En esta columna, recordarán mis cuatro fieles y amables lectores, ya hemos tratado una que otra vez temas referentes a los problemas ambientales de nuestro país. Desafortunadamente, estos problemas no son pocos ni sencillos de resolver, pues han llegado ya a un punto crítico, como sucede, por ejemplo, con la severísima situación del agua. Actualmente, las presas, lagos, lagunas y demás cuerpos de agua dulce en México se encuentran en una situación gravísima, en lo que atañe tanto a la cantidad del recurso como de su calidad. Ni qué decir de los ríos. Si preguntáramos a las personas con las que convivimos diariamente, si alguien de ellas ha visto en su vida un río no contaminado en México, lo más probable es que la respuesta sea negativa, o que los ejemplos se cuenten con los dedos de una mano y sobren dedos.
Otro caso particularmente grave es el de la fauna silvestre. La cacería ilegal y la destrucción del hábitat han hecho desaparecer a muchas especies en México, como ya lo hemos comentado en otras ocasiones. Por eso tenemos una enorme cantidad de ecosistemas vacíos y una tristísima lista de especies extintas. Una especie desaparecida jamás regresará, como lo ilustra el caso que analizaremos hoy: el del oso gris mexicano (Ursus arctos nelsoni). Llamado también “oso plateado”, “oso pardo” y “oso grande”, el oso gris mexicano era pariente del famoso “grizzli” (Ursus arctos horribilis), que encontramos actualmente en Estados Unidos (incluyendo Alaska) y Canadá y pariente de otro oso pardo ya también extinto: el de California (Ursus arctos californicus). Este último desapareció en 1922; paradójicamente, es el animal oficial del estado de California y hasta aparece en su bandera.
Originalmente, el oso pardo se distribuía desde la península de Kamchatka (Siberia) hasta Durango. Después del oso polar (Ursus maritimus) y del oso Kodiak (Ursus arctos middendorffi), el oso gris es el omnívoro más grande de América. El oso gris mexicano era el primo, digámoslo así, del oso gris de las tierras altas de Estados Unidos y Canadá, y de tamaño ligeramente más pequeño, pues mientras que la especie más norteña alcanza los 550 kg, la mexicana rondaba los 320. Al hombro medía alrededor de un metro y, erguido sobre sus patas traseras, llegaba a casi dos metros. El oso plateado mexicano era, por lo tanto, muy grande, con cabeza abultada, con orejas pequeñas y frente alta. Los adultos tenían una especie de joroba que, por ejemplo, no tienen los osos negros (Ursus americanus). Esta joroba o giba está formada por masa muscular que da gran fuerza a las patas delanteras del animal, armadas con garras de hasta 8 cm de largo. Fue el animal terrestre más grande, pesado y fuerte de nuestro país.
En México, el oso gris se distribuía en el norte de Baja California, noreste de Sonora, casi todo Chihuahua, Coahuila y el norte de Durango. También se encontraba a esta subespecie en el sur de los Estados Unidos, a lo largo de la frontera con nuestro país. Ya en la década de los 50 del siglo XX, las poblaciones mexicanas del oso plateado se encontraban muy diezmadas, reduciéndose al Cerro de la Campana (al norte de la ciudad de Chihuahua) y las sierras de Santa Clara y El Nido.
Las primeras noticias de las que podemos dar cuenta acerca de este hermoso animal datan de 1792, cuando José Longinos Martínez escribió acerca de los osos de la región de San Diego, en la actual California. Lo que no está claro es si se trataba de la subespecie californiana o de la mexicana, pues en esa región confluían ambas subespecies. Longinos habla del temor que los habitantes de aquella zona sentían por ese “feroz animal”, que mataba “muchos gentiles”.
Poco tiempo después, James O. Pattie, un trampero estadounidense que visitó México en los años de la década de 1820, vio osos en el actual estado de Baja California, cerca de la Misión de Santa Catarina, en el Valle del Álamo. De la misma manera, cuando los miembros de la Comisión Mexicano-Estadounidense de Límites se encontraban localizando y trazando la línea fronteriza entre México y los Estados Unidos en 1855, vieron muchos osos. Un informe al respecto, preparado por el Dr. C. B. Kennerly, uno de los naturalistas del grupo, ya distinguía entre las subespecies mexicana y californiana. A la primera le llamó “oso café” y a la segunda, de mayor tamaño, “gris grande”. También anota que los pobladores le temían al oso por su ferocidad. El Dr. Kennerly incluso preparó un ejemplar cazado cerca de Nogales, en Sonora, en Junio de 1855.
También la Expedición Internacional de Límites de 1892 reportó que los osos seguían siendo abundantes, pues el Dr. E. A. Mearns anotó que, en Sonora, los principales peligros eran los osos grises y los apaches. Sin embargo, un informe de 1894 del “American Museum”, anota que en la frontera entre Arizona y Sonora los osos ya eran escasos. En 1899, el Dr. E. W. Nelson preparó algunos ejemplares que habían sido cazados en Chihuahua, por lo que la subespecie fue designada más adelante como “nelsoni”. Para la década de los años 30 ya casi no quedaban osos, lo que quiere decir que, en un lapso de unos 50 años, esta especie pasó de la abundancia a la extinción, como bien señalaba a fines de los años 50 el gran experto en fauna mexicana A. Starker Leopold. El oso gris mexicano ha de haberse extinguido hacia 1964.
Aquí en México, el “oso grande” vivía en zonas de pastizales y zonas montañosas pobladas de pinos, en donde se alimentaba principalmente de plantas, frutas, insectos y ocasionalmente de animales pequeños, venados y carroña. Era, por lo tanto, como sus primos de más al norte, un animal omnívoro. Se cree que su existencia abarcó desde finales del último periodo glacial (hace poco más de 10 000 años) hasta hace unos 50 años. La constante expansión de las actividades ganaderas, que invadían de manera descontrolada las zonas silvestres de nuestro país, lo enfrentaron con el hombre. A la vez, la cacería de venados y especies menores y la destrucción de los bosques, arbustos y pastizales en donde encontraba las plantas y frutos que constituían la base de la alimentación del oso, lo hicieron voltear su enorme cabeza hacia el ganado, en una situación fatal parecida a la del lobo gris mexicano (Canis lupus baileyi). Esto sirvió para que los ganaderos le declarasen la guerra, emprendiendo una cacería sin piedad y organizando campañas de envenenamiento y de trampeo permanentes.
Esto hizo que el oso gris mexicano y el lobo gris mexicano compartiesen el mismo amargo destino: la persecución hasta la extinción total. La única diferencia fue que, para fortuna del lobo, las poblaciones que quedaban en Estados Unidos fueron las que han posibilitado su reinserción en México (en un proceso que ha sido muy lento y lleno de problemas). Empero, el oso no corrió con la misma suerte, pues la subespecie se extinguió por completo a ambos lados de la frontera, por lo que el oso gris ya desapareció del medio ambiente mexicano. Ciertamente, se registraron probables avistamientos y huellas de osos plateados en 1969 y 1983 en Chihuahua, pero a pesar de los rastreos emprendidos, no se encontró evidencia que comprobase que este enorme animal hubiese sobrevivido.
Las causas de la desaparición definitiva, sin retorno, de esta especie mexicana hay que buscarla en la idea errónea de que era una plaga y un animal peligroso. Se le cazó y envenenó sin piedad hasta que no quedó ni un solo ejemplar vivo. Una especie más en la vergonzosa lista mexicana de especies extintas; una especie menos en el otrora hermoso y rico paisaje mexicano.