Las empresas e instituciones necesitan forzosamente de recursos materiales, tecnológicos y humanos para sobrevivir. Esto, por supuesto, está alineado con la cultura organizacional que rige cada sistema, donde las personas se convierten en el eje rector que mantiene vivas e innovadoras a las organizaciones.
Quienes se integran a una empresa o institución suelen llegar con la mejor actitud, con una sonrisa y con el deseo genuino de ser aceptados e incorporarse. Sin embargo, con el paso del tiempo, en algunos integrantes ocurre “algo” que los transforma: aquellas actitudes positivas comienzan a modificarse y aparece un silencio que poco a poco se convierte en ego. Los valores, creencias y normas que en un inicio se compartían y que los convencieron de sumarse al proyecto se diluyen, y con ello se pierde esa cultura sólida y positiva que impulsaba el sentido de pertenencia, la colaboración y la innovación en favor de un clima organizacional más sano.
Es en este punto donde el rol de los líderes trasciende, convirtiéndose en ejemplo de vida. Ellos deben invitar a quienes se han olvidado de su propósito a reflexionar sobre el contexto de otras organizaciones y valorar dónde realmente quieren estar. Porque no hay recursos que alcancen para satisfacer lo que algunos creen merecer, especialmente cuando se trata del dinero. Llega un momento en que ningún aumento tiene sentido y no porque el dinero no sea importante, pues el trabajo debe ser justamente retribuido, sino porque, en el fondo, la necesidad no es económica, sino de reconocimiento y validación. El talento no equivale a superioridad; todos en una organización somos personas con los mismos derechos.
Quien se siente superior nunca estará satisfecho, porque no busca justicia, sino confirmación de su propio valor. No es necesario creerse indispensable para las empresas o instituciones. Los colaboradores no están para desgastar ni minimizar la labor de otros, sino para aportar y ayudar a que todos crezcan. El ego no es malo si se sabe gestionar con respeto, colaboración e intercambio.
No hay monedas que compensen la falta de empatía. La humildad, en cambio, construye una mejor sociedad una de la que todos somos parte.










