El garrote arancelario
08/04/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Estos primeros meses de la administración de Donald Trump han puesto al mundo de cabeza. Es increíble ver cómo un solo hombre tiene la potestad legal de tomar decisiones que repercuten en todo el mundo y, en un fenómeno impresionante de comunicación política, logra que prácticamente todos los gobernantes del mundo estén atentos a sus palabras en tiempo real cuando aparece cual Moisés, con las Tablas de la ley en las manos, para anunciar al mundo quiénes son los castigados y quiénes salen más o menos ilesos…

Trump se ha lanzado de lleno a una guerra comercial, guiado en gran medida por su ignorancia, por su manera tan simplista de ver al mundo y por sus obsesiones. Todo pareciera indicar que su imagen ideal de los Estados Unidos es la del mundo antes de la Primera Guerra Mundial: los Estados Unidos se encontraban en plena expansión comercial, industrial, demográfica y territorial, en una época aparentemente dorada que en Europa se llamó nostálgicamente “La belle époque”, caracterizada por grandes avances tecnológicos, sociales y culturales, por un marcado optimismo y una evidente fe en el progreso. Fue un momento de relativa paz y prosperidad en Europa y en los Estados Unidos, pero no hay que olvidar que el final fue catastrófico, pues esta época se sitúa entre el final de la guerra Franco-Prusiana en 1870 y el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914.

El hecho de que Trump pueda echar mano de tantas facultades legales para intervenir en la economía mundial, en muchísimos aspectos de la política interna de su país (como su intento de hacer cambios en la legislación electoral de los estados de la federación, cosa a todas luces ilegal) y en la arquitectura de la seguridad internacional, hace pensar que la democracia estadounidense se está desmoronando, al igual que el papel de los Estados Unidos como líder en el comercio internacional y como garante máximo de las estructuras de la seguridad internacional occidental.

Esta preeminencia del capricho del gobernante que ignora medidas racionales de política pública es propia de países autocráticos y de países híbridos, como hemos visto aquí en México con decisiones perniciosas como el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, el AIFA o el desmantelamiento del Poder Judicial, que no obedecieron a diagnósticos serios y bien sustentados, sino a caprichos y veleidades personales. Todo lo anterior demuestra, en el caso de ambos países, una debilidad institucional, un fortalecimiento de la figura del caudillo autócrata y una cultura política poco comprometida con la democracia y sus valores.

El curso zigzagueante y errático de Trump -un día proclama aranceles, al otro día los cambia; un día insulta a Zelensky, al otro día se enoja con Putin; un día aparece como Júpiter Tonante, al otro día aparece muy de buenas- nos lleva a pensar en que este personaje ha de sufrir una especie de “Síndrome de la Chimoltrufia”, pues “como dice una cosa, dice otra”. Y es precisamente esta incertidumbre la que tiene de cabeza a los mercados internacionales.

¿Cuáles son los objetivos que persigue Trump con sus medidas arancelarias? A reserva de comentar que quizá ni él mismo lo sepa y que entre sus colaboradores más cercanos hay confusión al respecto, podemos aventurar lo siguiente, que tanto él como sus círculo cercano han mencionado o insinuado: 1) elevar los ingresos del Gobierno, sin tener que pasar por el Congreso; 2) la reindustrialización de los Estados Unidos, al obligar a muchas empresas a que regresen al país y se instalen allí; esto haría que ya no pagaran aranceles, lo que se contradice con el objetivo 1; 3) un gran número de los colaboradores de Trump lo apremia a que los Estados Unidos abandonen la globalización, para que se conviertan en un país autárquico, que no dependa de ningún otro para satisfacer sus necesidades; y 4) obligar a los demás países a negociar para reducir los aranceles, en condiciones ventajosas para el gobierno estadounidense (en este punto, parece que tampoco está claro qué quiere de cada país en particular, además de que se contradice con los objetivos 1 y 2).

El 2 de abril pasado, el “Día de la Liberación”, como pomposamente fue denominado en la Casa Blanca, pudiera ser una cesura en términos de la popularidad de Trump, pues lo único que por ahora parece seguro es que muchos productos en los Estados Unidos se encarecerán, no sólo porque los importadores le transferirán el pago de los aranceles al consumidor, sino porque las empresas estadounidenses aprovecharán la oportunidad de elevar el precio de sus productos fabricados en ese país, pues incluso así estarían más baratos que los que se importan con aranceles. Así que: el consumidor tendrá que pagar más o tendrá que prescindir de esos artículos, con lo que volteará enojado a ver al gobierno. Ya se está viendo también el caso de las medicinas: los Estados Unidos importan aproximadamente un 50% de las medicinas que se consumen en el país, y ahora tendrán que pagar aranceles escandalosos. En estas circunstancias, saldrá aún más caro enfermarse. Una situación similar se vive con los alimentos importados.

