De lunes a viernes, la mayoría de las personas cumple jornadas laborales que superan las 40 horas semanales. Este tiempo se dedica, en gran parte, a cumplir con los objetivos que establecen las organizaciones. Sin embargo, más allá de ejecutar tareas, estas horas también deberían destinarse a reflexionar sobre el rumbo que queremos tomar con las áreas que lideramos, a repensar nuestros roles con creatividad y visión de futuro, capacitarnos, anticipar tendencias y, por supuesto, tomar decisiones estratégicas.
No obstante, una parte considerable de ese tiempo se consume en reuniones, muchas de ellas innecesarias. Cuando las juntas son excesivas o mal enfocadas, los equipos no avanzan, el desgaste aumenta y, peor aún, en más de una ocasión surge la pregunta: ¿de verdad era necesario reunirnos para esto?
Las organizaciones contratan talento con la expectativa de que, a través del conocimiento y experiencia de cada integrante, se logren las metas propuestas. Pero cuando el tiempo se invierte más en reuniones que en resultados, se pierde el rumbo. Es un mito pensar que la productividad se mide por la cantidad de juntas en las que se participa. Hay quienes, en un intento por mostrarse competentes, organizan o asisten a toda reunión posible, incluso a aquellas que no les corresponden.
Lo verdaderamente importante no es cuántas reuniones se tienen, sino que estas sirvan para llegar a acuerdos, validar avances, cumplir tiempos y abordar temas realmente estratégicos u operativos. Las reuniones sin objetivos claros aumentan el estrés, pueden provocar agotamiento mental y emocional, reducen la creatividad, afectan la toma de decisiones y disminuyen el compromiso con los resultados. Además, impiden contar con espacios valiosos para la reflexión, el análisis profundo o el acompañamiento efectivo a los equipos.
Cuidar la salud mental de los colaboradores también implica optimizar el uso del tiempo y de los recursos. Lamentablemente, sigue vigente la creencia de que una agenda saturada de juntas es sinónimo de productividad, cuando en realidad puede ser una señal de desorganización. A esto se suma otro reto: líderes que convierten las reuniones en monólogos, o participantes que intervienen solo por hablar, sin aportar valor a la conversación.
El encuentro entre los equipos ya sea presencial o a través de dispositivos electrónicos es necesario. Pero lo esencial es que esos espacios se construyan con un propósito claro, se enfoquen en temas relevantes y conduzcan a acciones concretas. Solo así las reuniones podrán ser una herramienta eficaz para avanzar hacia los objetivos organizacionales, y no un obstáculo para alcanzarlos.