Tenemos ya un segundo papa americano. Y es americano por partida doble: nació en Estados Unidos y tiene la nacionalidad peruana. Robert Francis Prevost Martínez es el nombre secular del nuevo pontífice, quien ha escogido programáticamente el nombre de León XIV. Los cardenales reunidos en el cónclave no necesitaron mucho tiempo para encontrar a una persona que a la vez garantizase la continuidad de las reformas emprendidas por Francisco pero que a la vez mande un mensaje de unidad: León XIV es, a la vez, mensaje de compromiso por la unidad y por la continuidad. En él vemos reunidos varios elementos interesantes: origen estadounidense, pero con raíces españolas, italianas y francesas; un fuerte sello latinoamericano, producto de una vivencia directa, permanente y larga en un país sudamericano; experiencia de gestión y de misión, al haber presidido a la Orden Agustina en el Perú; contacto directo con poblaciones pobres y marginadas en su diócesis; y, por último, conocimiento del funcionamiento de la Curia Romana. Por eso no es difícil imaginar que muchos cardenales lo hayan podido ver como un candidato de consenso, que podría superar las barreras y las contradicciones culturales y eclesiásticas dentro de la Iglesia católica, manteniendo su unidad y su diversidad.
Esto nos remite a la esencia de una institución tan antigua, tan compleja y extendida por todo el mundo, como lo es la Iglesia católica: la diversidad en las formas de actuar, la diversidad de las vocaciones dentro de la Iglesia, la diversidad en los rasgos culturales de los países y regiones en donde hay presencia católica; la unidad en torno a las creencias centrales de la fe cristiana católica. Es decir, la Iglesia se caracteriza por la unidad (que no uniformidad) en la diversidad, por la diversidad en la unidad.
Nacido en 1955 en Chicago, como hijo de padres con raíces españolas, italianas y francesas, Prevost estudió primero matemáticas, antes de ingresar en 1977 a la Orden de San Agustín. En 1982 fue ordenado sacerdote en Roma, en donde se doctoró más adelante en Derecho Canónico. En 2015, el papa Francisco lo nombró obispo de Chiclayo, una ciudad pobre en el norte de Perú, país al que había llegado en la década de los 80. Durante las crisis políticas peruanas que le ha tocado vivir, siempre ha actuado promoviendo la unidad y la estabilidad del país. Como ya dijimos, León XIV es peruano de nacionalidad y de corazón.
A pesar de que en el 2023 comenzó su carrera en el Vaticano, asumiendo tareas muy complejas y gozando de la completa confianza del papa Francisco, el actual pontífice siempre se mantuvo en un plano discreto, huyendo de los reflectores. Internamente, pasaba por ser pragmático y moderado, cercano a los objetivos que buscaba el papa Francisco. Es decir, se le considera como amigo de las reformas de Francisco (si bien quizá no de todas), pero más moderado. Se le considera también como una persona que sabe escuchar, que es buen mediador y que busca no polarizar. Por eso, junto con el cardenal Pietro Parolin, pudo mediar exitosamente en 2023 entre El Vaticano y los obispos alemanes, los más progresistas dentro de la Iglesia católica, los cuales suelen considerar las reformas dentro de la iglesia como insuficientes.
En temas como la protección al medio ambiente y la lucha contra el cambio climático, el nuevo papa se ha mostrado partidario de la necesidad de tomar acciones más enérgicas a nivel global. También conoce de cerca los problemas causados por las estructuras políticas y económicas injustas, pues su antigua diócesis en Perú es expulsora de migrantes. En estos temas es en donde se nota muy claramente que, aunque Donald Trump se haya mostrado muy contento por la elección de un papa estadounidense, ambos van por caminos diferentes. El nuevo pontífice en diversas ocasiones se ha mostrado muy crítico frente a las políticas de Trump, particularmente en lo que atañe a las políticas en materia migratoria, calificando a muchas de dichas medidas como ilegales y contrarias al espíritu cristiano y estadounidense. También ha criticado abierta y tajantemente algunas expresiones del vicepresidente Vance como “falsas”. Vance, como seguramente lo saben mis cuatro fieles y amables lectores, es católico converso y dice que una de sus figuras favoritas es nada menos que San Agustín de Hipona. Sin embargo, parece que su entendimiento de la teología católica en general y agustiniana en particular es bastante limitado, por lo que el entonces cardenal Prevost no ha dudado en criticarlo en algunas ocasiones. Un ejemplo reciente lo vemos en su cuenta de “X”, el 3 de febrero pasado. Para ello, el entonces cardenal se remitió a un artículo que criticaba a Vance, pues este había invocado la enseñanza católica para justificar el recorte masivo de la ayuda exterior de Washington, después de que Trump asumiera el poder. El vicepresidente, que se convirtió al catolicismo en 2019, había argumentado que los cristianos deberían amar a sus familias primero antes de preocuparse por el resto del mundo. “JD Vance se equivoca: Jesús no nos exige que nuestro amor por el prójimo se desenvuelva por categorías”, escribió el actual papa. Es decir: si la doctrina católica nos pide amar al prójimo como a nosotros mismos, no hay lugar para esta categorización del amor por rangos cada vez más lejanos.
