Fiesta Zombi
06/12/2023
Autor: Oscar Leyva

Los invito a una fiesta, amigos cazadores: 

Vamos a organizar coloridas y muy sonoras ceremonias, a decir discursos y celebrar rituales que apelan a nuestros antepasados, a la naturaleza, a la Historia (así, con mayúscula inicial), a la Patria (también con mayúscula), a los héroes, a los símbolos, a los acontecimientos narrados en los libros de texto.

Contaremos anécdotas de nuestros viejitos, de su bondad y de la sabiduría del pueblo; aludiremos a la insignificancia de nuestra condición de pobres mortales, la dureza de la vida, la futilidad de nuestros actos (gran palabra: futilidad), pero que al mismo tiempo recordaremos que, a pesar de vivir en este valle de lágrimas, es posible tener una vida buena.

Recitaremos refranes y moralejas que enaltecen la vida frugal, la belleza de las cosas sencillas, del campo, de las flores, del cielo y la montaña. Vamos a repetir frases tan poderosas que se graben en la conciencia de nuestros seguidores (y también de nuestros malquerientes), que puedan aplicarse a las más diversas situaciones.

Vamos a montar escenas para despistar más a los ya de por sí despistados, para hacerles creer que la conducción de los asuntos de mayor gravedad es cosa fácil, que solo hace falta más sensibilidad, conectarnos con lo elemental, con la raíz y con los misterios de la vida, estar más en contacto con nuestros sentimientos. 

Seguro se nos escapa una lágrima, o levantamos en brazos a un niño y lo besamos frente a las cámaras; seguro se nos corta la voz, se nos hace un nudo en la garganta; y si ya encarrerados se nos acerca una señora (mientras más anciana, mejor) y le besamos la frente, o si alguien nos dedica una copla, una canción o una crónica abundante de adjetivos; si coincide que alguien se anima a dedicarnos un brindis, ¡no podríamos pedir más!

¡Más betún para el pastel! ¡Que saquen de una vez los foquitos de navidad para adornar el patio! ¡Vamos a poner un arco de globos en colores pastel (nunca hay demasiados colores pastel en una fiesta) y de paso unas estaciones para selfies!

No tengan la menor duda, apreciados lectores: a nuestra fiesta vendrán muchos zombis. ¿Sabe por qué? Allá vamos.

Los zombis aman todos estos desfiguros: les encanta el show. Y les encanta porque los distrae de lo importante, del fondo de las cosas, para atender solamente su forma. El sentimentalismo zombi oculta la verdad, o por lo menos la mantiene bien lejos, porque se fija solamente en la superficie de las cosas. El adorno, la floritura, la diamantina, las cuentitas de vidrio o espejitos, todo eso es para el máximo disfrute de los que no quieren ir a las profundidades. Lo decimos sin decoro para que a nuestros poquísimos lectores les quede claro: no hay que ser tan cursis. 

Nicolás Alvarado, escritor y crítico (dos palabras que desafortunadamente no significan lo mismo), escribió hace unos años sobre el ídolo mexicano Juan Gabriel y confesó que no le gusta el personaje, no le gusta su música (pecado mortal). Los gustos musicales de Nicolás no son el fondo de su texto, sino la ocasión perfecta para hablar del kitsch, una palabra alemana que (¡bendita sintaxis alemana!), expresa un concepto muy complejo que todos los cazadores de zombis estamos obligados a aprender. Pero antes de elaborar sobre el kitsch, le adelanto, querido lector (¡spoiler alert!), que la horda zombi se le fue encima al buen Nicolás por criticar al ídolo, sin reparar en la profundidad de sus conceptos. Típico de los zombis: chapotean en la superficie, no se animan a ir al fondo.

El kitsch es la versión chafa, simplista, cursi y de mal gusto de la verdad. Es la depreciación, la rebaja de todo lo más alto, de lo que hay de excelente en la humanidad. Es la máxima ilusión, el espectáculo perfecto, porque confunde a la inteligencia. No destruye de golpe la verdad, sino que la viste en harapos, la sobaja, la humilla y la presenta como una caricatura de sí misma. El triunfo definitivo de la horda zombi es el imperio del kitsch, donde “las respuestas están dadas de antemano y eliminan la posibilidad de cualquier pregunta”. Por eso el enemigo por excelencia del zombi es el hombre que pregunta, porque no se cree la puesta en escena. “La pregunta es como un cuchillo que desgarra el lienzo de la decoración pintada, para que podamos ver lo que se oculta tras ella”. El kitsch es el desprecio de lo más alto y, por consiguiente, el desplome de todo lo excelente a su más ínfima expresión; es pura fachada, pura apariencia. En la cultura del kitsch lo difícil es tabú, porque obliga a pensar.

Acostumbrarse al esfuerzo que requieren las cosas difíciles es una forma muy efectiva de prevenir la infección zombi y el imperio del kitsch. Aspirar a la excelencia, reconocer que las cosas importantes son difíciles y que bien merecen la pena de trabajar duro para conseguirlas. Así es la verdad, difícil: se esconde, se escapa, pero se le entrega al que lucha por encontrarla. La mentira, en cambio, es fácil (como la ideología, como el kitsch, como el resentimiento, como el orgullo). No basta la contemplación caricaturesca del filósofo que se pregunta todo el tiempo “¿qué es la verdad?”. Hace falta investigar, estudiar, discernir. Timothy Snyder comienza su lección número 11 contra la tiranía afirmando que “a veces la gente se hace esa pregunta porque lo que quiere es no hacer nada” y que “lo que nos hace individuos es nuestra capacidad de discernir los hechos” y “nuestra confianza colectiva en el saber común”. Esta es una lección que invita a utilizar las estructuras especializadas —el periodismo y la investigación, la ciencia— para generar certezas construidas en comunidad, a la vez que instiga a desconfiar de las respuestas fáciles: “un ciudadano que investiga es también un ciudadano que construye”

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Seguimos avanzando, un zombi a la vez.