Estamos a mediados de julio, fechas en las que se conmemora, por trigésima ocasión, la masacre de Srebrenica, ciudad bosnia en la que fueron asesinados poco más de 8 000 hombres (de entre 13 y 80 años) por las tropas serbias. Tan vergonzosos hechos tuvieron lugar entre los días 11 y 14 de julio de 1995, y se consideran como el peor crimen de guerra cometido en Europa desde el genocidio emprendido por los nazis. Aunque siempre se supone que los pueblos aprenderían de tales acontecimientos, otra vez hay guerra en Europa y otra vez se cometen crímenes de lesa humanidad, esta vez por parte de las tropas rusas en Ucrania. Todo parece indicar que la guerra siempre acompañará al Hombre, lamentablemente. Analicemos ahora algunos aspectos interesantes y de gran importancia que se han desarrollado en los campos de batalla ucranios.
Como mis cuatro fieles y amables lectores saben, pues son todos ellos personas informadas y siempre al tanto de los acontecimientos que discurren en el escenario internacional, la Rusia de Vladimir Putin depende cada vez más de dos aliados y vecinos para mantener el ímpetu de su invasión a Ucrania: nos referimos a China y a Corea del Norte. Según datos de los servicios de inteligencia ucranios, es muy posible que el líder norcoreano Kim Jong-un esté dispuesto a enviar al frente de guerra un total de 30 000 soldados más, con el fin de apoyar la ofensiva rusa de verano, que está tambaleándose aún antes de alcanzar toda su intensidad. Se cree que, hasta ahora, Corea del Norte ha enviado unos 14 000 soldados a luchar sobre todo en la provincia rusa de Kursk, para recuperarla de manos ucranias. Sin experiencia previa en la guerra moderna, caracterizada por las armas de precisión, los drones, la conducción electrónica y las trincheras, junto con la penosa circunstancia de pelear al lado de un ejército -el ruso- que no se ha caracterizado por su innovación e inteligencia en el campo de batalla, los pobres soldados norcoreanos sufrieron pérdidas enormes, que se calculan en unas 3 000 a 4 000 bajas. Es evidente que no estaban preparados para una guerra fuera de la península coreana, lo cual se agrava si pensamos en que se enfrentarían a un ejército moderno -el ucraniano-, bien preparado y armado y con una doctrina más cercana a los países de la OTAN que a la desaparecida Unión Soviética.
Sin embargo, debemos pensar que el significado de estos refuerzos va más allá de su importancia militar en el campo de batalla, pues el gobierno ruso está en serias dificultades debido a las crecientes dificultades económicas, a la escasez de mano de obra y de reclutas, al elevadísimo número de bajas en las fuerzas armadas rusas (se calcula que ya sobrepasaron el millón de muertos y heridos) y al descontento social que la guerra está provocando, por lo que estos soldados del aliado norcoreano son aire fresco para el régimen de Putin. Estas dificultades internas son las que impiden al Kremlin ordenar una movilización, pues podría desatar una oleada de temor y de protestas en todo el territorio. Así que los soldados norcoreanos ayudarán a seguir regando de sangre los campos ucranianos, todo para que el régimen ruso sobreviva y el dictador Kim Jong-un reciba de Rusia, a cambio, cohetes, misiles y tecnología militar. Pensemos que en las guerras mueren sobre todo personas entre los 20 y los 30 años de edad, que ya no se reintegrarán ni a su vida familiar ni a la vida económica después de la guerra, lo que dificultará las cosas para la reconstrucción rusa. Por eso necesitan a los soldados extranjeros.
Este empleo de militares norcoreanos en Ucrania es muy complicado de organizar y de llevar a cabo: en primer lugar, tienen que atravesar todo Rusia para llegar al lejano frente de batalla, debiendo primero llevar a cabo algunas tareas de capacitación antes de entrar en combate en un territorio y con un clima desconocidos para ellos. Además, hay escasez de alimentos y avituallamiento en las líneas rusas, por lo que se sabe que muchos soldados norcoreanos tienen que buscar muchas veces por sí mismos qué comer. Esta guerra ya se le atragantó a Putin, quien pensaba terminarla en una semana. Sólo hay que tomar en cuenta que, en 2024, los rusos perdieron más soldados que en los primeros dos años de la guerra juntos. Sin la ayuda norcoreana, cuya población no tiene ninguna posibilidad de protestar o de impedir el envío de tantos hombres al matadero, Rusia corre el riesgo de perder territorio ya ocupado, de seguir desangrándose, de perder influencia internacional y de acabar de arruinar su economía. Esto podría significar un riesgo muy serio para la supervivencia del gobierno de Putin. Esto quiere decir que el tirano del Kremlin se balancea peligrosamente entre dos necesidades: ganar la guerra y no exigir demasiado a su pueblo.
