Sobre los celos académicos cuando los otros destacan
04/10/2024
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Vicerrector de Investigación

En ediciones pasadas dediqué tiempo a hablar de dos males muy comunes entre los académicos: la quejumbre constante y los egos inflados. Ahora quiero cerrar esta trilogía autocrítica con un tema casi derivado de los anteriores: el protagonismo académico y el surgimiento de celos cuando los demás destacan. 

La misa dominical de ayer propuso dos pasajes interesantísimos al respecto: cuando Josué va a chismear a Moisés que dos ancianos que se había quedado en el campamento –Eldad y Medad– profetizaban por su cuenta, ante lo cual Josué le solicitaba al propio Moisés que impidiera esa situación out-of-order. El segundo pasaje relata que Juan vio a alguien –del que ni siquiera se consigna su nombre– que expulsaba demonios en nombre de Jesús, pero, como no pertenecía al selecto grupo de los “doce”, Juan se lo prohibió. 

En ambos pasajes Moisés y Jesucristo se molestan por esa actitud de control, de celos, de “apropiación”, de querer administrar la gracia por parte de sus discípulos. Moisés corrige a su predilecto Josué –quien lo sucederá en el mando sobre Israel–: “ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta!” Jesús corrige al discípulo bienamado con una famosa frase: “Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. Permítanme hacer una digresión para luego regresar al punto central.

En la frase de Jesús hay algo que es crucial. La frase no dice: “todo aquel que no está conmigo, está contra mí”, típica frase del egoísta y orgulloso, del controlador, del que tiene filtros ideológicos que pide que todos cerremos filas con él. La frase original no solicita la coincidencia. Tampoco pide adhesión explícita. La frase afirma que con “no ir en contra” es más que suficiente. 

Esto me recuerda una famosa y controvertida postura del teólogo jesuita Karl Rahner sobre los “cristianos anónimos”: personas que no están vinculadas explícitamente con la fe cristiana, es decir, que no hacen una confesión voluntaria ni consciente de la fe y que, sin embargo, de algún modo tratan al otro como Cristo lo pidió (dando de beber al sediento y de comer al hambriento, visitando al preso y hospedando al forastero…), lo cual contrasta bastante con muchos de los que nos la damos de creyentes y persignados y que damos muy mal testimonio en torno a ese amor concreto al prójimo. 

A veces buscamos demasiado coincidir unos con otros en términos, palabras, frases e intenciones. Creemos que por compartir un vocabulario común (pedagogía del bien común, cultura del encuentro, excelencia educativa, pertinencia social, investigación seria y comprometida, etc.) ya con eso basta para avalar la postura ajena. Pero, la verdad sea dicha, Jesús no solicita eso, simplemente afirma: “Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”. Y en esto se abre un mundo inmenso de posibilidades, de diálogo ecuménico o interreligioso, de trabajo social colaborativo con otras instituciones de la sociedad civil, investigación conjunta con instituciones públicas y privadas, trabajo hombro a hombro con legisladores de cualquier partido político y un larguísimo etcétera. ¿De veras nosotros actuamos con esa conciencia, apertura y visión positiva de la alteridad?

Se acabó la digresión y retorno al tema. Los académicos somos súper celosos de ver cómo nuestros colegas destacan, crecen y salen en la foto. Somos un poco como Josué o como Juan: prohibimos o reprobamos una acción en la que no fuimos protagonistas. Nos duele que el éxito se dé en la oficina de al lado. 

¿Lo anterior se debe a la condición humana? Por supuesto que sí, como cualquier otra inmadurez y mezquindad. Pero nosotros le damos su peculiar sazón académica. Las ideas ajenas las empequeñecemos, las minusvaloramos, las miramos por encima del hombro. No leemos lo que los colegas publican, no lo festejamos, no lo admiramos, no aprendemos de ellos. Nos cuesta mucho reconocer ideas geniales en nuestros alumnos, no les dedicamos el suficiente tiempo, pensamos que no nos merecen. 

Probablemente la causa principal de los celos es la inseguridad. Comencemos a trabajar en sentido inverso. No veamos al otro como amenaza, veámoslo como hermano. Aprendamos a conjugar la vida en plural.