Como bien sabemos, las relaciones entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte y la Federación Rusa no están precisamente en su mejor momento. Ya hemos afirmado y demostrado en este mismo espacio, que la supuesta amenaza de la expansión hacia el este por parte de la OTAN fue un mero pretexto que esgrimió Putin para emprender la guerra contra Ucrania. Con este o con cualquier otro pretexto, la invasión hubiese tenido lugar. Algunos analistas piensan que posiblemente Ucrania tenga que aceptar a regañadientes la pérdida de los territorios del sur y del este, más o menos una franja entre la península de Crimea y Rusia, quedando con una porción más reducida de costas. Puede ser, pensamos nosotros, pero lo que categóricamente rechazamos es la suposición de que Putin se contente con esto y ya no vuelva a las andadas. Por el contrario, creemos que, si el Occidente acepta ese estado de cosas como aceptó prácticamente la invasión a Crimea en 2014, entonces tendremos que prepararnos para otra aventura militar rusa en otra parte del este europeo.
En efecto: mucho habrán aprendido los rusos de su infortunada campaña militar en Ucrania, porque, aunque hasta ahora vayan ganando en esos territorios, ha sido a un costo espeluznante en personas y en material. Los errores cometidos por los rusos en esta campaña estarán en el futuro en todos los libros de estrategia militar del mundo entero, para los cursos propedéuticos de los aspirantes a oficiales. Además, estarán envalentonados y pensando en su próxima víctima, que, en un principio, podrían ser los territorios ruso parlantes de Moldavia (un 4% de la población total del país, pero suficientes para ser un buen pretexto para una invasión), en la región de Transnistria. También se ha hablado de una probable invasión a Polonia, una vez que cayera Ucrania. Sin embargo, en vista de que Suecia y Finlandia han decidido solicitar su incorporación a la alianza atlántica, los ojos de Putin se han vuelto hacia el Báltico, en donde, además, hay una región que podría ser considerada como muy vulnerable, como una especie de “talón de Aquiles” de la OTAN: el corredor de Suwalki.
Estamos hablando de una región en la frontera de Polonia con Lituania, como bien lo adivinaron mis fieles y amables cuatro lectores. De hecho, este “corredor” recibe este nombre porque es una franja de territorio de escasos 96 km que une a ambos países; allí está la pequeña ciudad polaca de Suwalki, en una de las regiones más frías y despobladas de Europa. Este corredor es la única vía de comunicación terrestre entre los países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) y el resto de la Europa Occidental (Polonia). Estos cuatro países son miembros de la OTAN, por lo que este corredor significa, entonces que es la única vía de comunicación terrestre entre esos países bálticos y la OTAN: hacia el oeste se encuentra Kaliningrado, enclave ruso, y hacia el este está Bielorrusia, país supuestamente independiente, gobernada con mano dura por un dictador aliado de Putin, llamado Aleksandr Lukashenko. Recordemos que el gobierno de Bielorrusia ha apoyado abiertamente a Rusia en la invasión a Ucrania. Kaliningrado, por su parte, es la antigua ciudad prusiana de Königsberg, en donde nació Immanuel Kant, y actualmente es sede del cuartel general de la flota rusa del Mar Báltico.
Vemos, así, que este estrecho corredor tiene una importancia estratégica considerable: por un lado, une a las repúblicas bálticas con el resto de sus aliados occidentales, y por el otro, divide al enclave ruso de Kaliningrado del territorio de Bielorrusia. Por si esto fuera poco, hay importantes carreteras, líneas de ferrocarril y de conducción eléctrica y un gaseoducto que cruzan por esta región y que son determinantes para todo el Báltico.
Las relaciones de los países bálticos con Rusia no son fáciles y es fácil imaginar que sus habitantes sienten que están en la lista de las conquistas pendientes de Putin, por eso han tratado de ayudar en todo lo posible a Ucrania y a solicitar la presencia de más efectivos de la OTAN en su territorio. El problema de estas repúblicas es que tienen pocos habitantes (en conjunto, unos seis millones) y, en caso de que los rusos ocuparan ese corredor de escasísimos 96 km, quedarían separados de sus aliados occidentales. En general, los países con poca población requieren del apoyo de otros para su propia seguridad, además de que la población rusoparlante, si bien no es muy considerable, sigue siendo un factor de tensiones entre Rusia y estas repúblicas, puesto que Rusia siempre podrá invocar reales o supuestas medidas discriminatorias contra estos habitantes rusófonos para justificar una invasión, como ocurrió en Ucrania.
