El título de la columna se debe a una fábula de Tomás de Iriarte que siempre me ha gustado y que trata de un gato que hablaba con unas palabras y términos extrañísimos que dejaban deslumbrados a todos. El gato dice: “¡Qué ansias tan mortíferas! / Quiero, por mis turgencias semi-hidrópicas, / chupar el zumo de hojas heliotrópicas”, pero un lagarto al mirar al gato comiendo girasoles, se da cuenta de que era un charlatán ridículo. No así un grillo, que como no entendió nada “de términos tan raros y magníficos, / hizo del gato elogios honoríficos”.
¿Y por qué traigo a cuento “El gato, el lagarto y el grillo” de Iriarte? Porque la academia está viviendo algo parecido. Pongo tres ejemplos:
- Recuerdo en un examen doctoral de pedagogía que algún sinodal hizo una pregunta al sustentante (una pregunta larguísima) en la cual se vertía la siguiente expresión: “…hay un desplazamiento epistemológico contextual tácito pero crítico…” Yo apunté la frase en una libreta que tenía a la mano. Un colega -a quien considero un verdadero pensante- le pregunté si entendía aquella expresión (contándole también el resto de la pregunta) y él, sin ningún empacho, me dijo que aquello era un sinsentido. Me di cuenta que también hay gatos en los tribunales de doctorado.
- Como investigador, me toca ser árbitro y dictaminador de artículos de revista. ¿Sabe usted cuántos artículos de filosofía en el fondo están infestados de verborrea? Es verdad que hay de verborrea a verborrea. La hay habilidosa, un verdadero malabarismo de términos complejos, pero que en el fondo son un juego admirable de lenguaje; pero la hay hueca, inconsistente y, a veces, contradictoria. Por más que uno esté tratando autores difíciles, una expresión como: “la ineluctabilidad de la significancia de la completud exhaustiva del ser” es una frase que no añade nada, que simplemente hace complejo lo simple, como si ese fino arte constituyese una proeza digna de ser celebrada. Pero como siempre hay grillos en los procesos de dictaminación, entonces los artículos son aprobados “sin más”. A mí me gusta ser un lagarto y denunciar estos abusos. Siempre se agradece el hablar liso y llano.
- Vaya usted a un congreso de humanidades. Abundan los lugares comunes en la retórica de los ponentes: “…es un fenómeno multicausal y multidimensional…”, “…las perspectivas que se nos ofrecen desde las epistemologías del sur…”, “…narrativas interseccionales e intertextuales…”, etc.
Por supuesto que existe el lenguaje especializado. ¡Nadie discute eso! No abogo por llamar “cosa” a un “aneurisma fusiforme”. Las ciencias tienen su vocabulario especializado y éste tiene una razón de ser: evitar ambigüedades al delimitar realidades. Lo que estoy denunciando es el abuso de la verborrea, al margen, e incluso en contra, del sano y auténtico vocabulario especializado.
Una página de Elinor Ostrom (premio Nobel de economía 2009) se entiende, ¡vaya que se entiende muy bien! Sin embargo, varios artículos que leí sobre la Dra. Ostrom y su propuesta de “los comunes” eran bastante oscuros y complicados (otros artículos no… debo reconocer que no todo es retórica gatuna). Pero si reparo en los artículos más complicados, me pregunto: ¿qué llevó al autor a hacer un artículo así de complejo acerca de la propuesta de Ostrom? Por cierto, desafortunadamente es en Latinoamérica donde somos más dados al barroquismo, mientras que, en otras latitudes del planeta, afortunadamente todavía se premia y agradece el “lenguaje comprensible”.
Creo que fue Pío XI quien llegó a decir de santo Tomás de Aquino lo siguiente: “si quieres entender a Tomás, léelo a él directamente”. El contexto de la frase es el siguiente: para ese entonces (1923), tras el impulso que dio León XIII al tomismo (1879) en menos de cincuenta años, había tantos manuales y libros de santo Tomás de Aquino, que se hizo complejísimo su estudio: había manuales que lo simplificaban, otros que lo hacían tortuoso, otros que pecaban de parcialidad. El “santo Tomás” de muchos tomistas de la primera mitad del siglo XX, estaba mezclado con propuestas kantianas, cartesianas, heideggerianas, etc. Total, para no hacer el cuento largo: era “un Tomás muy poco Tomás”. También en la filosofía tomista abundaron los gatos (eso sí, citando en latín y con mucho caché.) ¡Qué sano fue regresar a las fuentes! ¡Qué sano el consejo de Pío XI!
Preservemos el sano y útil vocabulario especializado de cada uno de los saberes. Pero también hagamos comprensible lo que decimos y lo que escribimos. No nos vayamos con la finta de escribir y hablar complejamente como si eso fuera signo de brillantez. Todo lo contrario: la verdadera sabiduría se expresa con sencillez.