Los sueños imperialistas de Vladimir Putin
26/05/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

En las últimas semanas se ha hablado mucho acerca de las negociaciones de paz en el conflicto en Ucrania, del interés de Trump por terminar la guerra y de la supuesta voluntad de Putin por sentarse a negociar con Ucrania. Solamente un ingenuo podría creer que estos dos últimos rufianes -Donald y Vladimir- están interesados verdaderamente en la paz: el primero de ellos sólo quiere, quizá, que ya no haya guerra, simplemente, sin reparar en que la paz deba ser justa para Ucrania, como país agredido; el otro, el ruso, tiene objetivos más complejos y agresivos en la cabeza, de los que hablaremos ahora. Para conseguir estos objetivos, a Vladimir le viene “como anillo al dedo” la actitud de Donald, quien no tiene idea de la complejidad de los escenarios internacionales, sobre todo en temas de seguridad y de economía, por lo que está jugando el nada honroso papel de “tonto útil” del Kremlin.

La Federación Rusa, en la actualidad, tiene una extensión de 17.1 millones de km², lo que la convierte en el país más extenso del mundo. No obstante, los expertos coinciden en que Putin quiere más territorio: quiere “devolverle” a Rusia la extensión territorial que tenía cuando era el Imperio Ruso, el imperio zarista, que existió de 1721 a 1917. Esta idea imperial está cada vez más presente en los discursos del tirano del Kremlin: habla, por ejemplo, de recobrar los territorios que alguna vez fueron rusos, niega que Ucrania haya tenido vida como Estado independiente (afirmación que contradice los hechos históricos, pero eso no parece importarle) y constantemente menciona su deber como protector de los hablantes rusos en otros países, de la soberanía, de la gran patria rusa y de los valores que caracterizan a la nación rusa.

¿Cuáles son esos territorios que pertenecieron a ese enorme imperio y que, según él, deben regresar ahora a los amantísimos brazos de la madre Rusia? Veamos cuál era la extensión de la antigua Unión Soviética en los años de su disolución: en 1989, en épocas de Michail Gorbachov. En ese año, la URSS se encontraba en el pináculo de su extensión territorial; de hecho, 14 territorios que a ella pertenecían son ahora Estados independientes. Hablamos, en el sur, de Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán y Tajikistán (Apatzingán se había independizado poco antes y se incorporó a Michoacán). En el suroeste: Georgia, Azerbaiyán y Armenia; en el oeste: Ucrania, Moldavia, Bielorrusia, Lituania, Letonia y Estonia. Todo esto significa que, en 1989, la URSS abarcaba 22.4 millones de km², es decir, alrededor de 5 millones de km² más que la actual Federación Rusa.

A pesar de esta gigantesca extensión territorial, en otras épocas ese enorme país era aún más grande. En tiempos del imperio de los Romanov, que gobernaban desde San Petersburgo, tenemos que incluir a Alaska, partes de la actual Turquía grandes extensiones de las actuales Polonia y Finlandia, con lo que ese imperio tenía una extensión de nada menos que de casi 25 millones de km², o, para decirlo de otra forma, alrededor de una sexta parte de la superficie terrestre de nuestro planeta.

Así que, si hacemos caso a las fantasías imperialistas de Putin, ahí está su gran meta: recuperar al menos los territorios de la Gran Rusia cuando cayó en 1917, ya sin Alaska y sin pequeñas porciones de Turquía: unos 23 millones de km². Esto quiere decir que la conquista de Ucrania es solamente el primer paso de este sueño por recuperar los antiguos territorios rusos. Y decimos “el primer paso”, no “el único paso”. A ese primer paso seguirán otros, que apuntan obviamente, hacia el Báltico y hacia el oeste, en un camino en el que pretende ir recobrando lo que, a su juicio, pertenece a Rusia y nunca debió salir de ella.