Y ya que arriba hemos mencionado la palabra “ignorancia”, diremos que es curioso que Trump crea que los aranceles los pagan los países que exportan los productos hacia los Estados Unidos, y no los consumidores. También cree firmemente que las empresas asentadas en el extranjero se mudarán a los Estados Unidos para no tener que pagar aranceles, lo cual también es equivocado, pues muchas empresas dudan que puedan encontrar mano de obra suficiente en los Estados Unidos, máxime que ahora los inmigrantes están en una situación más complicada, lo que colabora en la dificultad de encontrar suficiente personal para el trabajo industrial. Además, Trump cree que la Unión Europea se fundó para dañar a los Estados Unidos. Aunque esta afirmación es falsa, sus votantes se la toman ciegamente por verdadera, y eso es lo que al final es importante para él.

Podemos decir, pese a lo anterior -o, mejor dicho, debido a lo anterior-, que ya podemos identificar un efecto positivo en la política de aranceles trumpianos: ha logrado, por fin, unificar a los canadienses, cosa que hasta hace unos meses parecía tarea imposible. Pero Trump lo ha conseguido. Ha unificado a los canadienses … en contra suya. El partido conservador, que hasta hace unos meses marchaba como puntero para las próximas elecciones federales, cuyo candidato a Primer Ministro se percibía como cercano a Trump, ha sido rebasado por el gobernante Partido Liberal, que ha logrado remontar de manera espectacular, en gran medida por su postura opuesta abiertamente a Trump, quien la ha emprendido contra Canadá casi de igual forma que contra México.

Otro punto positivo de las medidas arancelarias trumpianas es que ha ayudado a mejorar nuestros conocimientos de geografía: como impuso alocadamente aranceles en todo el planeta, hemos tenido que buscar en los mapas en dónde demonios están las Islas Heard y McDonald, territorios externos de Australia, sin habitantes humanos pero pletóricas de pingüinos, castigadas con un arancel de 10%; el archipiélago de Tokelau, perteneciente a Nueva Zelandia, con 1 400 habitantes, con un arancel similar; la Isla Jan Mayen, de Noruega; la Isla de Navidad, en el Océano Índico, con 2 000 habitantes, y 10% de aranceles; la Isla Norfolk, dependiente de Australia, con un cruel 29% pero que, al igual que los ejemplos anteriores, no registra comercio alguno con los Estados Unidos. Y podemos agregar a la Isla Cocos, a las Islas de la Reunión, Guadeloupe, Martinique y Mayotte. Pero Cuba y Rusia salieron ilesas de la ira del magnate neoyorquino.

Donald Trump es como el niño acosador en el recreo: primero quiere quitarles a otros niños sus dulces, luego querrá la chamarra, luego la gorra, después algún juguete y al final la bicicleta. Cada vez que obtiene algo está pensando en lo que viene. Por eso hay que enfrentar con determinación a personajes como este.

La moraleja que debemos extraer de estos primeros meses de Trump como presidente es que debemos huir de la situación vulnerable de depender de un solo socio en nuestro comercio exterior. Estados Unidos ya no es un socio confiable ni en el comercio, ni en la política ni en la seguridad. Es por eso que los europeos están buscando nuevos mercados y se están rearmando para enfrentarse solos a Rusia; por eso Brasil, muy inteligentemente, desde hace años ha diversificado sus mercados internacionales. México depende demasiado de los Estados Unidos como para poder defenderse mejor; y como nuestro mercado interno no es tan fuerte como el de otros países, dependemos en mayor medida de nuestras exportaciones. Desde que me acuerdo, siempre se dice en este país que no deberíamos depender tanto de los Estados Unidos, pero no pasa nada. Como dicen que dijo en alguna ocasión la emperatriz Carlota: “En México no pasa nada, y, cuando algo pasa, no pasa nada…”

Estamos viviendo una guerra ideológica: la idea del proteccionismo contra el mercado libre. Ya no es sólo America First, sino America only. La imagen que ahora da la vuelta al mundo es la de un malvado Trump, que la emprende contra todos, menos contra Putin. Y quien seguramente saldrá ganando es el país que supuestamente es el enemigo jurado de Trump: China, que ahora se presenta en todo el mundo, con mucho éxito, como un socio comercial, financiero y político confiable, estable y seguro. El tiro, Mister Trump, le saldrá seguramente por la culata.