Un tema recurrente entre profesores y directivos de escuela, es lograr establecer una vía de comunicación con las familias, a partir de la cual se genere un espacio en donde se puedan desarrollar de manera integral cada uno de los estudiantes, debido a que ellos son el propósito principal en la labor cotidiana de los docentes. Está confirmado que mientras más involucrados los padres se encuentren con la escuela y las actividades que rodean a sus hijos de manera consciente y comprometida, el desempeño de los estudiantes será positivo, tanto en lo académico como en lo personal. Asimismo, los resultados para la escuela cuando ambas instancias trabajan de manera colaborativa, dan cuenta de una mejora notable en la calidad del centro educativo. Pero esta labor no es únicamente responsabilidad de las familias, es una actividad que también debe promoverse desde la escuela, de modo que se abran canales para tener una “comunicación fluida” como lo afirma Bochaca (2015). Cuando la comunicación es continua entre estos dos ámbitos, se logra conseguir el éxito escolar de los estudiantes a favor de la comunidad.
Sin embargo, durante estos años de pandemia, ¿qué ha sucedido con la comunicación entre ambas instancias? Pareciera un ejercicio de vinculación en una época donde el uso de la tecnología ha determinado las pautas para la educación, de modo que las familias han asumido un rol más activo con amplia responsabilidad en la enseñanza de sus hijos, a partir de las indicaciones de los docentes. Este es considerado el escenario ideal del trabajo durante esta experiencia del Covid-19 para todos los actores del proceso educativo. Pero la vivencia de la pandemia, ha demostrado que la comunicación entre padres y docentes, ha sido carente de claridad y objetividad, particularmente porque los contextos sociales son diversos. Ha sido evidente que existen ambientes en condición de vulnerabilidad, donde no se cuentan con los mismos recursos y apoyos para las familias, lo cual dificulta la actividad educativa formal. Otro factor identificable es el nivel cultural que las familias poseen, pues este puede favorecer el desarrollo de competencias en los niños y jóvenes para su proceso de aprendizaje formal. A esta situación podemos agregar la infraestructura tecnológica, lo cual no ha favorecido este acompañamiento formativo, debido a que son carentes, dejando evidente una brecha entre los que cuentan con posibilidades tecnológicas y los que no las tienen. De manera paralela, se pueden encontrar las múltiples obligaciones adquiridas con anticipación por parte de las familias, entre ellas sus jornadas laborales y con ello el seguimiento a los hijos en sus responsabilidades escolares, lo cual ha sido una situación que ha complejizado el desarrollo óptimo del proceso educativo, detonando tensión y agotamiento en los padres. En este camino, se debe considerar también la vida emocional de las familias y de los docentes, debido a que se han visto expuestos a niveles de estrés elevado, ante la experiencia de una serie de eventos que les han impactado como personas y que los ha llevado a vivir una constante sensación de incertidumbre. Este recuento de hechos, han requerido de una adaptación rápida a los nuevos contextos.
Ante esta serie de eventos, surgen algunas preguntas, ¿qué debe hacer el profesor?, ¿hacia dónde hay que redirigir los esfuerzos? Para dar respuesta a estos cuestionamientos es importante comenzar a desarrollar un “diálogo empático” (Guzmán, 2017), que surja del convencimiento de la vocación y labor cotidiana. A partir del cual se traduzca en un ejercicio continuo de humanización a pesar de la realidad que se enfrenta. Para alcanzar esta meta es importante observar el entorno que rodea al docente para comprender su realidad, salir de sí mismo para comenzar a ver al otro. Este ejercicio permitirá que se enriquezca como persona y fortalezca su formación. En este sentido, una acción concreta es reconocer que el otro es un ser con mucho que aportar a esta interacción, desde un lugar de igualdad, no desde el lugar de poder. Las familias son los mejores socios en el proceso educativo de los estudiantes, por lo que hay que reconocer su conocimiento.
También es importante considerar en este diálogo la comprensión empática, que nace de la escucha activa, al concentrar toda la atención en la persona que se tiene enfrente, haciendo sentido con cada palabra y expresión no verbal que se manifiesta. Aquí no hay que olvidar el contacto visual y la expresión corporal, pues ambas permitirán que se abran espacios de comunicación naturales. Por último, y no menos importante, es la consciencia emocional del profesor, la cual favorecerá espacios para el aprendizaje y desarrollo de los miembros de la comunidad.
Por lo tanto, promover la comunicación entre familia y escuela es una labor esencial en el proceso educativo formal. En la actualidad ambas instituciones sociales deben crear puentes y espacios para el diálogo, donde desarrollen estrategias comunes que les posibilite aproximarse y atender las problemáticas que tenemos en la sociedad, para que juntas puedan proyectar un conjunto de acciones planificadas, con el fin de lograr un interés común para el desarrollo pleno e integral de los estudiantes y la colectividad.
Bochaca, J. G. (2015). La comunicación familia-escuela en educación infantil y primaria. Revista de Sociología de la Educación-RASE, 8 (1), 71-85. Recuperado de: https://ojs.uv.es/index.php/rase/article/view/8762
Guzmán Huayamave, K. (2018). La comunicación empática desde la perspectiva de la educación inclusiva. Actualidades Investigativas en Educación, 18 (3), 340-358.