Universitas: reflexiones sobre el ser y quehacer de la Universidad
08/09/2022
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Director General de Innovación en Modalidades Educativas

“Quod natura non dat…”

 

Hay un proverbio famosísimo que reza así: “Quod natura non dat, Salmantica non praestat” (“Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga”).

Dos cosas contextúan al proverbio. Por una parte, el lema mismo de la Universidad de Salamanca: “Omnium scientiarum princeps Salmantica docet” (“Salamanca enseña los principios de todas las ciencias”); por otra parte, que hacia finales del siglo XVI esta Universidad, señera de entre todas las de Europa y del Mundo, tomó el relevo por prestigio, fama y potencia, de lo que un par de siglos antes llegó a ser la Universidad de París o la de Bolonia. Por tanto, que alguien dijera que algo “ni Salamanca lo otorgaba” -siendo que en Salamanca se enseñaba Astronomía, Medicina, Filosofía, Derecho, Teología, Matemáticas, Música y un larguísimo etcétera- significaba que ese algo era una auténtica imposibilidad.

Pero, ¿a qué imposible hacía alusión el proverbio? Al intelecto. Una universidad no puede comprometerse a “dar” a un estudiante memoria, inteligencia, capacidad de razonar. Puede (y debe) acrecentar tales capacidades, pero no las puede ofrecer. Puede (y debe) desafiar y retar a sus estudiantes para que lleven al límite sus potencialidades, pero no puede darles las potencialidades mismas. Puede (y debe) excitar la mente a la verdad y excitar el corazón al bien, pero no puede dar mente ni corazón.

¿Quién entonces es el que “da” lo que Salamanca no otorga? ¿A quién hace alusión el término “naturaleza”? ¿Solamente a la biología? ¿También entra en escena la familia, las escuelas de la infancia, el barrio o red vecinal, el grupo de amigos? ¿Acaso también implica a nuestra cultura, en donde vivimos y de la cual nos nutrimos sin ser conscientes de esto? Porque si bien es cierto que los genes algo tienen que decir en temas de capacidades, más cierto es que la formación recibida en los primeros años de la vida, el ambiente cultural en que habitamos, las lecturas que nos acompañaron, las convicciones que se forjaron en los apostolados o grupos a los que se perteneció y, sobre todo, la autoestima fraguada en una familia donde uno fue amado incondicionalmente, son tanto o más determinantes a la hora de hablar de “capacidad intelectual”. 

Y hay algo más: la virtud. Un queridísimo profesor me enseñó algo fundamental, cuando yo a mi vez comencé a ser profesor: no te fíes tanto de los alumnos brillantes si es que son perezosos, verás que los alumnos menos brillantes, pero que son perseverantes, al final llegan más lejos que todos. Lo que la “naturaleza” no daba, la virtud sí lo proporcionaba, y no sólo igualándolo, sino superándolo con creces.

Total… no abogo por una ingenuidad ramplona gracias a la cual nos creamos superiores a Salamanca (o a sus versiones actuales). Cierto: no podemos darlo todo. Pero, si creamos un clima de profunda amistad, respeto y acogida en nuestra Universidad… si fomentamos las virtudes del esfuerzo, la perseverancia, la autoexigencia, el rigor… si imbuimos a los estudiantes en un ambiente cultural enriquecido y estimulante… si los laboratorios y aulas bullen de actividades, desafíos y prácticas… si la Capilla se frecuenta por todos, y de su altar recibimos el don del Evangelio y el don de la Eucaristía… entonces no estoy tan seguro qué cosa le sería realmente “imposible” a un estudiante. Nos sorprendería saber lo que Salamanca “otorga” cuando toda ella se vuelca por la vida de un estudiante. Nos sorprendería saber las vidas que la UPAEP ha logrado transformar.

Eso sí, de que existen cosas imposibles en educación, ¡seguro que las hay! Pero los educadores no vivimos de señalar los límites, sino de ampliar los horizontes.