Hoy en TUHISTORIA UPAEP recorremos el auténtico inicio de la verdadera primera Globalización en la Historia de la Humanidad. El 12 de octubre de 1492 llegó a la costa de una isla de las actuales Islas Bahamas el navegante Cristóbal Colón como mandato de un proyecto impulsado por la Corona de Castilla bajo el mando firme y próspero de Isabel I de Castilla la Católica. En dicho mandato, que dejó en segundo lugar una posible expansión hacia África, se estableció la teoría de poder circunnavegar la tierra navegando hacia el oeste para llegar a la India. El Reino de Portugal tenía el dominio de la ruta que bordeaba el continente africano para tal fin con el firme propósito de obtener riquezas comerciales. El mediterráneo estaba fragmentado y bloqueado, especialmente en su parte oriental y norte africana, por los musulmanes.
En dicha expedición, donde a fecha de hoy y de forma muy ignorante siguen repitiendo algunos eso de que las famosas naves de Cristóbal Colón fueron llenadas de presidiarios y delincuentes, las investigaciones rigurosas como las de Alice Bache Gould demuestran que de los 87 tripulantes embarcados solo uno tenía delito de sangre el cual ocultó. En el futuro, los pasajeros de indias, tendrán un riguroso control y petición de pureza de sangre especialmente si habían cometido delito de herejía o delito de lesa majestad. ¿Quién pondría su vida en riesgo en una expedición altamente costosa rodeándose de lo peor de la sociedad?. Fueron profesionistas (un artillero, un sastre, un tonelero, un platero, un pintor, un repostero, un carpintero… veintidós marineros…) de los que dispuso tan excelso navegante que, si bien no hizo bien los cálculos, no fue buen gobernante y falleció en Valladolid (España) sin tener conocimiento de la auténtica grandeza de su gesta, no por ello deja de ser uno de los grandes personajes que cambiaron la Historia para siempre.
El Diario de Colón del 13 de octubre de 1492 expresó:
«Luego que amaneció vinieron a la playa muchos de estos hombres, todos mancebos… Son de buena estatura de grandeza y buenos gestos… Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos…»
En la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales, se establece en su ARTÍCULO 18.- En los edificios y lugares a que se refiere el primer párrafo del artículo 15 de esta Ley (edificios sede de las Autoridades, representaciones diplomáticas, instituciones educativas y médicas, capitanías y aeropuertos, plazas públicas…), la Bandera Nacional deberá izarse, en diversos días anuales donde se incluye el 12 de octubre, "Día de la Raza" y Aniversario del Descubrimiento de América, en 1492.
Llegados a 1519, un nuevo proyecto realmente impresionante se desarrolló desde Castilla. Había que buscar un paso a través de las nuevas tierras descubiertas al oeste del Atlántico para intentar circunnavegar la tierra por primera vez. Por mucho que algunos se han empeñado en desacreditar y dar honor a quien no lo mereció, la realidad es que Fernando de Magallanes (como castellano y al servicio de la Corona de Castilla) comenzó dicha empresa que, tras perder la vida en combate frente a los 1500 guerreros del cacique Lapulapu en la isla de isla de Mactán –Filipinas-, sería continuado en mando por Juan Sebastián Elcano.
Meses atrás la expedición se había dirigido a las Islas Molucas tras pasar por el actual Estrecho de Magallanes. Antonio Pigafetta, noble nacido en la actual Vicenza (Italia) y como cronista de la expedición, dejó testimonio de lo rudo del viaje:
“Miércoles 28 de noviembre, desembocamos por el Estrecho para entrar en el gran mar, al que dimos en seguida el nombre de Pacífico, y en el cual navegamos durante el espacio de tres meses y veinte días, sin probar ni un alimento fresco. El bizcocho que comíamos ya no era pan, sino un polvo mezclado de gusanos que habían devorado toda su sustancia, y que además tenía un hedor insoportable por hallarse impregnado de orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber estaba igualmente podrida y hedionda. Para no morirnos de hambre, nos vimos aun obligados a comer pedazos de cuero de vaca con que se había forrado la gran verga para evitar que la madera destruyera las cuerdas. Este cuero, siempre expuesto al agua, al sol y a los vientos, estaba tan duro que era necesario sumergirlo durante cuatro o cinco días en el mar para ablandarlo un poco; para comerlo lo poníamos en seguida sobre las brasas. A menudo aun estábamos reducidos a alimentarnos de serrín, y hasta las ratas, tan repelentes para el hombre, habían llegado a ser un alimento tan delicado que se pagaba medio ducado por cada una. Sin embargo, esto no era todo. Nuestra mayor desgracia era vernos atacados de una especie de enfermedad que hacía hincharse las encías hasta el extremo de sobrepasar los dientes en ambas mandíbulas, haciendo que los enfermos no pudiesen tomar ningún alimento. De éstos murieron diecinueve y entre ellos el gigante patagón y un brasilero que conducíamos con nosotros. Además de los muertos, teníamos veinticinco marineros enfermos que sufrían dolores en los brazos, en las piernas y en algunas otras partes del cuerpo, pero que al fin sanaron.”
De los 239 hombres que salieron en cinco naves de Sanlúcar de Barrameda (España) solo 18 , en un solo barco y comandados por el citado Juan Sebastián Elcano, regresaron tras varios años (1519-1522) al punto de partida. Habían logrado demostrar la posibilidad de circunnavegación de la tierra abriendo las puertas a la primera y auténtica globalización de la humanidad donde los continentes se conectaron mediante la exploración marítima abriendo así nuevas rutas de espiritualidad, pensamiento y comercio.
Juan Sebastián de Cano no se conformó con las riquezas de su empresa y volvió a navegar al servicio de Dios y del rey. Falleció el 26 de julio de 1526 navegando en el Océano Pacífico teniendo por testigo a otro importantísimo personaje, Andrés de Urdaneta.
¿Pero qué llevaba a aquellos hombres a arriesgar una y otra vez su vida ante el infinito? Como diría el gran Don Miguel León Portilla: el porfiar. Porfiar una y otra vez al servicio de Dios y del rey donde la misión salvífica de llevar la fe católica era más importante que ganar nuevas rutas comerciales; lograr almas para Dios dentro de la invitación a la fe católica como estableció Paulo III en la Bula Sublimis Deus, mediante la lectura el Evangelio y el ejemplo de vida, fue una de las grandes misiones de tales retos.
Esta gesta es parte de la identidad hispanoamericana seamos hoy mexicanos, españoles, argentinos, cubanos, colombianos… La auténtica y primera Globalización de la humanidad tiene rostro hispanoamericano y alma cristiana.
Sigamos la lucha. Sigamos porfiando con el destino.