El nuevo papa, por su biografía, está entre el norte y el sur, entre el centro y la periferia; ha pasado de Chicago a Roma vía Perú; es un ejemplo de lo que buscaba Francisco: construir puentes en lugar de muros: puentes entre regiones, entre culturas, entre generaciones, entre religiones, entre naciones. Y la mejor atmósfera para construir puentes es la paz. Por eso, el tema de la paz jugó un papel tan esencial en el primer mensaje de León XIV cuando se presentó a los fieles en la Plaza de San Pedro. En un mundo en el que nuevamente estallan guerras entre países, fenómeno que hasta hace unos años parecía que iba a la baja, el nuevo pontífice resalta la necesidad de la paz en el mundo, de la paz entre todos y con todos.
Promotor del diálogo, es muy interesante que haya escogido el nombre de “León”, siguiendo a León XIII, nada menos que el autor de la ya histórica encíclica “Rerum novarum”, la primera de carácter social de la historia, publicada en 1891.
Es muy loable que los cardenales en el Cónclave se hayan decidido nuevamente, como con el papa anterior, por un pastor que sabe de misión y también de gestión y gobierno, con una visión quizá más internacional que Francisco, por una persona conciliadora, por un amigo de las reformas -aunque quizá más lento que su antecesor-, por un pontífice que es él mismo un puente entre regiones y culturas. Aquí parece funcionar la etimología popular de “pontífice”: pontifex, en latín, es explicado por muchos como “el que hace puentes”; lástima que esta bonita interpretación al parecer no sea correcta. En todo caso, el ser políglota -habla incluso quechua- también le ayudará a tender estos puentes, como atestiguan los agustinos alemanes, quienes afirman que cuando el actual papa los ha visitado, han podido conversar con él en alemán con toda fluidez, sin necesidad de traductor.
Si bien sus tareas serán eminentemente pastorales, muy difíciles en un mundo en el que el número de católicos disminuye alarmantemente y en el que el materialismo parece dominar, deberá también asumir actividades diplomáticas y de mediación, pues hay numerosos escenarios complicados en el plano internacional: la creciente agresividad de Rusia y países afines; los choques entre India y Paquistán; las desavenencias comerciales entre Trump y el mundo entero; el choque en diversos ámbitos entre los Estados Unidos y China; la situación tan grave en la franja de Gaza; la paulatina falta de compromiso democrático de los electores en muchos países occidentales; los ataques contra las fuerzas liberales por parte de Trump en los Estados Unidos; los movimientos migratorios que parecen no detenerse, al no desaparecer las causas, que están en estructuras políticas y económicas injustas en numerosas regiones del mundo; un creciente egoísmo en los países ricos, que parecen no darse cuenta de que en lugar de prohibir la inmigración, lo que deben hacer es reglamentarla atendiendo a la dignidad de las personas, pero que deben hacer mayores esfuerzos por combatir las causas que orillan a la gente a emigrar.
Decían los antiguos romanos “Nomen est omen”, es decir: “El nombre es una señal”. Esperemos que esto se cumpla en la labor de León XIV, por lo que veremos seguramente una continuidad en la defensa y promoción de los valores verdaderamente cristianos de justicia social, búsqueda de la paz y del entendimiento, diálogo y cercanía con los más necesitados, alineándose con las reformas emprendidas por Francisco.