Reflexiones sobre el descuido universitario con nuestro idioma: ¿el alumni? ¿los alumni?
30/11/2022
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

Los idiomas son como las personas: nacen, viven, se transforman y eventualmente mueren, al menos en la forma en la que los conocimos. Un idioma “muerto”, como el latín, no ha fallecido porque no se hable más, sino porque ya no cambia y no conoce más hablantes nativos. El latín sí que se habla: es nada menos que el idioma oficial del Estado Vaticano, pero carece de hablantes nativos y ya prácticamente no cambia, aunque haya aún muchas personas que lo aprendan, lo traduzcan, lo escriban y lo hablen. Una lengua viva, por el contrario, está en constante transformación, pues es empleada por hablantes nativos que le imprimen su sello: cambia porque se va adaptando a situaciones dinámicas, a modas, a conceptos nuevos, a importaciones de otros idiomas y también, por supuesto, cambia porque la gente comete errores en el habla cotidiana y a veces estas fallas se van enraizando y terminan por ser aceptadas con el paso del tiempo. Además, la situación depende de cuándo se hable, en dónde y quién hable. Un ejemplo es la palabra latina “homo”, hombre (varón y mujer). ¿Cómo se pronuncia? En latín clásico, el que hablaban Caius Iulius Caesar o Marcus Tulius Cicero, la “h” se aspiraba, lo cual denotaba que el hablante era una persona culta. En el latín vulgar esa “h” era muda, como así la seguimos teniendo en español y en otras lenguas romances.

Esto nos muestra una realidad que vemos en la vida cotidiana: no todos hablamos igual. Para mucha gente es normal decir “tú dijistes”, mientras que otras personas dicen, correctamente “dijiste”. En otros casos, la pronunciación es diferente: “lluvia” se pronuncia distinto en México y en Argentina, pero no podemos decir que los charrúas estén equivocados. En muchas de esas lenguas romances no se hacía la distinción que el latín clásico conocía entre la “b” y la “v”; de hecho, una diferencia entre el latín que se hablaba en la antigua Roma y en la Hispania era esa: los hispanos pronunciaban ambas letras igual. De ahí la frase chusca con la que los romanos se burlaban de sus conciudadanos de la Hispania (como el emperador Trajano): Beati hispani quibus vivere est bibere: “Felices los hispanos, para quienes vivir es beber”. Como los hispanos no distinguían entre la “v” (que los romanos pronunciaban más o menos como la “w” inglesa) y la “b” (que para los romanos a veces era oclusiva y otras fricativa bilabial sonora), los antiguos habitantes de la península eran objeto de burlas de los puristas romanos, como vemos con este juego de palabras vivere / bibere.

Hay palabras, por ejemplo “valle”, que procede del latín vallis, pasó al romance y hubo un tiempo en que se volvió femenino: por eso hay un apellido “Valbuena” o “Balbuena”. Hoy en día es nuevamente masculino. Otras palabras han pasado de ser participios a ser substantivos, como “visa”, que procede del latín charta visa: “carta vista, documento aprobado”, del verbo videre: ver.

Así que el hecho de que una palabra conozca diferencias en la pronunciación, en el significado o en su empleo, aún en la misma época y en lugares similares, no es nada extraño. El problema es cuando no atendemos al contexto en el que una palabra debe emplearse o simplemente seguimos el “principio de imitación extra lógico”, es decir, cuando usamos una palabra sólo para imitar a alguien o a alguna cultura distinta, sin atender al hecho de que podemos estar haciéndolo fuera de su contexto y de su significado original, o repitiendo errores.

Este es precisamente el caso de “alumni”, palabra que, en algunos lugares, se está entendiendo equivocadamente, fuera de su contexto y de la base gramatical, como “ex alumnos” o como “egresados de una institución de educación superior”. Veamos el tema más de cerca.

Alumni es el plural de la palabra latina alumnus, que a su vez procede del verbo alere: "nutrir", "criar". En el Imperio Romano, un alumno o alumna era un educando o una educanda, también un hijo adoptivo o una hija adoptiva. Después de la fundación de las escuelas monásticas, en la Edad Media temprana, llamadas alumnat en singular, un estudiante varón se llamaba apropiadamente alumnus. Esta palabra tiene su lógica: en su mayoría, los alumnos son aquellos que son alimentados por otros, es decir, proveídos de comida y bebida y educados en todas las buenas maneras. Un alumno es “alimentado” en espíritu, en intelecto, por sus profesores en la universidad o en el “alumnat” de un monasterio. Y también era alimentado en cuerpo, pues allí recibían sus alimentos.

Hay otro ámbito en donde también encontramos el término “alumni”: los alumnos en el Imperio Romano eran soldados heridos o retirados debido a sus lesiones, por lo que el gobierno los alimentaba gratuitamente. En el siglo XIII, el término “alumnos” comenzó a usarse para los estudiantes sin dinero de las escuelas monásticas. El interno recibía comida y alojamiento, mientras que al externo se le otorgaba una comida gratis. Con estos privilegios, la iglesia ofreció a los sectores pobres de la población una oportunidad de educación y al mismo tiempo aseguró una cierta instrucción espiritual.

