“Pretensión de sabiduría”
La institución universitaria, desde su casi milenaria fundación, tuvo una aspiración enorme: formar personas sabias. Ahora bien, ¿esta pretensión es descabellada o es magnánima?, ¿es legítima o es irresponsable?, ¿tiene sentido o está fuera de las coordenadas de la objetividad y la sensatez?
Si les parece bien, veamos primero qué entendemos por “sabiduría” y luego abordemos la cuestión de la legitimidad de la pretensión. Para ambos fines me valdré de algunos escritos de un célebre profesor universitario y uno de los más grandes teólogos de los últimos siglos: Joseph Ratzinger - Benedicto XVI.
En su Discurso en la Universidad de Pavía (22 abr 2007), Benedicto afirmó: “la investigación tiende al conocimiento, mientras que la persona necesita también la sabiduría, es decir, la ciencia que se manifiesta en el saber vivir”. De entrada, no son sinónimos conocimiento y sabiduría; esta última es un auténtico saber vivir, que puede darse al margen de la erudición aunque tampoco es incompatible con ella. Saber vivir es tener un ‘norte’ en la vida, un sentido, unos principios, una jerarquía de amores y de valores. Saber vivir implica anteponer lo más a lo menos. Saber vivir supone el fino arte de distinguir lo urgente de lo importante. Saber vivir es tener clara la meta, elegir el sendero y transitarlo con alegría y esperanza. Saber vivir es construir comunidad. Saber vivir es vivir plenamente esto que cada uno es.
Sabiduría es buscar la verdad en el bien. Escribió el Pontífice en un texto que no pudo pronunciar pues se canceló el evento: “el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien. Este es también el sentido del interrogante socrático: ¿Cuál es el bien que nos hace verdaderos? La verdad nos hace buenos, y la bondad es verdadera” (Discurso preparado para el encuentro con la Universidad de Roma “La Sapienza”, 15 ene 2008).
La Universidad fue creada para impartir sabiduría, por eso “la tarea de un maestro no es sencillamente comunicar información o proporcionar capacitación en unas habilidades orientadas al beneficio económico de la sociedad; la educación no es y nunca debe considerarse como algo meramente utilitario. Se trata de la formación de la persona humana, preparándola para vivir en plenitud” (Discurso en el Colegio de Santa María de Twickenham, 17 sep 2010). Y en este sentido las distintas actividades formativas curriculares y co-curriculares que abonan a la maduración integral de cada estudiante resultan ahora más centrales de lo que muchos piensan. Me atrevería a decir que el área que complementa a las distintas disciplinas con el fin de brindar una verdadera formación integral (en nuestro caso el área de Formación, Cultura y Liderazgo), debiera ser reconocida y apreciada por toda la comunidad como una condición sine qua non de la misión universitaria, pues a través de la pastoral, las bellas artes, la formación humanista, el deporte, la perspectiva de familia, la vida universitaria, el impacto social, etc. es que un joven adquiere el horizonte existencial, la cosmovisión y el sentido en el que se insertará su quehacer profesional. Sin este horizonte sería inviable la búsqueda de sabiduría.
Una de las definiciones más bellas que el Papa nos ofrece de las universidades por su misión es cuando afirma que ellas “están llamadas a ser ‘laboratorios de humanidad’, ofreciendo programas y cursos que estimulen a los jóvenes estudiantes no sólo en la búsqueda de una cualificación profesional, sino también de la respuesta a la demanda de felicidad, de sentido y de plenitud, que anida en el corazón del hombre” (Discurso a los participantes en el congreso mundial de pastoral para los estudiantes internacionales, 2 dic 2011). La universidad está llamada a hacer frente a los interrogantes existenciales más acuciantes del corazón de cada joven que viene a ella. La universidad es un lugar privilegiado para preguntarse por el sentido de la vida, para encontrar respuestas razonables en la etapa donde el joven empeña su existencia a los ideales más nobles.
Pretender formar en sabiduría exige una musculatura de espíritu admirable. Pero es posible. Sólo las personas sabias transforman la realidad. Sólo las personas sabias dan paz de largo aliento a una sociedad. ¿Un estudiante de nuestra Universidad, al final de cuatro o cinco años diría que aquí aprendió a “vivir plenamente”? ¿Cómo maestros, tutores, investigadores o directivos podemos estar seguros que dirigimos nuestros esfuerzos a forjar generaciones de personas sabias? ¿Es la UPAEP un ‘laboratorio de humanidad’? Hay extraordinarios testimonios que responden afirmativamente a las preguntas anteriores; pero aún nos falta que el ‘sí’ sea unánime en toda vida que pisa la Universidad. La pretensión es casi descabellada, a no ser porque la sabiduría también es un don venido de lo Alto.