Njinga Mbandi
07/03/2024
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Hoy comienza el mes de marzo, así que, siguiendo la práctica que iniciamos hace un año, dedicaremos nuestras modestas columnas que perpetramos los viernes para recordar durante todo el mes la figura de mujeres que han descollado en diferentes escenarios a lo largo de la historia: en las artes, en la política, en la guerra, en la ciencia, etc. Estas mujeres extraordinarias no sólo han debido enfrentarse a obstáculos propios de cada circunstancia, sino que han tenido que hacerlo en un mundo dirigido por varones, es decir, por personas del género masculino, lo cual supone una lucha mucho más dura y extenuante. Vaya, pues, nuestra admiración más sincera y profunda a las mujeres, con la conciencia de que aún estamos muy lejos de llegar a un mundo en el que puedan vivir con tranquilidad, justicia y sosiego, sin sentirse oprimidas, amenazadas y desplazadas por los hombres. Comenzaremos el día de hoy hablando de una gobernante y guerrera africana célebre por sus hazañas políticas y militares.

La reina Nzinga o Njinga Mbandi (c. 1583-17 de diciembre de 1663) fue un personaje excepcional, perteneciente al pueblo mbundu (también llamado ambundu o kimbundo), que gobernó los reinos de Ndongo y Matamba en la actual Angola. También se le conoce por su nombre cristiano: Ana de Sousa. Se hizo legendaria principalmente porque pudo resistir con éxito a los invasores portugueses durante un largo período de tiempo. 

Su título real en kimbundo, su lengua materna, era “Ngola” (“rey” o “reina”). A esto se debe que este término fuese el que utilizaron los portugueses para llamar a esta región hasta el día de hoy: Angola. Hay que mencionar que los portugueses arribaron al sudoeste de África en la segunda mitad del siglo XVI, en 1575, buscando oro y plata, pero, ante la carencia de estos metales en la región, se decidieron por comercializar esclavos, a quienes en su mayor parte enviaban a Brasil. Los portugueses se sirvieron de un pueblo guerrero que, si bien estaba emparentado con los ambundu, solía vivir del saqueo y del robo: los mbangala. Esto permitió a los invasores contratar a estos guerreros como mercenarios para que les apoyasen en sus empresas de robo y comercialización de esclavos. Algunos investigadores han calculado la cantidad de esclavos enviados a las posesiones portuguesas, a principios del siglo XVII, en alrededor de 10 000 personas al año. Un infame comercio.

Njinga vivió desde su infancia la resistencia de su pueblo frente a los portugueses; la lucha la encabezaba su padre, el rey Mbandi Kiluanji Ngola. Así que las primeras experiencias de combate de la joven princesa las adquirió enfrentándose a los portugueses, al lado del rey. Incluso cuando aún era una joven princesa, lideró negociaciones que incumbían al poder político y a problemas internos de su pueblo, pero luego entró en la resistencia armada contra los portugueses, que mantuvo durante varias décadas. Cuando los portugueses capturaron la capital del reino, Luanda, en 1618, Njinga organizó la resistencia local contra el ejército colonial. Más tarde se alió con los competidores holandeses de Portugal en el negocio de esclavos. Después de una larga historia de victorias y derrotas, la lideresa del ejército, quien se había convertido al cristianismo en 1621, murió en su reino de Matamba en 1663 a la edad de 80 años. Siglos más tarde, Nzinga sigue siendo vista por los pueblos africanos como un símbolo de la lucha por la libertad y la independencia. Sin embargo, como sucede frecuentemente en la historia, esta guerrera y reina no pudo detener a largo plazo el camino de los portugueses hacia el interior del país y hacia la conquista completa de la región, apoyados sobre todo en la superioridad de su armamento.

La pérdida de Luanda fue la culminación de una larga crisis, que comenzó con la migración de muchos pobladores hacia tierras más benignas, la guerra con el reino vecino de Imbangala y el despoblamiento causado por los portugueses al capturar personas como esclavos. Una vez tomada Luanda, los portugueses, comandados por Louis Mendes de Vasconcellos, emprendieron la marcha hacia el interior del país, provocando la destrucción de pueblos y propiedades y el asesinato de numerosos jefes locales. La situación se agravó debido a una sequía feroz, que provocó a su vez una hambruna que azotó con fuerza a la región. En este contexto hay que entender a la figura de la princesa Njinga.

No olvidemos que el pueblo mbundu estaba entre dos fuegos: por un lado, los portugueses, y por el otro los imbangala. Muchos estudiosos sostienen, por esto, que la conversión al catolicismo por parte de Njinga fue quizá una maniobra para acercarse a los portugueses y ganar su favor. Los portugueses, si bien católicos, veían con desprecio a los africanos, tratándolos como animales. Tanto es así que se dice que, cuando la princesa acudió por primera vez a negociar con el gobernador portugués João Correira de Sousa, este la recibió sentado en una especie de trono, y disponiendo para ella un tapete en el suelo, como si de un perro se tratase. Njinga se volvió hacia una de las jóvenes de su séquito y, sin mediar palabra, esta se arrodilló y reclinó frente al gobernador, para que Njinga se sentara sobre la espalda de la joven, quedando así a la misma altura que el arrogante portugués.

Las negociaciones emprendidas con los portugueses, aunque muy ásperas, llegaron a buenos resultados, por lo menos en el corto plazo: la joven princesa logró que los portugueses reconocieran la soberanía del reino de Ndongo; a cambio, obtuvieron el permiso para establecer rutas comerciales en dicho territorio. Parece ser que, en este contexto, la princesa aceptó bautizarse, lo que prometía mejorar las relaciones con los invasores. Recibió el nombre de Ana de Souza.