A esto hay que agregar los problemas demográficos de Rusia, que no comenzaron con la guerra pero que sí se han acentuado con ella: el índice de natalidad, ya de suyo muy bajo, se refleja en el hecho de que ahora nacen menos personas que las que mueren: en 2023 la población disminuyó en 600 000 habitantes. Los expertos calculan que la población económicamente activa disminuirá significativamente en el 2030. Estas cifras negativas en la población rusa no solamente se reflejarán en la falta de soldados para próximas campañas militares rusas (contra la OTAN, por ejemplo), sino para mantener la economía y la vida misma del país en las próximas dos décadas. Un tema crucial aquí es la fuga de cerebros, que se ha acentuado desde la invasión a Ucrania.
El liderazgo y la permanencia en el poder de Putin se basan en una especie de “pacto” no escrito con la población rusa: los ciudadanos no se meten en la política y Putin les asegura estabilidad. Lo malo de la guerra es que ya se empieza a sentir en el país agresor, no solamente en el país invadido. Si la situación interna se sigue deteriorando y desestabilizando, el pacto con Putin estará en riesgo, incluso en un país en donde disentir del gobierno es sumamente arriesgado. Ya decía Maquiavelo que es muy peligroso meterse con el bolsillo de los ciudadanos: los rusos están cada vez más molestos por la tremenda inflación, por la devaluación de la moneda, por las sanciones que les impiden adquirir artefactos occidentales, por el hecho de que es más difícil salir al extranjero, etc., y ven a la guerra en Ucrania como la responsable de esto.
Para evitar revueltas entre la población, la mayoría de los reclutas rusos proceden de regiones pobres, como Siberia, Chechenia o Daguestán, mientras que los hombres de ciudades como Moscú o San Petersburgo no son llamados a filas. Como siempre, el descontento en las grandes ciudades es más peligroso que en las regiones rurales o pobres.
Un tema aparte es qué opinan los rusos sobre la guerra, pues pueden estar en contra de que esta se prolongue, pero sin que duden de que Rusia debería ganar. Parece que solamente una minoría ve la invasión a Ucrania como algo injusto que debería detenerse, mientras que el 50% de la población apoya abiertamente la guerra contra el país vecino. De todas maneras, es muy difícil creer lo que arrojan las encuestas en Rusia.
Por eso le conviene a Putin la inclusión de soldados de Corea del Norte en la guerra: no por sus cualidades militares, sino porque enviarlos a la guerra no representa ningún riesgo político o social para él. Además, dicho país cuenta con un ejército de más de un millón de efectivos, por lo que enviar 30 000 no es tan complicado en términos de disponibilidad. Kim Jong-un obtiene algo a cambio: dinero, armas, petróleo, alimentos, tecnología para mejorar el armamento coreano y soldados sobrevivientes entrenados en la guerra moderna.
Sin embargo, la ayuda militar rusa a Corea del Norte también es arriesgada para Putin y su amigo Kim, pues puede acelerar la carrera armamentista en Asia, al sentirse Japón y Corea del Sur aún más amenazados por las hordas de Kim Jong-un. Además, el tirano norcoreano debe mantener de alguna forma contentos a sus súbditos, pues no todos entienden por qué sus soldados van a morir al fin del mundo por asuntos que no atañen a su país. Por eso, a las familias de los caídos les están dando 50 dólares mensuales, lo que es una verdadera fortuna en un país en donde la mayoría de la gente gana menos de 10 dólares al mes. Sin embargo, ante un elevado número de víctimas en la guerra, ni monumentos ni dólares podrán detener a la larga el descontento social.
Kim y Vladimir han contraído una alianza que amenaza la estabilidad mundial, pues ni siquiera China puede ver esto con agrado, ya que un acercamiento demasiado intenso entre Rusia y Corea del Norte podría hacer disminuir la influencia china sobre el dirigente norcoreano. Ambos tiranos se han embarcado en esta arriesgada aventura, producto de la desesperación rusa, pero no contaban con que los ucranianos combatirían inteligente y disciplinadamente, convirtiéndose en un enemigo temible: pensemos, por ejemplo, que en marzo de este año los ucranios volaron por los aires un arsenal repleto de granadas norcoreanas. En unos segundos, el 90% de ese enorme depósito quedó destruido. O reflexionemos sobre lo que pasó este 8 de julio: por primera vez en la historia de la guerra, un ejército toma unas trincheras empleando solamente robots y drones, capturando a varios soldados invasores. Es decir: los soldados rusos se rindieron ante robots, fueron conducidos fuera del campo de batalla por drones y entregados a soldados ucranios. Esto es la guerra moderna.