En días recientes se han intensificado, en diversos medios de comunicación, las noticias alarmantes que dan cuenta del enorme desastre ecológico que la mala planeación del llamado “Tren Maya” está provocando en los lugares por donde, algún día, pasará el ferrocarril. Hemos leído acerca de la inmensa tala de masa arbolada, de trayectos que comienzan a construirse para luego ser abandonados, de árboles trasplantados que mueren por haber sido resembrados en lugares impropios, y algunos estudiosos, desde que comenzó el proyecto de marras, han advertido sobre las funestas consecuencias que esta obra ferroviaria significará para uno de los animales más emblemáticos de México, pero que está en grave peligro de extinción: el jaguar (Panthera onca).
Curiosa, por no decir otra cosa, es la criatura humana: a pesar de venerar en muchas religiones y culturas a ciertos animales, se les mata irracionalmente. Basta ver los ejemplos del tigre (Panthera tigris) y del león (Felis leo o Panthera leo). Así, de las nueve especies que existían de tigres, ya sólo quedan seis, prácticamente todas ellas en peligro de extinción. Aquí en México, país en donde la naturaleza se percibe como lejana, los animales más emblemáticos (el águila real, el lobo gris, el quetzal, el jaguar, el puma, el borrego cimarrón, el oso gris, el ajolote, el guajolote silvestre) están ya extintos o a punto de desaparecer. Ni el águila del escudo nacional (águila real, Aquila chrysaetos) se salva. De ahí nuestro interés por hablar de estos animales a lo largo del presente año, si Dios nos da licencia y mis cuatro fieles, amables y pacientes lectores lo toleran.
El jaguar no es solamente el mayor felino americano, sino que es también, después de sus parientes el león y el tigre, el felino de mayor tamaño en el mundo. Es además el único representante del género “Panthera” en América. En todo el mundo existen unas 36 especies de felinos silvestres, una tercera parte de los cuales habita en América: cinco especies son tropicales, seis habitan en ecosistemas templados o fríos y solamente el puma habita en todo tipo de ambientes, desde los desiertos y montañas de América del Norte hasta las pampas argentinas. Así que América, el continente probablemente con la mayor diversidad biológica del mundo, es el hogar de especies de felinos como el jaguar, el puma, el ocelote, el tigrillo, el margay, el jaguarundi, el lince canadiense, el gato montés, el gato andino y el gato de las pampas, entre otros.
De las siete especies de felinos que habitan en América del Norte, en México se encuentran todas, con la sola excepción del lince canadiense. Cuatro de los seis felinos mexicanos tienen su hábitat en lo que queda de los ecosistemas tropicales, el puma habita tanto en los trópicos como en las zonas templadas y frías y solamente el gato montés (Lynx rufus) habita exclusivamente en las zonas templadas y frías del Norte, aunque antes llegaba hasta Michoacán y el Estado de México. En los bosques y selvas tropicales, los grandes felinos son los únicos depredadores capaces de controlar las poblaciones de animales de pezuña (venados, jabalíes y tapires), por lo que cumplen con las funciones ecológicas que, originalmente, desempeñaban los lobos, osos y pumas en las zonas del norte.
El jaguar ha jugado un papel destacado en las religiones y culturas prehispánicas. Basta con recordar a los llamados “caballeros tigre” de los aztecas, en donde la palabra “tigre”, empleada por los españoles, se refiere, en América, al jaguar. Los aztecas lo llamaban “ocelotl” o “tlatlauhquiocelotl”, es decir, “el tigre rojo”. Los mayas le llaman “balam” y los quechua, “uturunku” o “unga”. La palabra “jaguar” procede del vocablo guaraní “yaguar”, que quiere decir “fiera”; es muy probable que la palabra llegara al español por medio del portugués o del francés, por lo que en nuestro idioma se escribe con “j”. El jaguar, la fiera por excelencia de las selvas americanas, era por lo tanto el depredador al que más temor se le tenía y que más respeto despertaba.
El jaguar es un felino robusto, con una piel manchada por una especie de “rosetas” negras de forma regular. El color varía de amarillo pálido a café rojizo, y en América del Sur existen individuos con la piel prácticamente negra (las llamadas “panteras”). Los machos miden, incluyendo la cabeza y el cuerpo, de 1.10 m a 1.60 m., más la cola, con unos 50 o 60 cm, pesa entre 64 y 114 k (aunque se han encontrado individuos mucho más pesados), siendo la hembra más pequeña (de 1 a 1.30 m, hasta 82 k de peso). La distribución original eran los otrora amplios bosques y selvas tropicales de México, en el denso monte tropical, cerca de corrientes de agua, pues, al igual que el tigre, el jaguar es de los pocos felinos que gusta de nadar. Su distribución llegaba hasta la desembocadura del Río Bravo en el Golfo y hasta las sierras de Sonora, en la costa del Pacífico. Actualmente quedan escasas poblaciones en Arizona, que son las únicas que sobreviven en los Estados Unidos, de donde ya fue erradicado desde principios del siglo XX. Originalmente llegaba, en el sur, hasta Argentina. Se calcula que este gran felino ya sólo se encuentra en el 33% de su territorio original en América.
Hasta hace unos 60 años, eran observados ocasionalmente jaguares a grandes distancias de su hábitat natural, llegando hasta el altiplano central y, en los Estados Unidos, hasta California. Se les observaba cerca de grandes ríos como el Bravo, el Pecos, el Gila y el Colorado. Algunos llegaron incluso hasta Baja California, esto es, a 750 km de sus áreas naturales de distribución. Sin embargo, el jaguar no es un gran vagabundo, sino que tiende a quedarse en su hábitat preferido. Parece que solamente los individuos que se sienten amenazados por el hombre o son expulsados por otros machos son los que cubren grandes distancias.
El jaguar es un animal casi exclusivamente nocturno, acecha y persigue a su presa o la espera cerca de veredas o fuentes de agua. Ocasionalmente pueden trepar a los árboles para cazar monos, y parece que no tienen una presa favorita, como sí ocurre con otros felinos, como el puma y el gato montés. Su dieta incluye jabalíes, venados, monos, tapires, conejos, aves, peces, perros, tortugas, etc. Se calcula que unas 85 especies de mamíferos, reptiles y aves se cuentan entre las presas del jaguar. Muchas veces, con sus poderosas mandíbulas, puede destrozar el cráneo de sus presas o el caparazón de una tortuga. Debido a que en muchos lugares el hombre ha invadido el territorio del jaguar, este se ha aficionado al ganado, lo cual genera fuertes reacciones de los ganaderos. Es así que, por un lado, se destruye el hábitat del felino y de sus presas, y por otro, se le caza porque amenaza al ganado, al quedarse sin otras fuentes de alimentos.
En la actualidad, los estados mexicanos con mayor población de jaguares son precisamente por donde pasará el “Tren Maya”: Campeche, Yucatán, Quintana Roo y Chiapas; existen además algunos ejemplares en zonas en donde antes hubo muchos: Sinaloa, Nayarit y Sonora, Tamaulipas, y ocasionalmente también en Michoacán y Guerrero.
La destrucción del hábitat del jaguar provoca la extinción de muchas especies (plantas, mamíferos, aves, reptiles) y el consecuente desequilibrio ecológico. Las pérdidas que esto ocasiona y las graves consecuencias no siempre se pueden medir con dinero. Es grave que un proyecto tan ambicioso y devastador como el del “Tren Maya” se esté realizando sin estudios serios de impacto ambiental y con una marcadísima opacidad. Nuevamente, México se coloca exitosamente entre los países más depredadores del medio ambiente. Una verdadera vergüenza.