Según relata el historiador Joseph C. Miller, el hecho de que Nzinga pudiera llegar a la cima del poder, es decir, al trono, puede catalogarse como un acontecimiento verdaderamente excepcional. Inicialmente, Njinga actuó como emisaria del rey –que para estos años era su medio hermano- para negociar la paz y las relaciones comerciales con los portugueses en Luanda hacia 1621 / 1622. Cuando el rey Ngola Ngoli Bondi murió dos años después en circunstancias misteriosas (en las que no se ha podido ni probar ni rechazar claramente la participación de la princesa), Nzinga se convirtió en la primera mujer en ascender al trono, usurpando el título de Ngola. Según Miller, es posible que haya adquirido el título real en contra de la voluntad de las principales fuerzas políticas locales y que haya contado con el apoyo poco entusiasta de sus súbditos. La jerarquía tradicional de su reino estaba organizada por un muy complejo sistema de cargos, encabezados por el rey. Sin embargo, el poder de los Ngola dependía, en los hechos, de que fuese capaz de hacerse con el apoyo de los linajes más influyentes en su pueblo.

El mismo historiador no duda en calificar de “revolucionario” el ascenso de Nzinga al poder, debido al menos a tres razones: en primer lugar, logró presentarse ante los portugueses como un pariente cercano del Ngola, pues era hermana de un rey e hija de un rey. Sin embargo, en la sociedad matrilineal mbundu, este parentesco prácticamente no existía, pues no compartían a la misma madre. Además, la madre de Nzinga no pertenecía a ninguna familia poderosa, es decir, no provenía de ningún “linaje” y, en tercer lugar, los mbundu tenían fuertes reservas contra las mujeres que asumían cargos políticos; de hecho, estaba prohibido expresamente que las mujeres asumieran el cargo de “ngola”.

Por si lo anterior fuese poco, su papel en la muerte de su medio hermano fue un obstáculo, ya que presumiblemente lo envenenó ella misma o lo mandó envenenar. Según la tradición local, cualquier persona que se hubiera comportado de forma hostil hacia el rey fallecido quedaba excluida automáticamente de la sucesión. Así que el ascenso de Nzinga hacia el trono no estuvo respaldado por la tradición ni por las normas locales (el derecho, diríamos hoy), sino que fue contrario a todo ello. Como no existen fuentes escritas de la época que provengan del pueblo mbundu, desconocemos los detalles de todas estas intrigas, de las condiciones en las que pudo haber muerto el rey Ngoli Bondi y de la postura de los demás actores políticos, en medio de una crisis política y social que tenía sumido al reino en una situación que ponía en juego su existencia misma. Lo que sí parece claro es que, con Njinga, estamos frente a una verdadera “dama de hierro”.

Reinó durante 40 largos años, liderando casi siempre, personalmente, las campañas militares contra los portugueses, coronándolas a veces con el éxito, pero sufriendo también algunas derrotas. En 1657, por fin, se firmó un tratado en Lisboa, renunciando los portugueses a la conquista de Ndongo, a cambio de algunas concesiones. Unos años después, moría la reina Njinga a los 82 años de edad. Pasó casi toda su vida negociando con los portugueses o combatiéndolos. No es difícil imaginar que, una vez fallecida la reina guerrera, Portugal se aprestó a conquistar la región, pues su principal opositora ya no estaba en el campo de batalla ni en el trono.

Una figura así, como la de Njinga, se presta a la formación de leyendas, prácticamente desde que aún estaba viva. Muchas de ellas tienen que ver con sus hazañas militares, pero otras se refieren a su vida personal. Se dice, por ejemplo, que tenía una especie de “harem”, compuesto por numerosos guerreros, a quienes con frecuencia ponía a combatir entre sí, para seleccionar al ganador. Este ganador tendría, como premio, el privilegio de pasar una noche con la reina. Dejaré a la libre imaginación de mis cuatro fieles y amables lectores pensar en cómo discurriría tan agradable velada. Lo malo es lo que dicen que pasaba después: el guerrero en cuestión era ejecutado a la mañana siguiente. Así serían buenos: ya lo agarraban cansado…

Para terminar, diremos sólo un par de cosas: estas leyendas, muchas veces, eran inventadas o exageradas por los portugueses, queriendo dañar la fama y la imagen de Njinga, su acérrima enemiga, así que hay que cuidarnos de darles mucho crédito. Y otra: se le acusa a esta excepcional guerrera de haber sido cruel, de conducirse políticamente de manera muy pragmática y de gobernar como un verdadero déspota. ¿Y qué pasaba en Europa en aquellos años? Exactamente lo mismo, o peor: nada más hay que ver las intrigas y asesinatos en la corte inglesa, las prácticas esclavistas de los portugueses, los ríos de sangre en las guerras de religión o las brutalidades de Iván “El Terrible”.   

Ngola Ana Nzinga Mbande es una de las figuras más emblemáticas de la defensa de las naciones africanas frente a los invasores, particularmente europeos. Siendo mujer, tuvo que imponerse con el doble de energía y convicciones para poder realizar sus tareas y defender a los suyos frente a los enemigos. Como toda persona, tuvo también debilidades y cometió errores, pero su nombre sigue despertando -y continuará haciéndolo- la admiración y el respeto de quienes luchan por la libertad de los pueblos y por el respeto a la dignidad de las personas.