de Migrantes” es un documental que surge del deseo de brindar voz y escenario a los “otros”, que sean ellos mismos quienes narren sus vivencias e injusticias. Parte de reconocer la dignidad del otro cuando se busca ayudar, es entender que ese otro tiene voz propia y que a veces ayudarlo no es hablar por él, es hacer que los demás guarden silencio para escucharlo.

Pensando en voz alta

A modo de resumen, quiero rescatar las siguientes ideas: el servicio se dignifica cuando se reconoce al otro como alguien lo suficientemente valioso como para regalarle un pedazo de la vida; por más pequeñas que parezcan nuestras acciones, pueden formar parte de un proceso que dignifica a las personas, un simple buenos días puede ser la diferencia; ver a los ojos y llamar por el nombre es la forma más rápida de reconocer la existencia de alguien; los estudiantes y profesionistas no deben olvidar que sus decisiones impactan en personas, hay un rostro tras cada cifra; cuando ayudamos no lo hacemos porque seamos más y el otro sea menos, sino porque somos lo mismo pero tuvimos la suerte de tener condiciones más privilegiadas.

La persona humana es valiosa, tenemos que recordar que el otro es valioso y recordarle al otro lo valioso que es.