Uno de los Papas más amados de los últimos tiempos ha muerto. Sus palabras, pero sobre todo sus gestos, quedarán grabados en nuestros corazones. Y así como con pocos trazos -a vuelapluma- un caricaturista realiza una silueta, así quisiera poder delinear ocho rasgos que, a mi parecer, fueron los más característicos del gran Papa Francisco. No pretendo ser exhaustivo, tampoco meticuloso. No soy historiador ni teólogo. Una silueta no es un retrato, pero ayuda a identificar a la persona; la presente surge del cariño, la gratitud y la admiración.
El Papa de la misericordia. Nos enseñó que Dios no se cansa de perdonar. Convocó un Jubileo extraordinario de la Misericordia (Dic 2015 a Nov 2016), donde nos invitó a ser misericordiosos como el Padre. El perdón es la actitud básica del creyente: el perdón que se pide cuando uno fue quien cometió la falta, el perdón que se otorga cuando uno fue el ofendido. Sin el perdón de Cristo, no hay sanación real en lo más íntimo de nuestras historias, así como tampoco en los vínculos entre individuos o naciones.
El Papa reformador. Le llevó sus años, pero él mismo afirmaba que reformar la Curia fue uno de los encargos que el Colegio de Cardenales pidió a quien resultara Papa después de Benedicto XVI. En la Constitución Apostólica Praedicate evangelium Francisco dejó claro que las estructuras deben estar en función de la misión, y que ésta consiste, para la Iglesia, en predicar la Buena Noticia. Por supuesto, no sólo reformó la Curia, purificó realidades eclesiales, órdenes e institutos religiosos diversos, nos llamó a todos a la conversión, a no entender la vida en clave de poder, sino de servicio. Fue implacable en su combate a los abusos sexuales. Combatió fuertemente la corrupción. ¡Cómo le costó esta labor!
El Papa inclusivo. Nos enseñó que “inclusión” tiene acepciones correctas y profundamente cristianas. Que nadie fue excluido por el Corazón de Cristo (¡nadie!). Francisco incluyó a mujeres en el gobierno de la Iglesia; a laicos en la toma de decisiones; a personas no creyentes o que no profesan la fe católica en las Academias Pontificias. En el célebre viaje a Río de Janeiro, dijo una frase que quedará para la posteridad “Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. Incluyó a los divorciados vueltos a casar (tema que despertó tantas polémicas), pero que, pasado el tiempo se comprende con más justeza.
El Papa de los excluidos. Francisco nos enseñó a ir a las “periferias”, a no quedarnos en “el centro”, a no permanecer “quietos”, sino a estar en permanente “salida”. ¿Hacia dónde y hacia quiénes? Hacia los más vulnerables. Lo recordaremos lavando los pies a refugiados musulmanes, a presos… iba a los cinturones de miseria, fue a Lampedusa (isla-cementerio de muchos desplazados africanos que sueñan ir a Europa), llamaba y visitaba a los ancianos, a esos “descartados” que todos tenemos cerca de nosotros. Fue clarísimo respecto a la dignidad del hijo en el vientre de la madre y llamó sicarios a los perpetradores del aborto. Siempre se puso del lado de las víctimas, de los descartados, de los excluidos. Fue un Papa pobre y para los pobres.
El Papa ecológico. Fiel a su santo patrono, fue un Papa que nos enseñó a ver la creación de Dios con nuevos ojos: de gratitud, de responsabilidad, de cuidado, de ternura. Nos llamó a acoger y “custodiar” toda vida, incluso la que nos parece más insignificante. Nos enseñó que nuestro hermoso planeta es nuestra “Casa Común”. Su encíclica Laudato si’ es un hito en la historia de la Iglesia.
El Papa del diálogo y el encuentro. Francisco tenía un método: el diálogo. No sólo hablaba de él, lo practicaba. En pequeños discursos, pero sobre todo con gestos (encuentro con víctimas de abusos sexuales, encuentro con líderes de otras religiones, encuentro con parlamentos y jefes de estado, encuentro con niños y ancianos…) nos enseñó a tejer artesanalmente una auténtica cultura del encuentro. Así se rehace el tejido social y se participa genuinamente en política. Nos enseñó a ser honestos, a no traer doble agenda, a acudir desarmados al encuentro con el otro. Su encíclica Fratelli tutti quedará como un monumento la fraternidad y a la amistad social a la que todos estamos vocacionados, en especial, quienes desempeñan la grave responsabilidad de ser autoridad.
El Papa de los jóvenes. Nadie puede negar que Francisco tuvo un atractivo enorme con los jóvenes. Recordamos su: “¡hagan lío!” y su “no balconeen la vida”, invitando a la movilidad, la sana inconformidad y la transformación social. Nos llamaba a una santidad fresca: “se necesitan santos de jeans y tenis”. Su Exhortación Christus vivit es realmente hermosa y tal vez sea uno de los textos dirigidos a los jóvenes, más valiente, hermoso y comprometedor que se haya escrito. Supo cambiar el vocabulario sin cambiar la sustancia, fue un maestro de la comunicación, proponiendo nuevas narrativas, atractivas y desafiantes.
El Papa de la esperanza. Siempre portó una sonrisa. La alegría lo caracterizaba. ¿De dónde le venía? De una profunda esperanza. Sus escritos siempre los concluía con un guiño a esta virtud teologal; nos invitaba de continuo a no desanimarnos, a no temer, a remar mar adentro, a confiar como María (a quien siempre le encomendó sus viajes apostólicos). Incluso en aquella escena conmovedora -con una Plaza de San Pedro vacía por una feroz pandemia- él nunca perdió la esperanza. Murió en este año jubilar, siendo en su tránsito a la eternidad, un Peregrino de esperanza.
¡Te vamos a extrañar mucho amado Papa Francisco! Fuiste maestro, padre, hermano y amigo. ¡Te llevamos en el corazón!