A 81 años del hundimiento del “Bismarck”
08/06/2022
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

Hace unos días, el 27 de Mayo, se cumplieron 81 años de una de las más famosas y dramáticas hazañas militares de la historia: la incursión, persecución y hundimiento en combate de uno de los buques de guerra más famosos del mundo: el acorazado alemán “Bismarck”. Este enorme navío, cuando entró en servicio en Agosto de 1940, era el acorazado más grande y poderoso de su época. Pero, para desgracia del régimen nacionalsocialista, no ha habido otro buque de estas dimensiones que haya tenido una vida más corta: 833 días entre su botadura (Febrero 1939) y su hundimiento (Mayo 1941), o 9 meses, entre su entrada en servicio y su debacle. A pesar de esta corta vida, su entrada en la guerra y las características de los combates en los que participó lo han convertido en uno de los barcos más célebres, protagonista de muchas investigaciones, películas, libros y modelos, de tal manera que ya es uno de los grandes mitos de la historia del hombre en la mar. Su persecución es la más famosa de toda la historia de la guerra naval.

Si bien es cierto que los acorazados japoneses de la clase “Yamato” llegaron a ser más grandes que el “Bismarck”, pues desplazaban 72 800 toneladas, en el momento de su puesta en servicio no había en el mundo ninguna embarcación más poderosa que el acorazado alemán. Veamos sus características técnicas: 

  • Eslora / Manga / Calado: 251 m / 36 m / 9.9 m
  • Velocidad: 30.1 nudos
  • Desplazamiento a plena carga: 51 760 toneladas
  • Armamento: 8 cañones de 38 cm (calibre), 12 de 15 cm, 16 de 10.5 cm, 16 de 3.7 cm y 12 de 2 cm., cuatro hidroaviones
  • Autonomía: 15 750 km a 19 nudos
  • Tripulación: 2 092 personas, entre oficiales y marinería
  • Astillero: Blohm & Voss AG, Hamburgo


Tanto el “Bismarck” como su gemelo, el “Tirpitz”, se construyeron para igualar y superar al acorazado francés “Richelieu”. Era la época en que se consideraba a los acorazados como los barcos más poderosos, además de objetos de prestigio, aunque en realidad su época dorada estaba por terminar, como veremos más adelante.

El Tratado de Versalles, firmado al terminar la Primera Guerra Mundial, prohibía a Alemania construir buques de guerra nuevos. Después, en 1935, el Tratado Naval Anglo-Alemán permitió que Alemania construyese hasta un 35% del desplazamiento total de la flota inglesa. Esto permitió que los alemanes se lanzaran a construir acorazados, aunque falsificando los datos, pues los nuevos buques rebasaban lo estipulado en dicho acuerdo. Así, el “Bismarck” debería haber sido un buque de 35 000 toneladas, pero en realidad desplazaba más de 50 000. Tan sólo el blindaje del casco pesaba más de 17 000 toneladas.

El “Bismarck” era un buque en verdad extraordinario: era inmejorable en el mar y sumamente sensible al timón. Su manga (anchura) tan amplia le permitía montar una gran cantidad de cañones, que podían servirse perfectamente incluso con mal tiempo. 

En Agosto de 1940, el “Bismarck” entra en servicio activo en la marina alemana, bajo el mando del capitán de navío Ernst Lindemann. También se embarcó el comandante de la flota, el almirante Günther Lütjens. Aunque el acorazado aún no estaba terminado, debía entrar en acción, pues el tiempo apremiaba: la Alemania nazi estaba en guerra con Inglaterra y era imperioso salir al Atlántico para atacar los convoyes de suministros provenientes de los Estados Unidos. Esta salida se realizó el 18 de Mayo del año siguiente, 1941, partiendo del puerto de Gotenhafen (hoy: Gdynia, en Polonia). Fue, de hecho, la primera y única operación militar del imponente navío, llamada “Rheinübung” (“Operación Rhin”). Lo acompaña un crucero de excelente factura, el “Prinz Eugen”, pero no llevan escolta de buques más pequeños. Aquí hay que señalar uno de los errores más graves de la marina alemana de esos años, bajo el régimen de Hitler: no construyeron suficientes buques escolta (destructores) para los navíos grandes, por lo que carecían de una cobertura más amplia en contra de ataques aéreos y submarinos.