En caso de que Rusia iniciase una agresión a la OTAN, este corredor de Suwalki podría ser ocupado desde el enclave de Kaliningrado, apoyados por tropas rusas que se moverían a través de Bielorrusia, como en el caso de la invasión a Ucrania. Kaliningrado es un problema para la OTAN porque es una posición militar avanzada, allí están estacionados sistemas de misiles que no solamente significan una amenaza para las ciudades europeas, sino que dificultan el tránsito aéreo y marítimo por el Báltico. Así, en caso de una invasión rusa al corredor, el abastecimiento de las tropas aliadas se complicaría mucho. Aquí también hay que tomar en cuenta qué papel podría jugar el dictador Lukashenko, pues, aunque en general es proclive a apoyar a Rusia, trata al parecer de mantener cierta autonomía. No olvidemos que la idea de Putin, expuesta en su discurso después de la invasión a Crimea en 2014, es constituir una “Eurasia”, bajo la égida rusa, en donde Bielorrusia, Ucrania y las repúblicas bálticas juegan un papel importante: un inmenso territorio desde el Mar Báltico hasta el Pacífico. Por eso es que considero ingenuo que se crea que Putin se contentará con el Dombás. Él va por más. Y estará por verse qué tan dispuesto está el gobierno dictatorial de Bielorrusia -y la población de ese país- a una integración a la Federación Rusa.
Así que el corredor de Suwalki es el lugar estratégicamente más sensible de la OTAN, por lo que prevalece en la alianza atlántica que la defensa de esta región no debe comenzar inmediatamente después de una invasión, como en Ucrania, sino desde antes. En la actualidad, ya no es posible acumular tropas sin que los satélites lo detecten, por lo que Occidente está bien equipado para poder prepararse ante un acopio de fuerzas por parte de Rusia. Sin embargo, los temores entre la población de las repúblicas bálticas son muy grandes y nada infundados: si Rusia ataca, el enclave de Kaliningrado ataría a las tropas aliadas y les impediría acudir en defensa de las tres repúblicas, que comparten sus fronteras con Rusia, con excepción de Lituania, que colinda con Bielorrusia.
Esto significa que los costos para intervenir con éxito en ayuda de las tres repúblicas serían muy altos para la OTAN, tanto para negarle al enemigo entrar al área de operaciones como para dificultar sus maniobras entro de este. Por eso, en la cumbre que celebrará la OTAN a fines de este mes, los países bálticos pedirán más presencia militar en sus territorios, pues es claro que, si Rusia se decidiera, podría invadir rápidamente estas repúblicas y poner al mundo entero ante una política de hechos consumados, como ocurrió con Crimea. Y algo así es casi imposible de restituir.
Sin embargo, hay señales positivas: una, es que las fuerzas armadas rusas son, cualitativamente, peores de lo que los países occidentales se imaginaron, aunque tienen una cantidad al parecer interminable de material, si bien muchas veces es viejo. Un segundo aspecto es que, al menos por ahora, las fuerzas armadas rusas están atadas a Ucrania y difícilmente podrán abrir otro frente, y menos contra la OTAN. Y, en tercer lugar, si bien las fuerzas armadas rusas son un ente autárquico, parece que su fuerza económica se está minando debido a las sanciones impuestas por el mundo occidental, por lo que es muy difícil pensar que puedan lanzarse a otra aventura que, evidentemente, sería costosísima. Un argumento en contra de todo esto que estamos afirmando es que así no razona necesariamente un autócrata como Putin
En el caso de un ataque ruso al corredor de Suwalki, podría tratarse de un acto de prueba: Putin estaría “tentándole el agua a los camotes”, como se dice coloquialmente. Es decir, querrá saber a ciencia cierta qué haría la OTAN: o acepta el ataque y no interviene, abandonando a las repúblicas bálticas a su suerte, o, por el contrario, interviene con toda su fuerza para recuperar los territorios aliados invadidos, con el riesgo de desatar una guerra mundial. Ya vimos que Putin podrá tener muchas “cualidades”, pero como pitoniso se muere de hambre: todos sus cálculos referentes al comportamiento de Occidente resultaron equivocados en su aventura ucraniana. El problema, empero, no es ese, sino que déspotas iluminados como él difícilmente aceptan que se equivocaron.
Otra opción que seguramente ya está calculando este tirano es “activar” a las minorías rusófonas en las tres repúblicas, para crear una tensión desde adentro de ellas y justificar una intervención de la Santa Madre Rusia. En todo caso, sea por medio de una invasión directa o como respuesta ante reales o supuestas amenazas contra estas minorías, el escenario para el mundo entero sería mucho peor que lo que está sucediendo ahora debido a la guerra en Ucrania.
Sin embargo, debemos estar preparados, porque ya el mismísimo Putin declaró hace unos días que su modelo a seguir es Pedro el Grande (1672-1725), Zar que anexó territorios de Suecia y Polonia al Imperio Ruso. Sería en verdad lamentable e imperdonable que los países democráticos se dejaran otra vez engañar por este grandísimo tirano, cuya ambición, como la estulticia humana, no conoce límites.