Los académicos –lo he dicho en más de una ocasión– somos una fauna peculiar. Tenemos nuestros pros, eso nadie lo discute, pero también tenemos contras. Hoy quiero señalar uno del cual se quejan muchos de nuestros compañeros administrativos que conviven a diario con nosotros.
La soberbia es una actitud reprobable, no por la excesiva autoestima que implica, sino por la arrogancia y desprecio que derrocha. ‘Super’ en latín significa ‘sobre’. Soberbio es quien cree que siempre está sobre los demás: en conocimientos, en virtud, en poder, en hermosura, en talento, en nivel socioeconómico o en prestigio profesional. La soberbia llega incluso a extremos tan extraños –alguna vez lo señaló Unamuno– como el de querer ser tenido como el más humilde de todos, porque dicha humildad, en el fondo, coloca al presunto ‘humilde’ sobre los demás.
Acostumbrados a citar libros, a revisar la bibliografía más actualizada, a dar clases, a estar ‘sobre’ la tarima, creemos que eso nos da derecho a ver a los demás por debajo del hombro. Prontos juicios hacemos sobre los políticos, ante quienes nos es más fácil ironizar sobre su estupidez que aprender a trabajar con ellos, con altura de miras, por el bien del pueblo.
Ni qué decir de nuestras expresiones sobre los estudiantes. Rara vez los escuchamos como quien quiere realmente aprender. ¿De verdad creemos que tienen algo interesante e importante que comunicar, que tienen una visión del mundo y de su país que vale la pena considerar?
La relación entre académicos y administrativos es complicada. Sin hacer una simplificación o caricatura donde unos sean blancas palomas y otros unos zorros, sí que podemos reconocer algunos rasgos generales en ambos grupos. Mientras que en los puntos bajos típicamente adjudicados a los administrativos se encuentran el gusto por el control, el amor a los formatos y la poca flexibilidad ante las eventualidades, tenemos que reconocer que en los académicos más bien se encuentran actitudes, acciones y respuestas que tienen como común denominador la soberbia: arrogancia, desdén, habladurías, motes, juicios temerarios, ironía y sarcasmo… Y, lo digo con mucha objetividad, creo que es más fácil curarse de “formatitis burocrática” que bajarse del “pedestal del ego”.
¿Cómo se contrarresta el ‘super’ de la ‘superbia’? Con el ‘abajo’, con el ‘suelo’ y la ‘tierra’ (que en latín se dice ‘humus’, de ahí el término ‘humilde’). Vivir a ras de suelo, en el buen sentido de la palabra, significa ser accesible, alegre, empático y, fundamentalmente, agradecido. La gente que agradece es la que reconoce que el otro hizo algo bueno y útil. El agradecimiento es un reconocimiento de la altura del otro. La gente humilde, que no es penosa ni vergonzante, es gente que no busca estar ‘sobre’, sino ‘al lado’ de sus amigos, familiares, compañeros. ¿Qué sería de las Universidades si los académicos tuviéramos la conciencia de esta sana lateralidad con nuestros compañeros administrativos?