Este sentido de la alimentación también lo encontramos en la denominación “Alma mater”: “alma” es “cariñosa, alimentadora”. “Alma” era un epíteto aplicado a diosas alimentadoras, dispensadoras de bendiciones, como: alma Ceres, alma Venus o alma Tellus, por lo que el paso, en la Edad Media, a una denominación como alma mater para dirigirse a la Virgen María fue relativamente fácil y enteramente comprensible, como lo vemos en la antífona “Alma Redemptoris Mater”, dedicada a la madre del Redentor, una madre generosa, fértil y dispensadora de bienes. 

A las universidades se les denomina “alma mater” porque los estudiantes se nutren allí metafóricamente con educación y conocimiento. La expresión así utilizada proviene del lema "Alma mater studiorum" de la Universidad de Bolonia, que fue fundada en 1135 como una de las universidades más antiguas de Europa, o quizá la más antigua. Es por eso que, en el mundo de habla alemana, vemos en la actualidad denominaciones como Alma Mater Rudolphina (Universidad de Viena), Alma Mater Lipsiensis (Universidad de Leipzig) o Alma Mater Viadrina (Universidad de Frankfort del Oder). 

Desde principios del siglo XIV, el término “alumni” se empleaba para referirse a los pauperes, jóvenes pobres y talentosos que recibían alojamiento y comida gratis, así como ropa, libros y atención en caso de enfermedad en las universidades soberanas. Con el tiempo, el significado del término “alumno” cambió: ahora el término ya no transmitía el significado vergonzoso de la pobreza, sino que nombraba a los miembros activos de los colegios universitarios. Estos formaron sus propias asociaciones y mantuvieron conexiones entre sí y con su universidad incluso después de haber terminado sus estudios. Esta idea de compromiso de por vida tuvo sus orígenes ya en el siglo XIII en las universidades de Oxford y Cambridge.

El cambio de significado de “alumno” a “egresado” tuvo lugar fuera del contexto europeo. Sí, lo adivinaron mis amables y fieles cuatro lectores, que son además despiertos y de agudo entendimiento: en Estados Unidos. El término tradicional “alumnos” (alumni) fue adoptado por las universidades estadounidenses en el siglo XIX, pero con otro significado: el de “ex alumnos” o “egresados”. El primer club de ex alumnos fue fundado en 1821 por los graduados del Williams College en Williamsburg. Desde entonces, los graduados de universidades y colegios estadounidenses generalmente se denominan así: Alumni. En Estados Unidos, los ex alumnos dan por sentado que, a cambio de la formación especializada que han recibido y la amplia gama de oportunidades para el desarrollo de la personalidad, brindarán su apoyo universitario de diversas formas. Este compromiso es visto como un deber moral y forma parte de la autoimagen de todos los universitarios. Es decir, da la impresión de que nunca se separan de su alma mater, por lo que siguen siendo “alumni”.

¿Pero por qué cambió el significado? En primer lugar, por ignorancia. Un alumno es quien está estudiando, quien está siendo alimentado con el saber, no quien fue alimentado, pues ese sería un ex alumno, un graduado (si logró graduarse) o un egresado. En segundo lugar, porque el contexto cultural en el que surgió esta acepción es distinto al europeo, en donde había más conocimientos del latín (como en Inglaterra y en Alemania) o en donde la palabra “alumno” formaba (y sigue formando) parte del lenguaje cotidiano, como en los países de lenguas romances (España, Portugal, Francia, Italia, etc.), por lo que una confusión sería menos probable. Tan es así que, en las universidades de Oxford y Cambridge, las designaciones que se emplean para los graduados no son “alumni” (alumnos) o “alumnae” (alumnas), sino “old boys” y “old girls”, mientras que los “old members” son los ex empleados.

Esto quiere decir que, en los Estados Unidos, la palabra “alumnus / alumni” no forma parte del lenguaje cotidiano, sino que se emplea “student”, por lo que tiene cierto sabor exótico y, al aplicarse a los egresados, nadie reclamó porque aparentemente nadie sabía el significado correcto y original del término. Pero nosotros no tenemos ninguna excusa para emplearlo con el significado erróneo de “ex alumnos” o “egresados”, porque sí sabemos lo que significa y que está mal empleado. Esto nos explica los errores que escuchamos en las actividades universitarias: yo he sido testigo de frases como “escuchemos a una alumni” (sic.), frase en la que de entrada hay dos errores: “alumni” es masculino plural, no femenino singular, y además significa “alumnos”, no “ex alumna.” En lugar de meternos en problemas, digamos simplemente “ex alumnos / ex alumnas” o “egresados / egresadas”.

Estoy convencido de que una cosa es que los idiomas cambien y que se cometan errores en el habla cotidiana, y otra cosa es que nosotros, como integrantes de una prestigiada universidad humanista, no seamos conscientes de que tenemos un compromiso muy fuerte con el cuidado y el empleo correcto de la lengua española, sin caer en exageraciones ni cultismos, pero sí con la convicción de que somos herederos de un idioma hermosísimo y muy rico. Es nuestro deber cuidarlo.