Hoy en TUHISTORIA UPAEP, viajamos al inicio de la Guerra de Independencia Española (1808). No debemos confundirnos, pues dicha acción significó el conflicto bélico que terminó siendo para la monarquía católica en su arranque (Pérez Vejo, 2010) no una pretendida sublevación de sus territorios con aroma a independencia frente a su estructura sino una legítima defensa de su organización y unidad frente a la usurpación de Napoleón I Bonaparte.
La invasión napoleónica del territorio peninsular español se produjo tras la ruptura a traición del acuerdo del Tratado de Fontainebleau (1807). Dicha acción no tuvo en miras que, incluso tras la obligación de abdicación de los monarcas Carlos IV y Fernando VII, el secuestro del Papa Pío VII y la instauración forzosa como rey de España del propio hermano de Napoleón I Bonaparte (José I Bonaparte -Pepe Botella-), existía algo mucho más poderoso que los cañones: la lealtad a la Santa Religión y al Rey.
El Derecho Castellano establecía por entonces que el poder residía en el Pueblo que a su vez lo cedía al rey, por lo que, si el rey muriese de forma prematura o fuera capturado, el Pueblo debía tomar el gobierno estableciendo Juntas de autogobierno hasta la restitución de un rey legítimo. La estructura de gobierno respecto al Virreinato de la Nueva España, era así, de un Virreinato, no una colonia, por lo que se establecía el mandato y deber de crear dicha Junta de notables donde el poder político estaba indudablemente unido al religioso.
¿Qué Napoleón I osaba atacar de forma cobarde a la monarquía católica y a sus territorios? ¿Qué Napoleón I osaba atacar a la Santa Religión y se convertía en uno de los mayores impíos de la Historia? Los territorios americanos no dudaron en responder de forma tajante ante las dos opciones posibles: usar el momento para crear independencias ante posibles argumentaciones de abusos históricos o levantarse en armas contra los franceses y en defensa de la unidad. La respuesta real fue, contrario a lo que algunos libros faltos de verdad histórica mencionan: ¡Viva el Rey y la Santa Religión!
Los territorios americanos fueron leales frente al abuso francés, pero el mal ya estaba dentro. Desde antes del famoso Divide et Impera, el llamar traidor a un hermano fue una de las armas más poderosas para crear una ruptura que debilitase la estructura para luego atacarla por partes. Francisco Primo Verdad, Fray Melchor de Talamantes y J.F. Azcárate; fracasaron en 1808 en la defensa de dicha unidad frente a un poder virreinal que ya no era legítimo pues debía responder en ordenamiento al impío francés. Comenzó una Guerra Civil, que no una Guerra de Independencia, donde Talamantes expresó por entonces en 1808: […] Es de muy temer que los ingleses, que no conocen límites en su ambición y mala fe, tampoco quieran conocerlos en sus posesiones y que si la España no se aprovecha prontamente de las proporciones que se le presentan se vea despojada con el tiempo de la provincia de Texas, abriendo las puertas de sus preciosos dominios a unos vecinos inquietos, turbulentos y demasiado formidables por sus miras ambiciosas […]. Antes de Texas, había que separar un territorio hermanado que habría podido gobernar el mundo muchos cientos de años más en unión.
No me detengo, por el momento, en las maravillosas Juntas de San Miguel el Grande, y acompáñenme, cercanos a estas fechas tan significativas, al 16 de septiembre de 1810.
La famosa Arenga de Dolores (Grito de Dolores) tuvo quizás un protagonista no esperado. En segundo lugar quedó Ignacio Allende, tomó la palabra y el mando Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor. En sus exclamaciones (Herrejón Peredo, 2009) Miguel Hidalgo y Costilla fijó los cuatro pilares, seguramente dialogados con anterioridad, del movimiento a iniciar:
¡Viva, pues, la Virgen de Guadalupe!
¡Viva la religión católica!
¡Viva la América, por la cual vamos a combatir!
¡Viva Fernando VII y muera el mal gobierno!
Es decir, viva la Religión, la Virgen de Guadalupe, la América y el Rey; muera Napoleón.
Así lo atestigua posteriormente la Copia manuscrita, original de la época, sin fecha ni rúbrica, que obra en el Archivo General de la Nación de la Ciudad de México, ramo Operaciones de Guerra, t.936, f. 158-159:
[…] hemos levantado la bandera de la salvación de la patria poniendo en ella a nuestra universal patrona, la siempre Virgen María de Guadalupe […]
[…] ¡Viva la religión católica! […] ¡Viva y reine por siempre en este Continente Americano nuestra sagrada patrona, la Santísima Virgen de Guadalupe! […]
Napoleón I Bonaparte caería antes o después, sin embargo, la monarquía católica tuvo una ruptura territorial que terminó en independencias.
Hoy no debemos entristecernos por ello, una nueva y preciada realidad surgió en los actuales Estados Unidos Mexicanos de una crisis entre hermanos y donde el propio Acta de Independencia del Imperio Mexicano expresó: […] Restituida, pues, esta parte del Septentrión al ejercicio de cuantos derechos le concedió el Autor de la Naturaleza… declara solemnemente, por medio de la Junta Suprema del Imperio, que es Nación Soberana, e independiente de la antigua España, con quien en lo sucesivo, no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha […].
Sigamos la lucha, juntos. ¡Viva México!