La pesada carga de una decisión
02/09/2025
Autor: Dra. Eva María Pérez Castrejón
Cargo: Jefa de promoción de Posgrados y Modalidades a Distancia UPAEP

Pareciera que decidir es algo sencillo. Después de todo, tomamos decisiones a diario: qué vestir, qué comer, qué camino tomar. Sin embargo, cuando se trata de decidir dentro de una organización, el escenario cambia por completo. Entonces, decidir se convierte en un acto profundamente reflexivo, porque las implicaciones no solo afectan procesos o resultados, sino, sobre todo, a las personas que dan vida al sistema.

Decidir es mover emociones. Es formularse preguntas que van desde lo más íntimo y personal hasta las que involucran al equipo de trabajo y a cada uno de los sistemas que conforman una institución. Tomar decisiones no es fácil. A menudo nubla el pensamiento, especialmente cuando hay presión de actores externos que no siempre comprenden el contexto ni el alcance de lo que está en juego.

Al decidir, tenemos la responsabilidad de pensar cómo impactamos nuestro entorno, particularmente a los seres humanos que lo conforman. En muchas ocasiones, decidir es asumir el peso de lo irreversible. Idealmente, una decisión debería ser un acto libre, ejercido por líderes con la capacidad, visión y preparación necesarias. Pero la realidad es distinta. Muchas veces las decisiones se inducen, se condicionan o se imponen, y entonces se transforman en cargas silenciosas. Peor aún, hay momentos en que quienes deberían ser aliados intentan mover las piezas del tablero a su conveniencia, traicionando la confianza depositada en ellos.

Las decisiones deberían tomarse con objetividad, no en medio de sombras o bajo presiones que distorsionan el juicio. Decidir, en esencia, no es simplemente elegir entre varias opciones; es enfrentar consecuencias, asumir pérdidas y, en muchas ocasiones, hacerlo desde la soledad más profunda. A veces, lo correcto o lo que "debería ser" no es lo más fácil, y la tormenta estalla justo cuando se rompe la lealtad. Es entonces cuando el peso de la decisión recae completamente sobre nuestros hombros. Aunque desde la infancia se nos enseña que debemos tomar decisiones, en la adultez descubrimos que no siempre sabemos cómo hacerlo. Las experiencias, heridas y contextos individuales influyen, y lo más fácil, a veces, es evitar decidir y dejar la carga en manos de alguien más.

Las buenas decisiones exigen estrategia, claridad y firmeza. Requieren valorar riesgos, prever consecuencias e identificar impactos positivos. Aprendamos, entonces, a decidir sin temor y con libertad, pensando en los demás, en el propósito que guía nuestras acciones, y en el bienestar colectivo de nuestras organizaciones.