¡A trabajar!, siñor presidente (municipal)
18/10/2021
Autor: Dr. Juan Pablo Aranda Vargas
Cargo: Director de Formación Humanista

Eduardo Rivera está de vuelta al frente del ejecutivo municipal, para muchos la tan esperada secuela interrumpida por la vorágine púrpura; para otros la constatación de algunos vicios personalistas de nuestro actual sistema político. Administró (¡no tuvo!) el poder al final de la docena trágica panista, así como al inicio del trágico regreso del PRI al poder, que a su vez se convertiría en la crónica de una muerte anunciada. Muerte, evidentemente, del espíritu democrático, del sentido común, de una política del bien común.

Muchos, dentro y fuera de los muros de nuestra universidad, celebran el regreso del blanquiazul a la capital poblana, y quizá no sin cierta razón. No cabe duda que el gobierno de Claudia Rivera fue un absoluto desastre, nada más que una vulgar apología del populismo lopezobrarista, acompañada de ineptitud y un vacío casi total de ideas. Y, sin embargo, no debe sucumbir a un simplismo celebratorio. El triunfo del PAN, no hay que olvidar, no fue un triunfo de dicho partido sino una muestra de rechazo al morenismo, una apuesta por el institucionalismo mexicano al que, aunque mal y de malas, el PAN tiende a acercarse más que el movimiento púrpura. He perdido la cuenta de las veces que he dicho esto: el PAN tiene una deuda histórica con el país, la deuda de haber tenido en sus manos la posibilidad de una auténtica transformación de la forma de hacer política en el país, y en cambio haber preferido engolosinarse y hartarse con el poder y el dinero, acomodándose bien rápido a la corrupción y al juego de favores que sigue caracterizando a nuestra política, nacional, local y municipal por igual. El PAN llegó al poder y sufrió, casi de inmediato, una fuerte amnesia que lo despojó de los principios que había abanderado desde su fundación; agotada la ideología, desfilaron por sus pasillos oportunistas, tecnócratas, rateros, tricolores irredentos pero estratégicamente conversos y toda una nueva fauna que desfondó al partido, dejándolo hueco, disponiéndolo para convertirse en un amasijo de perversas ambiciones, un caparazón tostándose al sol.

El desempeño de Rivera—el panista, no la morenista—en su primer mandato no puede tampoco calificarse de un éxito, ni de un ejemplo indubitable de los principios doctrinales de aquel PAN de Christlieb, Morin y Peraza, ese partido cuya historia capturara brillantemente mi querido Alonso Lujambio en La Democracia Indispensable. Un abanico de grises, en todo caso, recorre su primera gestión, mostrando un gobierno moderadamente eficiente, con ideas y proyectos también medianos, pero nunca un punto de quiebre con el modus vivendi establecido entre la élite del poder y las reglas no escritas de la política, nunca un punto de inflexión, un llamado a la resistencia cívica. Una tímida paleta, pues, con tonos grises claros, grises y grises obscuros.

            ¿Cuál debería ser, pues, la postura que un demócrata asuma frente al poder? Quisiera aquí dar tres pistas que puedan ayudarnos:

 

  • El poder constituido es siempre dependiente del poder constituyente. La democracia es representativa, es decir, implica un sistema que renuncia a la participación directa de los ciudadanos, sustituyendo esta acción directa por su acción mediada a través de un sistema de representantes. El representante, es por todos sabido, no es propietario del poder, sino un mero agente que administra ese poder que fluye a través de la oficina que se le ha encomendado temporalmente. El poder, pues, no es de nadie o, si se quiere, pertenece al depósito de soberanía, al Pueblo, con mayúscula, esa ficción irrepresentable a la que me he referido en otras ocasiones.

 

  • El ciudadano es ciudadano antes que partisano. Hemos caído en la burda trampa de la política de nombres, de puestos, de conocidos, esto es, la política como negocio privado. Se celebra lo cercano—Rorty tenía un punto en Justice as Larger Loyalty—al tiempo que olvidamos por completo que el partidismo no es sino una aproximación, siempre incompleta, a la diversidad que conforma una comunidad. Y, peor, se olvida la excelsa tarea del ciudadano de ejercer la soberanía en el diálogo y la vida en común. Los colores son importantes cuando representan distintos programas en una búsqueda compartida de bienes comunes, pero se vuelven inútiles cuando dejan de entenderse como medios y aparecen como fines en sí mismos. El ciudadano no se pinta de colores, apoya programas y puntos de vista sin perder la capacidad de abrirse al otro, de combinar su paleta de colores, enriqueciéndose al tiempo que enriqueciendo a la ciudad.

 

  • El ciudadano demócrata es vigilante, exigente y participativo. Mientras que el populismo busca al pueblo, con minúscula, es decir, a su facción como punto de legitimación a través de la aclamación, recurriendo al modelo caudillista/carismático descrito por Weber, la democracia establece al Pueblo, con mayúscula, por encima del gobernante, de forma tal que, lejos de celebrarle, se le vigile, se le exija, se le demande el cumplimiento de sus promesas y, al final, se le juzgue por su servicio o deservicio al país.

 

Bajo esta lógica, la presencia hoy del rector de nuestra casa de estudios, así como de algunos colegas, en la toma de posesión de Rivera, es muestra de esa labor cívica que la universidad debe siempre realizar, con un pie en la contemplación que busca la verdad y el otro en la vida práctica, en, como dijera mi querido amigo, Jorge Medina, el lodo y la suciedad, en el sudor y el espeso pus que acompañan al dolor. Aparece la universidad, de esta manera, como un cuerpo con dos rostros: el primero, prístino y elevado, tendiente a la sublimidad del conocimiento último; el segundo, cotidiano y enganchado, vigilante y activista. Ni una ni otra tarea es desconocida, finalmente, para el cristianismo, cuyas propias tensiones internas van desde el misticismo aparentemente más alejado de la realidad, el retiro del mundo y la búsqueda de la divinidad, hasta el encuentro íntimo con el rostro de Jesús en el pobre, el desvalido, la mujer vejada, el solitario, la niña malnutrida, etc. Es en la tensión entre ambos polos, el inmanente y el trascendente, el que apunta al cielo y el que nos fija a la tierra, donde descubrimos nuestra labor como académicos, políticos y personas de fe.