Hoy terminamos la serie de apuntes dedicados a mujeres célebres en la historia. Nuestra heroína del día se llamó Egeria, aunque también podemos escribir su nombre “Aetheria” o “Etheria”. Se trata de una escritora de la Antigüedad tardía, procedente, hasta donde sabemos, del norte de la actual España. Hacia los años 381 a 384 emprendió una peregrinación a Tierra Santa, escribiendo una especie de “diario de viaje” que pronto se hizo célebre, en forma de cartas que enviaba a otras mujeres. A esta colección epistolar se le conoce como Itinerarium Egeriae o Peregrinatio Aetheriae.
Como suele suceder con personajes de esa época, no tenemos mucha información acerca de Egeria. Incluso hay dudas sobre su nombre, debido a que el inicio de su diario está perdido. Esto hace que haya que acudir a otras fuentes que se refieren, de manera directa o indirecta, a su diario de viaje, o a ciertas peculiaridades en su lenguaje. El nombre que se le asigna a este diario no es el original, que desconocemos, sino que procede de fuentes posteriores, es decir, de fuentes medievales. Más que un “itinerario”, debemos hablar de un ejemplo del género epistolar.
Primero se le identificó con una “Sylvia de Aquitania”, una cuñada del prefecto Flavius Rufinus –un alto funcionario romano, muy cercano al emperador Teodosio I y cristiano-, ya que Palladios de Helenópolis, un obispo, da cuenta de ello. Sin embargo, a principios del siglo XX se estableció que la autora del diario de viaje podría ser una tal Egeria o Aetheria, pues un monje originario de Galicia, Valerius de Bierzo, escribió hacia el año 680 una carta en donde relata su peregrinación. Por eso mismo se cree que Egeria procedía del norte de la actual España. Sin embargo, no puede descartarse un origen de la región de Aquitania, en la actual Francia, debido particularmente a dos razones: la comparación que hace en su diario entre el río Rhone, en Francia, y el Éufrates, y algunas características de su lenguaje.
En lo que atañe a su posición social y a su religión tampoco sabemos mucho; tampoco se conocen más detalles de las personas a las que dirigía sus cartas. A ellas se refiere la autora como “venerables damas hermanas” (dominae sorores venerabiles), por lo que muchos creen que pudiese ser que se tratase de monjas, incluyendo a Egeria. Sin embargo, podemos afirmar con certeza que Egeria no era monja, pues el monaquismo en Occidente aún no se había extendido hacia el norte del Mediterráneo (San Benito fundaría el primer monasterio occidental alrededor del 529), pero es posible que Aetheria haya vivido en una comunidad informal de mujeres piadosas a las que dirigía sus cartas.
Curiosamente, en los catálogos de la biblioteca de la célebre abadía benedictina de St. Martial en Limoges, ella es nombrada Egeria abbatissa (Abadesa Egeria). Sin embargo, el hecho de que se le mencione como “abadesa” no quiere decir que efectivamente lo haya sido, pues eso pudo basarse en una leyenda y no en hechos concretos, además de que, entre damas cristianas de la alta sociedad romana era frecuente dirigirse con esa fórmula de respeto (“venerables damas hermanas”), no solamente entre miembros de una comunidad monástica.
Lo que sí es más seguro es que Egeria haya pertenecido a la clase alta romana, ya cristianizada, pues emprender un viaje hasta Tierra Santa con esa libertad y con esa disposición de recursos no le estaba dado a cualquiera. De hecho, conocemos algunos ejemplos de mujeres romanas de la misma clase social que emprendieron viajes de peregrinación a los Santos Lugares, como Melania la Mayor y Melania la Joven. La primera de ellas, fallecida hacia el 409 en Jerusalén, era una patricia romana que, a la muerte de su marido, emprendió una peregrinación hacia Egipto; más adelante fundó un monasterio en Jerusalén. Tanto la Iglesia Católica como la Ortodoxa la consideran una santa. La segunda Melania, muerta en el 439, era nieta de la primera. Como hija de un poderoso senador de la gens Valeria, pudo seguir más adelante el ejemplo de su abuela y de muchas otras mujeres ricas romanas y emprendió un viaje a Tierra Santa, en donde se quedó y en donde falleció, después de haber dedicado su enorme fortuna a realizar obras de caridad. Melania la Joven conoció a San Agustín y se dice que aprendió hebreo, para poder leer el Antiguo Testamento en su texto original.
Volviendo al tema de la religión y el status de Egeria, no tenemos certeza de que la autora ya hubiese recibido el bautismo antes de emprender su extenso viaje a Jerusalén. Es curioso que dedique tanta atención al ritual del bautizo en Tierra Santa y a la preparación para ello, la catequesis, por lo que no sería nada extraño que ella misma haya realizado todo el proceso del bautismo en esos lugares, ya que estuvo tres años allá. Un argumento a favor de un bautismo previo al viaje podría ser el hecho de que Egeria deja ver un profundo conocimiento de los textos bíblicos en sus cartas.
