No es extraño encontrar que los proyectos globalistas de instituciones internacionales enarbolan una bandera que parece apostar por la diversidad, la tolerancia y el reconocimiento de las minorías. En Nicaragua, sin embargo, los flagrantes abusos a los derechos humanos y a la Iglesia Católica de la dictadura de Daniel Ortega parecen pasar desapercibidos o silenciados. Y no estamos aludiendo sólo a los más notorios hechos recientes de agresión a la Iglesia de Nicaragua como el encarcelamiento del obispo de Matagualpa Rolando Álvarez o la expulsión de las misioneras de la caridad o del nuncio apostólico. Se trata de una continua y sistemática violación de derechos humanos, tortura y unos 200 presos políticos que se reportan en el período de 2018 a 2022. Lo sorprendente, con todo, no es que una dictadura abuse con un totalitarismo rampante, sino que hoy en día, en que hablamos más que nunca de los derechos humanos, nos encontremos en un punto crítico de silencio ante estas realidades por parte de la opinión pública internacional, por parte de los medios de comunicación e, incluso, por parte de la misma Santa Sede.
La pregunta que me gustaría formular en estas líneas es: ¿cómo es el caso que en la época en que más se enarbolan los derechos humanos se mantenga un silencio ante distintos y sistemáticos abusos a dichos derechos? Mi hipótesis es que mucha de la propaganda que parece poner en primera línea los derechos humanos está realmente interesada en otras agendas, y que se tolera la intolerancia en función de esas agendas. Permítaseme explicar un poco más: para explicar ello introduciré una distinción que me ayude a explicar mi lectura de mucho de lo que pasa en el discurso político. Consideraré que en el discurso político hay principios y estandartes, un principio es aquello que sustenta, regula y en último término rige una acción; por su parte, un estandarte es una manera de llamar la atención al atractivo de un discurso. Uno pensaría que un estandarte normalmente debe ser consistente con un principio pero esto no siempre es así, en muchas ocasiones se enarbola un cierto estandarte porque se sabe que un cierto principio de las acciones es difícilmente aceptable o genera un conflicto moral fundamental al nivel de otros principios, y por ello usar un estandarte es una manera de distraer la mirada sobre el principio de una cierta agenda.
Una vez establecida dicha distinción, pienso que mucho del discurso acerca de la tolerancia y los derechos humanos enarbolado por instituciones con mucho poder mediático es más un estandarte que un asunto de principios. Así, pues, pienso que mucha de la intolerancia totalitaria que sucede en nuestro tiempo no es criticada porque el verdadero núcleo y principio del que emana una genuina apreciación de los derechos humanos no está siempre presente en las instituciones que los enarbolan como estandartes: a saber, la dignidad humana.
Mi propuesta, de manera breve y sumaria: es recuperar el principio de dignidad humana fundamental para que de él emane nuestra atención a los hechos globales que contemplamos, esto favorecerá un espíritu crítico y sensible a la injusticia y el abuso que necesitamos para, como comunidad global, no tolerar la intolerancia.