La difícil convivencia de israelíes y palestinos: una mirada histórica (1ª parte)
19/10/2023
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Los terribles y lamentables acontecimientos ocurridos el sábado 7 de octubre en Israel nos han recordado de cruda manera que en un conflicto armado las armas no deben dirigirse contra civiles inocentes. Nada justifica que los rusos bombardeen centros comerciales, teatros, escuelas, casas, iglesias u hospitales en Ucrania, que los matarifes de Hamas masacren familias enteras ni que los israelíes, en su justificable enojo, no distingan entre terroristas criminales y población civil palestina inocente. Los militares israelíes no deben ponerse al mismo nivel que los asesinos de Hamas, pues así sólo perderán la fuerza moral que pudieran tener al defender a su pueblo de un ataque tan artero como el que se vivió el fin de semana pasado. La organización Hamas no representa a todos los palestinos, y no por el hecho de que alguien sea palestino significa automáticamente que esté de acuerdo con el proceder cobarde y sanguinario de los terroristas. Lamentablemente, ante los excesos de ambos bandos (históricos y de fechas recientes), el discurso moderado y pacífico pierde fuerza y presencia. Ahora dominará el lenguaje de los exaltados, violentos y extremistas, el lenguaje de los terroristas palestinos y del impresentable, irresponsable e ineficiente populista primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, sin lugar a dudas uno de los peores dirigentes políticos que ha tenido Israel. Pero sobre él ya hablaremos en alguna otra ocasión. Por lo pronto nos concentraremos en hacer un breve recorrido histórico para conocer de mejor manera cómo ha discurrido la difícil convivencia de palestinos e israelíes.

La voz “Palestina” la encontramos en el griego antiguo como Palaistínē, en árabe como Falasṭīn o Filasṭīn, mientras que en hebreo se le denomina como Kena'an, más tarde Eretz Yisra'el ("Tierra de Israel"), menos común es “Cisjordania”. Dicho territorio se encuentra en la costa sureste del Mediterráneo y generalmente se refiere a partes de las áreas de los actuales Estados de Israel y Jordania, incluidas la Franja de Gaza y Cisjordania. En diversos contextos históricos, la región también tiene otros nombres como Tierra de Canaán o Tierra Prometida o Tierra Santa. En los textos del antiguo Egipto se le conoce como Retenu o Retinu, pero también como Canaán. La zona tiene un significado histórico y religioso especial para los judíos, samaritanos, cristianos y musulmanes. Hay que hacer énfasis en que los nombres arriba enlistados no deben verse necesariamente como sinónimos: la Torá describe la tierra prometida a los padres de los israelitas como “la tierra de Canaán”, y el reino de Israel y las ciudades-estado de los filisteos (del hebreo Peleshet, derivado del egipcio Peleset) eran en el primer milenio antes de Cristo algunos de las pequeñas formaciones políticas y culturales de la región, además de las ciudades-estado fenicias, Judá, Amón, Moab y Edom. En la tradición árabe, Palestina formaba parte de aš-Šām, que incluía todo el Levante y cuyo centro era Damasco.

A su vez, el nombre Israel proviene del nombre hebreo jiśrāʾēl, aunque la etimología exacta y el significado siguen siendo discutidos. Los dos documentos más antiguos que contienen el nombre datan del siglo XIII a.C.: una lista de guerreros encontrada en Ugarit en 1954, que enumera el nombre “Israel” (jšril) en segundo lugar, así como la estela de Merenptah, que menciona a Israel (jsiri'r) como un grupo étnico. En la Biblia, Jacob pasa a llamarse Israel después de su combate con un desconocido (Gén. 32:28) y después del culto de purificación en Bet-El (Gén. 35:10), lo que da como resultado el nombramiento del pueblo y más tarde del Estado de Israel.

El nombre de Judá (o Judea, en su forma griega) se aplicaba originalmente para la parte sur de la tierra donde vivía el pueblo de Israel y, en el período de supremacía griega y romana, a la zona en torno a la ciudad de Jerusalén. Inicialmente, Judea se refería al área que era el hogar de la tribu de Judá, una de las doce tribus de Israel. Políticamente hablando, la zona existió hasta alrededor del año 1000 a.C. sin ninguna importancia particular. Pero cuando David fue ungido rey de Judea en Hebrón (2 Sam 2:4) y comenzó a unir las diversas tribus del pueblo en un solo reino, hizo de la ciudad de Jerusalén, en el territorio de Judea, el centro de su reino, lo cual le dio a esta zona una supremacía política. Pero después de la muerte de Salomón, hijo de David, el reino se dividió en dos partes: un reino del norte llamado Israel y un reino del sur llamado Judá o Judea. Este Reino del Sur pudo mantener sus fronteras hasta alrededor del 587 a.C., cuando fue conquistado por las tropas del rey babilónico Nabucodonosor II, quien mandó destruir la ciudad de Jerusalén e integró la región a la provincia babilónica de Samaria.