Es interesante el tema del lenguaje del texto de Egeria, pues no escribe en latín clásico, sino en un latín tardío con muchos rasgos populares. Su diario es un excelente ejemplo de la transición del latín tardío hacia el latín vulgar, que conformaría las bases para el nacimiento de las lenguas romances. Es curioso que Egeria traduzca al latín algunas expresiones griegas –un idioma fundamental para poder viajar en aquella época, sobre todo en el oriente del Imperio Romano-, al igual que muchos nombres de lugares.
En lo que atañe a la presencia de mujeres peregrinas en Tierra Santa, hay que señalar que había más de las que uno podría pensar. Así, por ejemplo, tenemos el testimonio de Arsenius, un romano también de clase alta que, cansado de los lujos de Roma, se lanzó al oriente para vivir una vida ascética en el desierto egipcio. No contaba con que los ermitaños eran una “atracción turística” para las damas ricas romanas. El pobre de Arsenius llegó a temer que el mar se convirtiese en una calle libre de agua que conduciría a cada vez más mujeres a importunar su vida de eremita…
De hecho, el “mal ejemplo” lo puso otra mujer: Santa Helena (†330), la madre del emperador Constantino el Grande, pues, ya entrada en años, emprendió una especie de “viaje de inspección” a Tierra Santa. La acompañaba un cortejo enorme: damas piadosas, cortesanos, militares, sirvientes, etc. Helena emprendió la construcción de iglesias en Belén y en Jerusalén, y la leyenda dice que emprendió excavaciones que le permitieron encontrar la cruz de Jesús (la “Vera Cruz”) y otras numerosas reliquias. Sin embargo, hay que anotar que la leyenda del hallazgo de la Cruz se formó algunas décadas después, de la mano del obispo San Ambrosio de Milán.
Mucha gente quería ver los lugares santos con sus propios ojos, especialmente Jerusalén que, según las ideas de la Antigüedad tardía y de la Edad Media cristiana, era el centro del mundo. Entre los viajeros del siglo IV había un número sorprendentemente alto de mujeres, que mostraban interés no sólo por los lugares de la historia de la salvación, sino también por la vida religiosa, a veces bastante exaltada, de Palestina y Egipto. Para las mujeres, la peregrinación fue una oportunidad para romper con una vida que imponía límites muy estrictos a sus deseos de desarrollarse como personas. Es por eso que no todas las mujeres estaban ansiosas por regresar a casa después de un largo viaje; es así que muchas de ellas continuaron viviendo en Tierra Santa como ermitañas o fundadoras de comunidades religiosas, en un ambiente de más libertades y responsabilidades que el que habían dejado atrás en la sociedad romana.
Egeria no se dejó disuadir por las preocupaciones que toda mujer tenía en esa época para emprender un viaje tan largo y peligroso. En el año 381 se lanzó a una peregrinación que duró varios años a través de Tierra Santa y recorrió más de 5 000 kilómetros: recorrió ciudades y caminos en los actuales Egipto, Israel, Siria, Turquía y Jordania, a pie, en barco, en burro, en carruaje. Egeria encontró tiempo para escribir un informe de viaje y cartas a sus hermanas que se quedaron en casa. El texto fue descubierto en la biblioteca del monasterio de Arezzo en 1884, pero no estaba completo. Sólo cuando se le relacionó con una carta escrita alrededor del año 680 por el ermitaño Valerio, en la que elogiaba a una monja muy viajada llamada Egeria o Aetheria, que "se fortaleció voluntariamente y sin coerción en un país extranjero", fue que surgió el nombre de una posible autoría por Egeria.
Egeria era ciertamente rica (tales peregrinaciones costaban mucho dinero), de mediana edad, en buena forma física y soltera (¿viuda?). Cuando regresó a Constantinopla después de su gira de tres años, no tenía prisa por regresar a casa, sino que inmediatamente hizo nuevos planes de viaje. Se describió a sí misma como "terriblemente curiosa". Su latín se considera sólido, sin delicadeza retórica. A diferencia de las ricas damas de la aristocracia romana, no se sabe que ella haya establecido fundaciones piadosas, monasterios o iglesias. Y Egeria es considerada la primera alpinista que conocemos por su nombre. Subió al Sinaí “recto como un muro”.
Egeria no habla en su diario de ayunos o de las penurias de una vida de eremita, pero muestra gran interés en las festividades religiosas y en la liturgia de Jerusalén, que describe con precisión. Mujer curiosa y emprendedora, ilustrada y observadora, Egeria es un ejemplo de búsqueda de libertad y de conocimiento, a la vez que busca, como otras mujeres de su tiempo, ver y comprender las bases de la fe cristiana, y disfrutar de una vida más emancipada que aquella en la que había crecido en la civilización romana.
Después de pasar más de tres años en Oriente, Egeria emprendió el viaje de regreso a casa desde Jerusalén. En Constantinopla, la actual Estambul, anunció su inminente regreso, pero decidió desviarse hacia Éfeso, en la costa del Egeo. Después de eso, se perdió su rastro para siempre.