Hace unos días, recibí por una red social un video que hablaba sobre los llamados “trepas”. Quien me lo compartió me dijo: “Deberías escribir sobre este fenómeno que ocurre a diario en muchas organizaciones, tanto públicas como privadas”. Intrigada, lo observé con atención, ya que no reconocía ese concepto con ese nombre. Descubrí que los “trepas” son personas con las que muchas veces convivimos laboralmente sin darnos cuenta de su verdadera naturaleza: individuos que, obsesionados con ascender profesionalmente, recurren a medios poco éticos para manipular situaciones, personas o contextos. Todo con tal de ganar poder, sin reparar en el daño que puedan causar a otros o a la institución misma.
Diversos análisis coinciden en describir al trepa como un hombre o mujer que recurre a la adulación exagerada hacia sus superiores, carece de una brújula moral clara y está enfocado exclusivamente en lograr sus objetivos personales, incluso si eso implica mentir, traicionar o apropiarse del trabajo de otros. Su ambición desmedida lo lleva a ocultar su verdadera intención bajo una fachada de carisma, encanto y aparente iniciativa, dejando de lado valores fundamentales como la honestidad, el respeto y el trabajo en equipo.
Lamentablemente, la buena fe o falta de discernimiento de algunos líderes permite que estas personas ocupen posiciones estratégicas en las organizaciones. Desde ahí, muchas veces eclipsan a talentos genuinos que podrían aportar al crecimiento colectivo sin poner en riesgo la reputación o la armonía institucional. El trepa no solo daña relaciones humanas, sino que también deteriora el ambiente laboral, afectando directamente la productividad, el logro de objetivos y la imagen construida con esfuerzo a lo largo del tiempo.
Ante esto, es fundamental recordar que todas las personas somos valiosas y que el éxito real debe ir de la mano con la ética, el respeto y el bien común. Practicar valores sólidos en el entorno profesional no solo fortalece la confianza, sino que mejora la eficiencia, promueve la colaboración y orienta a las organizaciones hacia su verdadera misión: contribuir al bienestar de sus miembros y de la sociedad.
Construyamos espacios donde el mérito, la honestidad y el servicio prevalezcan sobre el ego y la ambición desmedida. Así, nuestras organizaciones públicas o privadas no solo serán más sostenibles, sino también más humanas.