Los ingleses, advertidos por sus servicios de inteligencia, esperan descubrir a los buques alemanes en el Estrecho de Dinamarca, para impedirles el paso hacia las amplias aguas del Atlántico. Sus esfuerzos tienen éxito: la escuadra alemana es descubierta y los ingleses envían al poderoso crucero de batalla “Hood”, orgullo de la marina británica, y al nuevo acorazado “Prince of Wales” a interceptar a los alemanes. El 24 de Mayo, a más o menos 30 km de distancia, los ingleses abren el fuego contra el “Prinz Eugen”, confundiéndolo con el “Bismarck”. Este error inicial le permite a los alemanes ganar tiempo y disparar con la artillería mayor del acorazado en contra del “Hood”, aunque Lütjens, en un principio, se negaba a responder el fuego enemigo. Sin embargo, después de una discusión con el capitán Lindemann, este último autoriza a abrir el fuego contra los ingleses. La superioridad de fuego estaba, en el papel, de parte de los ingleses, pero los alemanes aprovechan el menor blindaje del “Hood”, muy vulnerable a poca distancia, pues los proyectiles caían casi de manera vertical, y, con la quinta salva, un disparo de los cañones principales penetra el blindaje y explota en la santabárbara, es decir, en el depósito de municiones, en donde había almacenadas 150 toneladas de cordita (un tipo de pólvora). La explosión fue infernal, literalmente: el “Hood”, de 45 000 toneladas, estalló y voló en pedazos por los aires, como si fuera una erupción volcánica. De los 1 418 miembros de la tripulación, sólo sobrevivieron tres.

En esta famosa batalla, el “Hood” recibió cuatro impactos, hundiéndose en menos de cinco minutos, el “Bismarck” recibió tres y el “Prince of Wales” siete, muriendo casi todos los oficiales en el puente de mando. El “Prinz Eugen” no recibió ninguno.

Sin embargo, el “Bismarck” no salió ileso: un disparo del enemigo lo alcanzó en la proa y dañó el suministro de combustible, además de que el agua que penetró lo hizo hundirse un poco en la proa. Aprovechando que el “Prince of Wales” había emprendido la huida a toda prisa, severamente dañado por la artillería alemana, el “Bismarck” y el “Prinz Eugen” suspendieron la operación de búsqueda de convoyes y se separaron. El crucero, intacto, logró escabullirse de los ingleses y llegó días después a Brest, mientras que el acorazado enfiló el rumbo para buscar refugio y reparación a sus averías en el puerto de St. Nazaire. Con hábiles maniobras, a pesar de las descomposturas, Lindemann se sacudió también la vigilancia de otras unidades de superficie y aeronavales británicas, sin embargo, Lütjens cometió otro error, más grave que su renuencia a entrar en combate con el “Hood”: a pesar de estar huyendo de sus perseguidores, que habían reunido a una gran cantidad de buques para ubicarlo, entabló una larga comunicación con el mando alemán en tierra, por lo que los ingleses lograron interceptar su perorata y así localizaron al huidizo enemigo el 26 de Mayo. Ese mismo día, un avión biplano “Swordfish”, ya algo obsoleto para la época y procedente del portaaviones “Ark Royal”, logró lanzar un torpedo que dañó el timón del enorme acorazado alemán, por lo que este, a pesar de los desesperados intentos de su tripulación para destrabarlo, se quedó sin capacidad de maniobra.

Lo que siguió fue una carnicería: el 27 de Mayo, numerosos buques de guerra británicos localizaron al averiado “Bismarck” y abrieron fuego sobre él a las 08.47 hrs. A las 09.21, a pesar de que el “Bismarck” respondió el fuego con todo lo que tenía, era claro que estaba condenado al hundimiento. Es por eso que el Primer Oficial, el capitán de Fragata Oels, dio la orden de hundir su propio barco. Él mismo instaló los artefactos explosivos en la sala de máquinas y ordenó no cerrar los compartimientos estancos, para que el agua inundara más rápidamente el buque. Es por eso que el “Bismarck” se hundió primero por la popa, a las 10.40 de la mañana. Sólo sobrevivieron 115 miembros de la tripulación, es decir, murieron 2 104 personas. Para darnos una idea de lo que necesitaron los ingleses para hundir a este poderoso acorazado: dispararon 2 876 granadas de todos los calibres.

En 1989, el investigador estadounidense Robert Ballard descubrió los restos del “Bismarck”, a 4 800 metros de profundidad, aproximadamente a 1 000 km del puerto de Brest. Para evitar que los restos fuesen saqueados, nunca se dio a conocer el lugar exacto del descubrimiento, que fue filmado con todo detalle. Sólo el gobierno federal alemán conoce exactamente esta ubicación. El papel de la aviación en el descubrimiento y hundimiento del “Bismarck” hizo ver claramente que los días de estos imponentes navíos estaban llegando a su fin, lo que se demostró con más claridad en la guerra del Pacífico, en donde los japoneses hundieron, con aviones, al “Prince of Wales”, y los estadounidenses a los acorazados japoneses de la clase “Yamamoto”. Los únicos acorazados sobrevivientes en nuestros días son actualmente museos en los Estados Unidos.