Universitas: reflexiones sobre el ser y quehacer de la Universidad
09/08/2022
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Director General de Innovación en Modalidades Educativas

“Ir a los clásicos”

 

A inicios de junio del año 2016 vino a la UPAEP la Dra. Martha Nussbaum, reconocida profesora de la Universidad de Chicago, sin duda, una de las pensadoras más brillantes a nivel mundial. A quien se ha acercado al enfoque de capacidades o al tema de calidad de vida, derechos humanos, democracia y ciudadanía responsable, sabe que ella y Amartya Sen son referencia obligada.  

Pues bien, una noche le invitamos a cenar en un restaurante típico de Puebla. Éramos varios docentes de la UPAEP que la acompañábamos. Yo sentía miedo –se lo externé a la Dra. Selene López en aquella ocasión– del singular gusto con que la Profesora Nussbaum le entró al mole y al pipián en la cena. Se lo advertimos pero ella nos tranquilizó diciendo que cuando vivió en India aprendió a comer todo tipo de adobos de curry. En fin… la velada fue excelente: hablamos de la responsabilidad universitaria ante las poblaciones más vulnerables, sobre diálogo interreligioso, sobre empoderamiento de la mujer y sobre el curriculum actual de las universidades.

En la plática le pregunté directamente: ¿usted cuál cree que es el secreto para que la Universidad de Chicago tenga tantos Premios Nobel (más de 90)? Ella respondió: creo que el secreto está en que se fomenta ‘la lectura de los clásicos’. La Universidad de Chicago es reconocida, entre muchas cosas, por haber editado, traducido, estudiado y familiarizado a sus estudiantes con los grandes clásicos. ¿Qué pasa cuando un abogado lee Antígona de Sófocles y debate sobre los límites del Estado frente a los derechos naturales del individuo? ¿Qué sucede cuando un médico acrisola su sensibilidad a la luz de las intuiciones de los Miserables de Víctor Hugo o de los Hermanos Karamazov de Dostoievski? ¿Qué impacta en un economista la lectura de la República de Platón y la propuesta de una comunidad ideal? 

No es momento de entrar al debate sobre lo que debemos considerar como ‘clásico’, sólo apuntemos que más allá de los ‘clásicos’ que cada disciplina tiene, existen unos ‘clásicos’ de la literatura universal, unas cumbres de las letras que son fuente inagotable de profundidad, sensibilidad y creatividad para quien acude a ellas. Tampoco es momento de exponer el ‘canon’ de tales clásicos o debatir incluso si hay o no tal canon, sino de tomar conciencia de que existen unas obras de referencia para cultivar nuestro espíritu, cultivar nuestra propia humanidad. No en balde, Cicerón creía que la cultura (en latín significa “cultivo”) suponía la labranza de nuestra alma a través de las littera (las mejores obras de literatura). 

Si no se cultiva con los clásicos el espíritu de un universitario, no se le puede solicitar genialidad, novedad, profundidad, impacto. Originalidad –nos decía el Dr. Carlos Llano– significa en muchas ocasiones ir al origen. Y el origen son los clásicos. Allí están planteados los interrogantes más acuciantes de toda persona de todo tiempo: el sentido de la vida, el sufrimiento, la justicia, la riqueza, la muerte, el otro, el amor, la paz, la libertad, la enfermedad, el bien…  Eurípides lo mismo que Cervantes o Calderón de la Barca, San Agustín o Dante, Homero y Shakespeare, Sófocles, Virgilio, Tolstoi… son un abrevadero obligado para ser auténticamente universitarios. 

Siempre me ha gustado la sinceridad de las instituciones de educación superior que sólo buscan ser un buen politécnico, un tecnológico o un instituto de investigación… y por ello así se nombran y así se presentan. Una de las diferencias principales que hace que tales IES no sean ‘universidades’ es justo el tema de las humanidades (ya porque no hay facultades de estudios humanísticos, ya porque no se fomenta su estudio intencionadamente en cada plan de estudios). Ser universidad implica, pues, pretender un doble fin: el cultivo del espíritu y la adquisición de una profesión, no uno sin el otro. Los pragmáticos y los utilitaristas (profesores o alumnos), esos que siempre se quejan porque en sus planes de estudios hay alguna asignatura de filosofía, literatura o humanidades… pensarían que es mejor “ir al grano”: formar ingenieros, mujeres y hombres de negocios, profesionales de la salud, matemáticos, biólogos… ¡y ya!, sin perder tiempo y dinero estudiando cosas de relleno. Pero el costo de formar sin cultivo (ciceronianamente hablando) sería altísimo: profesionales insensibles, superfluos y monótonos. 

No soy de la idea de que las materias humanistas sean las depositarias exclusivas de la misión de acercar a los clásicos. Es verdad que lo deben hacer, pero no son las únicas que lo deben hacer. Hay muchas más. Sólo pongo un ejemplo. En una asignatura que verse sobre proyectos o emprendimientos sociales sugeriría la lectura de algunos cuentos (o todos) del Llano en llamas, de Rulfo. ¿Hay alguna obra que retrate con más crudeza el dolor y el sufrimiento del pueblo? Y no creo que sólo retrate al México posrevolucionario, también lo hace con el México de la 4T. Después de leer a Rulfo no se puede pensar como whitexican

Una última acotación. El cultivo del alma a través de los clásicos es todo menos pedantería. La persona auténticamente culta es sencilla, sensible, sabia… el pedante es sofisticado, posee una erudición estéril. El propósito de ir a los clásicos es dejarnos interpelar por sus preguntas, por su belleza y transitar los senderos de sentido de vida que han abierto, germinar nuestros proyectos en sus surcos. Son suelo fértil. ¡Y vaya que lo son! Chicago apostó por los clásicos y hoy tienen más de 90 Premios Nobel.