Invitación a un gratuito universo desconocido
04/03/2024
Autor: Mauricio López Noriega
Cargo: Profesor Facultad de Filosofía y Teología

La palabra poesía procede del sustantivo griego ποίησις, que a su vez proviene del verbo ποιέω: crear —hacer, construir, fabricar, ejecutar… El poeta es el creador. El Creador es, siempre, el primer poeta. 

Hasta aquí, todo bien. Dios creador, Dios poeta. Y su creación, la naturaleza, los multiversos insondables, bellísimas hechuras, factura perfecta. Aquí en la tierra, los poetas somos los seres humanos, y lo hemos sido, quizás, desde que conocimos el lenguaje articulado; por supuesto, antes de alfa-betos y a-be-ce-darios. En los principios de las culturas lo primero es la poesía, sobre todo épica, pero en ocasiones también lírica, como en la poesía china; llega luego la prosa. Pero, ¿qué es poesía? ¿En qué consiste? ¿Para qué sirve?

Como sucede normalmente, las definiciones son complicadas; poner límites (fines) a algo no es fácil, no se logran acuerdos y es normal porque, ¿cuáles límites? Una definición que resulta elocuente, por lo menos hasta mediados del siglo XIX, es la que ofrece un señor listísimo de nombre Gorgias, hace unos dos mil quinientos años: “Considero y nombro a la poesía toda —decía el admirable rétor—, como un discurso que tiene medida”  (DK B11, 9). Medida, μέτρον, metro. Discurso, λόγος, palabra. Palabras con métrica, discurso medido, versificado, rítmico y musical. Podemos imaginar sin temor a equivocarnos que, en los principios, poesía y música fueron dos hermanas que debieron separarse, pero que nunca dejaron de estar unidas. Por eso es posible hablar de verso libre y prosa poética.

Poesía es una forma de hablar, de decir, diferente a la cotidiana, a la académica, a la científica. Eduardo Nicol, un buen filósofo mexicano, decía que poesía era una forma de hablar sublime (otra vez los límites). Y sí. La RAE: “Dotado de extremada nobleza, elegancia y gravedad” y “excelso, eminente, de elevación extraordinaria”. Pero, asimismo, no. Porque no toda palabra poética tiene estas características (hay pasajes monstruosos en Dante, la belleza es terrible y la fealdad también). Sin embargo, permanecen la forma en que las palabras resuenan dentro del verso, la sintaxis, las figuras, el sentido, el sonido —la poesía nació para ser escuchada, toda poesía se prueba cuando la leemos en voz alta, cuando surge su música, el ritmo que la sostiene y anima—. 

La poesía, por otro lado, no sirve para nada.

Suena mal; digamos entonces que la poesía no persigue fines utilitarios. Como en todo, habrá alguna excepción, pero nadie escribe poesía para volverse millonario. La poesía existe para ser escuchada, para deleitarnos, para experimentar una emoción estética y/o intelectual y/o espiritual. Es también una forma de conocimiento, opinaría el poeta filósofo Ramón Xirau. La poesía es canto, celebración, diálogo, meditación, soliloquio, silencio, grito, herida. La poesía es también un acto de fe; un acto de esperanza: de caridad.

Poesía es palabra de amor del ser humano al ser humano, aunque hable de otras cosas. Trasciende tiempo, espacio, persona. No espera, loa; aspira al otro. No tiene dueño: la poesía es de quien se la apropia, la hace suya y la lleva en alma, mente, corazón. Y la comparte. Poesía es común unión. Puede, incluso, ser un camino hacia Dios: el Cantar de los Cantares y los Salmos, los poemas de Rumī, de Omar Jayam, el Ramayana, Tagore, Dante, los Cantares mexicanos, y sólo en español, ejemplos apenas de una miríada: santa Teresa y san Juan de la Cruz, Quevedo, sor Juana, Darío, Juan Ramón, León Felipe, Manuel Ponce. Las listas siguen. Son vastas, afortunadamente, numerosísimas.

¿Y cómo, con toda esta tradición inmensa, con todo este acervo y multiplicidad de temas, tonos, tiempos, tropos, talentos, tinta, títulos, tramas, traslaciones y traducciones, tan poco tenemos de poesía en nuestra vida? Al comenzar cada semestre pregunto a mis alumnos quién gusta o conoce algo de poesía. Y es triste la respuesta. Y es cada vez peor. ¿Por qué? Porque ni en primaria, ni en secundaria, ni en prepa parece importante ya, no se enseña se ni aprende. Hagan la prueba. Pregunten (pregúntense): ¿leemos poesía? ¿Sabemos alguna? Y la prueba de fuego: ¿conoces a alguien que sepa leer poesía en voz alta —y que no sea tu abuelito? La Universidad, que es una atmósfera inmejorable para la poesía, ¿la fomenta? Pensar, por ejemplo, en un Concurso Nacional de Poesía Sacra auspiciado por UPAEP…

Pero parece en verdad que la palabra poética no sirve ya de nada. 

¿Apenas para el amor? ¿Apenas para Dios? Acaso para mi hermano el hombre. Acaso para la hermana luna y el hermano sol. Quizá para la historia, la trama de polvo y tiempo y sueño y agonía? Tal vez para el futuro y los cantos de vida y esperanza. ¿Será para la pena que tizna cuando estalla? ¿Para los golpes como del odio de Dios? Para los poetas, pequeños dioses, o más bien los poetas, torres de dios? Para todo y para nada. 

¿Tradición que muere lentamente? ¿Palabras que desaparecerán escritas en un arenoso vacío perpetuo? ¿Por qué así nos marchitan nuestras culpas? No lo permitamos. La poesía puede (debe) ser siempre una revolución serena, una transgresión de terciopelo. ¡Sé libre: lee poesía! ¡Sé magnánimo: adopta a un(a) poeta! ¡Sé integral, enseña poesía!