Muchos errores en la vida -al menos en la mía- han surgido por creer que debe existir una disyunción (o… o…) y, por tanto, una alternativa y elección, en realidades donde más bien lo más sensato consiste en imaginar una buena conjunción (… y …).
Andar por la vida leyendo disyunciones a diestra y siniestra es más que un error metodológico, más que un vicio, es una ideología. Porque la disyunción nos fuerza a tomar partido, a escoger, a decir “sí” a algo, renunciando a lo otro. Forzados a contraponer, terminamos viendo la otra opción como disímbola y como enemiga.
Es muy católico aprender a ver conjunciones (no estoy diciendo que sea un método universal o que haya que aplicarse sin discriminación). “Tradición y creatividad”, “identidad y apertura”, “fidelidad y diálogo”, “misericordia y justicia”, son ejemplos de binomios que las más de las veces la prensa amarillista nos los presenta como antitéticos, cuando sucede todo lo contrario, uno ayuda a la mejor comprensión y profundización del otro.
Pongo otro ejemplo: “santidad y sexualidad”. Como estamos acostumbrados a que la primera no tenga que ver con la segunda, y que la segunda pueda incurrir en desviaciones, pues terminamos creyendo que se dan por separado. Pero su conjunción en la institución matrimonial, cuando se da en un entorno de ternura, amistad y generosidad, nos hace ver que no sólo no son opuestas, sino que son complementarias y se exigen mutuamente.
¿Por qué nos encanta contraponer? ¿Por qué no aprendemos a armonizar y conjuntar? Creo que la lógica de la polaridad tiene su encanto. Los politólogos lo saben bien, y pueden dar múltiples ejemplos de demagogos que, a fuerza de inventar enemigos al frente, logran aglutinar a un sector de la población. La aparente ventaja de la disyunción es vencer: “Divide y vencerás” (“divide et impera”, reza el adagio latino). También en las universidades mordemos el anzuelo. Hay ejemplos de sobra: O administrativo o académico. O de esta vicerrectoría o de la otra. O trabajas para el decanato o para educación continua. O de este rector o del anterior. De la vieja guardia o de los revolucionarios. De los fieles o de los advenedizos. O alabas públicamente, o si no, seguramente es porque criticas sottovoce.
Cuentan una anécdota jocosa de Emmanuel Levinas. Que ante una persona que solía dividir siempre en dos la realidad, Levinas advirtió: “hay dos clases de personas en el mundo: aquellos que constantemente dividen a la gente en dos clases, y los que no”. Por supuesto, hay que encontrarnos en el segundo grupo.
¿Esto significa caer en un buenismo ingenuo? Por supuesto que no… el polo opuesto a la falsa disyunción es la falsa conjunción. Obviamente existen las categorías día-noche, corto-largo, bueno-malo… todos necesitamos polaridades para pensar, incluso para pensar agudamente. El punto es no absolutizarlas al grado de ver como imposible la conjunción.
Ver moros con tranchetes es insano. A fuerza de acostumbrarnos a la disyunción terminamos identificando alteridad con enemistad, peligro y sospecha. Por el contrario, la conjunción nos invita a la creatividad. Piense en: “aprendizaje y diversión”, “teoría y práctica”, “magisterio y política”, “fe y ciencia”, “identidad y apertura”, “amistad y exigencia”, “criticar y construir”, “cooperar y disentir”, etc. La universidad del futuro precisa personas que, sin dejar de lado unos principios irrenunciables, en el resto de cosas saben buscar conjunciones, dialogar y coincidir.