Esta zona tiene una historia muy interesante y movida desde tiempos antiquísimos. Hay vestigios de asentamientos en suelo palestino ya en el período Paleolítico. Alrededor del año 9000 a.C. fue fundada la ciudad de Jericó. En la Edad del Bronce (en torno al 3300 a. C.), los cananeos, a quienes los palestinos actuales consideran sus antepasados, poblaron esa tierra. Hacia finales del siglo XIII a.C. encontramos por vez primera el término "hebreos", uno de los primeros nombres para los miembros del pueblo de Israel. Durante el siglo XII a.C. aparecen los filisteos, al parecer miembros de los llamados Pueblos del Mar, procedentes del mar Egeo. La denominación “Pueblos del Mar” es moderna; se trataba de piratas que asolaban las aguas y costas del Mediterráneo, de origen hasta ahora desconocido. Se sabe que los primeros asentamientos de pueblos israelitas son de alrededor del año 1250 a.C.

 Posteriormente, los israelitas, los asirios, los babilonios y los persas gobernaron la tierra. A ellos le siguieron Alejandro Magno, los ptolomeos, los seléucidas y los romanos, que expulsaron a los judíos, obligándolos a buscar refugio en diversos lugares, particularmente en Europa. A los romanos siguieron los bizantinos y las diversas dinastías de árabes musulmanes, que construyeron la Cúpula de la Roca en el Monte del Templo / Haram al-Sharif en Jerusalén en el año 691. A partir de ese momento, hubo presencia judía, cristiana y musulmana en Palestina al mismo tiempo, creando situaciones tensas. Con el inicio de las Cruzadas a finales del siglo XI d.C., se establecieron cuatro “Estados” cruzados cristianos en Palestina, pero los musulmanes sunitas derrotaron a los cruzados en 1187, ocuparon Palestina y tomaron Jerusalén. Las dinastías mamelucas gobernaron Palestina desde 1291, hasta que los turcos otomanos derrotaron a los mamelucos en 1516 y Palestina se incorporó al Imperio Otomano, en donde permaneció durante unos 400 años, hasta 1917/1918.

Esto se debió a que, durante la Primera Guerra Mundial, las tropas británicas conquistaron Palestina en esos años. En 1918 comienza por lo tanto una nueva etapa, cuando el país pasó a ser un mandato británico, confirmado por la Sociedad de Naciones en julio de 1922 y por la “Declaración Balfour”, que entró en vigor en 1923. La Gran Bretaña ocupó Palestina y se encargó de su administración. Durante el mandato británico sobre Palestina, los conflictos judío-palestinos por la supremacía en el país se volvieron cada vez más intensos. Una de las razones fue la creciente inmigración judío-sionista procedente de países europeos donde los judíos eran perseguidos. El odio hacia los judíos se podía ver en Francia, Austria, Prusia y otros países durante buena parte del siglo XIX, lo que podemos corroborar en la literatura, la política, las artes, etc. Ejemplos de posturas verdaderamente inhumanas fueron los escritos infames del compositor Richard Wagner o el tristemente célebre “caso Dreyffus”, en Francia. Esta atmósfera, nada amigable con las personas de origen judío, provocó el nacimiento del “sionismo”, que es un movimiento político que se propuso como objetivo la creación de un Estado para el desperdigado pueblo judío, de preferencia en la “tierra prometida”, en la antigua tierra de Israel. Sus orígenes datan de finales del siglo XIX, como consecuencia de las oleadas antijudías que, como ya dijimos arriba, caracterizaron a Europa desde mediados de dicho siglo. Por cierto, un hijo de ese pensamiento antijudío decimonónico fue Adolf Hitler, nacido en 1889.  

Por eso no es de extrañar que los movimientos migratorios desde finales del siglo XIX hicieran crecer a la población judía en Palestina hasta llegar a conformar a alrededor del 30 por ciento del total de habitantes en 1945. La migración se vio favorecida por la administración británica, pues despertaba cierta sensación de seguridad en los judíos. Sin embargo, era de esperarse que los choques con la población musulmana allí asentada se multiplicaran. La situación se volvió cada vez más complicada, hasta que los británicos ya no pudieron controlarla; entonces, bajo la presión de los acontecimientos, anunciaron que devolverían el mandato para Palestina a la recientemente creada Organización de las Naciones Unidas.

Después del final de la Segunda Guerra Mundial y del terrible Holocausto, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó el 29 de noviembre de 1947 para establecer dos Estados: uno judío y otro árabe. Los problemas no se hicieron esperar: mientras que el lado judío aceptó la división, el lado árabe la rechazó estrictamente, por lo que los seis Estados árabes presentes en la Asamblea General votaron en contra. En nuestra siguiente entrega habremos de ver la historia de las relaciones entre los palestinos y los judíos a partir de este rechazo y de la creación del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948.