Todos los días me pregunto qué más debo hacer para alcanzar los objetivos: esa meta global y las metas específicas por área o programa académico. Pienso en que lograrlo no solo es un deber institucional, sino una causa profunda: cada vez que más hombres y mujeres acceden a una universidad de calidad, contribuimos a formar mejores ciudadanos, y con ello, una mejor sociedad.
Sin embargo, más allá de los números que suelen ser tan fríos, mi mayor recompensa es emocional. Es darme cuenta de que soy afortunada por tener un equipo conformado por personas buenas, con la mejor actitud. Siempre dispuestos y dispuestas a dar lo mejor de sí, a trabajar con compromiso, y a romper cualquier barrera que se interponga en el camino. Nada ha sido una limitante para alcanzar las metas.
Y sin que esto suene pretencioso, considero que esta dinámica de esfuerzo compartido se debe, en gran parte, a un liderazgo que ha sabido permear y conectar. Es algo que rara vez se menciona en los informes de cierre de campaña, pero que se manifiesta con fuerza en el respeto, la confianza y la gratitud de quienes integramos este equipo. Un equipo al que con orgullo llamo “los mejores”.
Cada vez que los veo trabajar con entrega y pasión, compensan los momentos de estrés y cansancio. Por eso, me he propuesto ser un ejemplo de vida, una líder congruente entre lo que pienso, digo y hago. Aspiro a influir positivamente en cada uno de ellos, a promover la colaboración, facilitar el diálogo y crear condiciones para que todos alcancemos metas comunes de manera efectiva, ética y humana. Siempre mediando, conciliando y actuando con coherencia.
Abrazo con humildad el reconocimiento genuino del equipo que lidero. Ese reconocimiento silencioso, que no siempre se expresa con palabras, pero que se siente con fuerza en su trabajo, cariño y respeto. Es una señal de que algo estamos haciendo bien. Que el liderazgo ha trascendido porque, sin importar el reto, sé que los asumirán con la seguridad de que cuentan con mi respaldo.
Tener un buen liderazgo significa ser estratégico, sí, pero también profundamente humano. Es estar enfocado en los resultados sin dañar, presionar ni violentar a los equipos de trabajo.
Líderes: aprendamos a escuchar. Creemos entornos donde las personas puedan crecer, desarrollarse y volverse más competitivas. Hagamos lo necesario para que se sientan valorados, vistos y respetados. La conexión con los equipos puede generar una admiración silenciosa que no depende de jerarquías. Eso no se impone: se gana y se construye con el tiempo.
Porque el liderazgo no se trata solo de que las personas te obedezcan. Se trata de que te consideren un aliado, que confíen en ti, incluso cuando no estás presente. Y al final del día, más allá de las metas cumplidas, lo que realmente queda es la huella positiva que dejamos en quienes nos rodean. No hay mayor recompensa que esa.
Gracias por su trabajo, lealtad y cariño.