Hasta el momento, gracias particularmente al apoyo de Donald, a Vladimir le están saliendo bien las cosas en lo que respecta a la propaganda y a la guerra híbrida: juega con el tiempo, manda señales de querer negociar, habla largas horas con Donald y sigue ganando dinero vendiendo petróleo con su flota a la sombra, de la que ya hemos hablado en este espacio. Es esta especie de “guerra mental” se ha apoderado de un espacio en los noticieros occidentales; Donald y muchos republicanos hablan bien de él y se da el lujo de enviar una delegación de segundones a jugar a las negociaciones de paz, ganando tiempo y burlándose de todos. Es cierto: en lo que no anda bien el tirano del Kremlin es en la guerra misma: comenzó esta “Operación Militar Especial” hace más de tres años, con el objetivo de derrocar en menos de una semana al gobierno de Kiev y conquistar todo Ucrania, y en esto todo salió mal: ahora controla un porcentaje menor del territorio ucraniano que en los primeros meses de la guerra, no logró derrocar a Zelenski, su economía está sumamente maltrecha, ha perdido cientos de miles de soldados y una enorme cantidad de equipamiento, y para conquistar cualquier pueblito o una callecita sin la menor importancia estratégica tiene que ofrendar a cientos de soldados.

Pero Vladimir le apuesta todo a que Trump va a terminar abandonando a los ucranios y a Europa a su suerte, por lo que Rusia se acercaría más a una posible victoria, debido a que los europeos necesitan más tiempo para poder substituir la ayuda militar estadounidense a Ucrania. Putin hace las cuentas que todo tirano cínico haría: desde el otoño de 2023 está perdiendo casi mil soldados diariamente, y gana un par de kilómetros cuadrados al mes, pero su pueblo parece soportarlo todo, así que ¿para qué cambiar de estrategia? ¿Qué puede esperarse de un canalla que ni siquiera tiene respeto por la vida de sus propios soldados? Uno puede preguntarse por qué el pueblo ruso no reacciona, pero creo que el aparato de poder de Putin es ya demasiado fuerte y controlador como para poder desafiarlo. Además, es lamentable, pero hay que decirlo: el ruso es un gran pueblo, pero hay algo que nunca ha conocido en sus alrededor de mil años de historia: la libertad.

Y sin libertad no hay paz posible. Si se le dicta a Ucrania una “paz” arreglada por ese par de sinvergüenzas (Vladimir y Donald), no será una verdadera paz, sino un paréntesis, pues la paz, como tranquilidad en el orden, pasa por la justicia y la libertad, no solamente por la ausencia de guerra. A ese paréntesis seguirá después la guerra, nuevamente. ¿Por qué? Porque, si se impone Rusia en Ucrania y la somete, ciertamente cesará momentáneamente la guerra, pero sólo para darle tiempo al Kremlin de reacomodar a sus tropas a lo largo de la frontera con los países de la Europa del este y del norte (actualmente tiene más de medio millón de soldados en Ucrania, que fácilmente reacomodaría), para rehacer su ejército, reequiparse, fortalecer su economía de guerra, librarse de las sanciones impuestas por los Estados Unidos y pensar en el siguiente paso: probar política y militarmente a la OTAN, tanto con medidas de guerra abierta como de guerra híbrida. Putin va por más.

Un dato más: en Alemania, se calcula que viven unos 250 000 jóvenes ucranios en edad para cumplir el servicio militar. ¿Por qué deben los europeos estar pensando en enviar soldados propios a Ucrania, cuando hay tantos jóvenes ucranianos que están evadiendo el servicio militar, viviendo cómodamente en Europa occidental cuando a su país le faltan soldados de manera alarmante?

Como vemos, la amenaza rusa es clarísima y no debe caber ninguna duda: el objetivo de Putin está en recuperar lo que considera es suyo. La única forma de obligarlo a negociar es debilitándolo militar y económicamente. Y para eso hay que armar a los ucranios, quienes son los que están dando la cara por Europa y padeciendo los horrores de la guerra. Si ellos están dispuestos a morir por defender su libertad, el deber del Occidente y de los demócratas del mundo es ayudarlos con toda convicción y entereza. La situación es compleja, como bien dijo en estos días el Secretario de Estado Marco Rubio: una solución militar no es posible, pues los rusos quieren lo que no les corresponde y lo que aún no tienen, y los ucranios desean lo que militarmente no pueden recuperar. Así que, en estas condiciones, una “paz” para Ucrania y para Europa sería peor que la guerra, pues permitiría a los rusos prepararse para lo que sigue: recuperar el resto de lo que era la Gran Madre Rusia. Cuando se impone una “paz” en condiciones de injusticia, no tarda en volver a estallar la guerra. Tenía razón el gran estratega prusiano Claus von Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política con otros medios”.