Negocios
10/11/2025
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Vicerrector de Investigación

La etimología latina de ‘negocio’ es muy curiosa: ‘nec-otium’ (‘lo que no es ocio’). Como el término ‘negocio’ es una negación de ‘ocio’, delimitemos entonces este último. Ocio es el tiempo que se dedica a actividades libres, voluntarias, placenteras y recreativas: oración y contemplación, descanso, diversión, estudio, ver series televisivas, practicar senderismo, tomar cervezas con amigos mientras se habla de política, etc. ¿Qué es el ‘negocio’, entonces? Fundamentalmente, el trabajo realizado por fines lucrativos, que persigue la ganancia o que al menos no puede prescindir de ella. Todas las actividades económicas primarias, secundarias y terciarias son modalidades de negocio. La mayor parte de nuestros ‘trabajos’ como asalariados son, en cierta manera, negocios. El comercio es la forma por antonomasia del negocio.

Dado que esta dimensión vital es tan común, antes de hacer una reflexión seria sobre la forma más justa y sana de vivir los negocios, aproximémonos a su opuesto: la forma desgraciada de los negocios. Me valdré de un pasaje bíblico severísimo: Amós 8, 4-6.

Oigan esto, los que devoran a los menesterosos

y arruinan a los pobres de la tierra, diciendo:

«¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el grano,

y el día del descanso para abrir las tiendas de trigo,

para achicar la medida,

aumentar el precio

y adulterar las balanzas;

Para comprar por dinero a los pobres

y a los necesitados por un par de sandalias,

y vender hasta la cascarilla del trigo?»

El mal negociante:

Es obsesivo: quiere vender y no descansa. Desea incluso negociar durante las fiestas dedicadas al Señor, fiestas religiosas en donde también el humano aprende la correcta jerarquía de valores. Anhela que pronto acaben tanto el día del descanso (Shabbath, שַׁבָּת), día para agradecer al Señor, como la luna nueva, (jodesh, חֹ֫דֶשׁ), día en que se ofrecen sacrificios para la reconciliación y el perdón. Su obsesión, por tanto, le impide darse tiempo y hacer un alto en la vida, y dedicar tiempo a la gratitud y la reconciliación, elementos sin los cuales la vida misma se vuelve desgraciada e invivible.

Es mentiroso. Hay cuatro acciones que relata el profeta, que describen las mañas y trampas del mal negociante: achicar la medida (el efa, אֵיפָה, era una medida equivalente a 22 litros, algo así como un costal donde se vaciaba grano); adulterar las balanzas (imaginemos que a la báscula le ponemos pesas que indican una cantidad y en realidad pesan menos); aumentar el precio (el shekel, שֶׁ֫קֶל, es decir, el costo de la mercancía. Un shekel era una moneda equivalente a 11.4 gramos de plata); al final el texto nos ofrece un dato curioso: “vender hasta la cascarilla de trigo”, lo cual puede significar la obsesión por sacar el máximo provecho sin desperdicio alguno, pero también vender salvado como si fuera trigo, es decir, mentir y revolver lo bueno con lo malo, adulterar el producto, dar gato por liebre. Juntemos todas esas acciones: te doy menos de lo que crees comprar, incluso te vendo lo que no quieres comprar sin que lo sepas y elevo artificialmente los precios. ¿Qué consigo? Acumulación de injusticias que exponencian mis ganancias.

Es abusivo: El mal negociante no es ingenuo. No comete la injusticia contra el que tiene la espada o quien detenta el poder. ¿A quién engaña? Al pobre, al ignorante, al necesitado, a la viuda, al huérfano. A esos abusa, porque no pueden defenderse, porque no tienen lengua culta para litigar ni recursos para vengar su suerte. Porque no representan amenaza alguna. ¿Qué suerte les depara? Ser expoliados. No cambiar nunca su condición. Quedarse arruinados, a tal grado, que sólo les quedaba ser comprados como esclavos, ser vendidos al precio de un par de sandalias. ¡Lo que sucedía en las tiendas de raya del Porfiriato se queda corto! A la luz de todo lo anterior se entiende el inicio del pasaje: “Oigan esto, los que devoran a los menesterosos”. ¿Hay un verbo más preciso para describir la injusticia?

Si ese es el infierno del negocio, veamos ahora su redención.

¿Cuál ha de ser el talante opuesto al descrito por Amós? ¿Cuál es el perfil de un buen negociante? Si negociantes somos, en cierta medida, todos, ¿cómo devolverle el carácter humanizador a los negocios, y que sean ocasión de crecimiento, justicia y desarrollo, tanto para el que realiza el servicio como para quien lo recibe? ¿Qué perfil deben tener las escuelas de negocios de las universidades católicas?

Si obsesión, mentira y abuso son los caracteres del negocio perverso, sus opuestos son más que reveladores para delinear el perfil que buscamos: moderación, verdad y justicia. Ahí está una hoja de ruta magnífica para delinear el learning outcome de esta profesión*.* El sujeto privilegiado de nuestra actividad como negociantes ha de ser siempre el pobre. “Dilexi te”, la Exhortación Apostólica de León XIV que recoge —como él dice al inicio— un texto preparado al final de sus días por Francisco, no puede pasar inadvertida por nosotros. No nos puede pasar de largo. A los pobres nos debemos. “No se puede amar a Dios sin extender el propio amor a los pobres” (Dilexi te, 26), y hablando sobre las obras de misericordia a los pobres afirma: “El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas” (Dilexi te, 28).

Hace unos días hablaba con el Dr. Joan Reyes, sobre cuán hermosa, humanizadora, portadora de justicia y creadora de paz, capaz de generar oportunidades de desarrollo para todos, de florecimiento para individuos y de prosperidad para las comunidades es la profesión de los negocios, cuando es vivida en clave de moderación, verdad y justicia y para beneficio de los que menos tienen. Cambiemos el rostro de los negocios, humanicemos el mundo del comercio, preparémonos para ser portadores de esperanza y hacedores de justicia, para remediar y transformar la suerte de los vulnerables, para que su condición de nacimiento no sea la de su destino.