La reflexión, que llevó a los griegos, sobre el principio del mundo o de las cosas, era el paso de dejar el mito como explicación de tal principio y dio paso a la Filosofía como ciencia, en términos muy generales, racional que explica sobre las causas de todas las cosas. La búsqueda de un conocimiento sólido y consistente llevó, mediante la reflexión filosófica, a dar con un punto que es fundamental, el movimiento, entendido como cambio. Es decir, el mundo es un devenir, en todo momento está cambiando. Estos primeros filósofos se daban cuenta de la generación y corrupción de la realidad orgánica e inorgánica, pero también de un movimiento local, cuantitativo y cualitativo. A su vez también se percataban de una permanencia en el ser de las cosas, a pesar de sus cambios accidentales. En última instancia dieron con la contingencia del mundo, es decir, que tal realidad por sí misma es insuficiente para explicar el principio u origen de ella misma. Aristóteles propone, en Metafísica, que tal realidad contingente precisa de un ser que sea necesario y que a su vez no comparta la misma naturaleza, es decir, de movimiento. Dando paso a el primer motor inmóvil que pone en movimiento a todas las demás cosas.
En un momento posterior con la venida de Jesucristo, que es la segunda persona de la Trinidad, del Dios verdadero, se da la revelación de Dios como creador de todas las cosas, pero también como Padre de esa misma creación. La vida del hombre encontraba su plenitud, dicho de otra forma, el hombre se daba cuenta de su trascendencia, que está llamado a vivir en la eternidad con su creador de forma plena, dicha y feliz.
Desde las primeras reflexiones filosóficas, que tienen origen en Grecia, y posteriores, es posible decir que en cada una de ellas hay un trasfondo que busca y reclama necesidad y trascendencia. El drama de la contingencia, de la cual es parte, ha encaminado a la pregunta por el sentido de la vida y de la existencia. El constante devenir entre contrarios materiales y espirituales, tales como, alegría – sufrimiento, vida – muerte, crecimiento – decremento, felicidad – dolor, entre otros, hacen que la vida del hombre se convierta en un drama. Tanto así que, con toda la revelación de Cristo, el hombre pretende buscar una explicación más racional del funcionamiento del mundo, pero que a su vez pretende dar explicaciones más profundas. Hoy en día por más que el ser humano tenga un mayor alcance epistémico, la totalidad del mundo y de la existencia se le sigue escapando. De tal forma que el ser humano se da cuenta de una realidad más profunda, su pequeñez y su grandeza, y que es, pero tiende más al no ser. Por tanto, hace más hondo su conocimiento de la contingencia. Entonces se desprende la siguiente pregunta, si Dios ya se había revelado al hombre, ya da razón de su ser y su existencia, ¿Por qué se ha desechado tal respuesta? Pues bien, pueden existir múltiples respuestas para tal pregunta, pero abordando desde una arista, o una de las posibles respuestas, está el ansia del hombre de tener claridad y certeza absoluta de lo que cree y porque lo cree. La fascinación de la modernidad por explicar todo desde la racionalidad provocan una fractura ontológica del ser humano, porque en última instancia la razón por sí misma no basta para dar todas las respuestas del mundo y ni de la relación de Dios con el hombre, hace falta algo más o recuperar algo más.
Pascal hace o da una respuesta a tal problemática, él afirma que: que «El corazón es el que siente a Dios y no la razón. He aquí en lo que consiste la fe. Dios es sensible al corazón, no a la razón”; o pasajes como el fragmento 44-82, en donde sostiene que “aquel que sólo quisiera seguir a la razón sería un loco de remate”» (Pascal, Pensamientos). Por tanto, la falta de algo más se dirige hacia la fe, no porque se deba prescindir de la razón, sino porque no basta. La crisis existencial, en un sentido propositivo, conduce al hombre a una reflexión interior de lo que es y porque es así. La intuición del corazón es también una forma de conocimiento, pero que carece de las máximas racionales para verificar con contundencia la verdad que descubre. Dicho de otra forma, «la relación del ser humano con Dios está sujeta a la duplicidad y ambivalencia propia de la condición humana», de tal forma que «esa duplicidad y ambivalencia se muestra cuando reflexionamos sobre el “puesto que ocupa [el ser humano] en el cosmos”, ya que aquí, tal y como señala Alicia Villar, “la desproporción define al ser humano, el corazón humano exige respuestas que la ciencia es incapaz de darle».
Tal reflexión debería conducir al hombre a tomar una postura de mayor humildad en todos los sentidos, pero sobre todo una humildad epistemológica y existencial, es decir, reconocer las propias limitaciones, que no lo puede todo, que hay imperfección, que hay límite. Y es aquí que entra en juego la relación con Dios, ya que el hombre al ser un ser limitado e imperfecto, tiende hacia lo contrario o mejor dicho hacia Dios, se origina un camino que conduce a ello, a Dios. Si bien Dios nos revela que esa plenitud se dará en la vida eterna o futura, no implica que el hombre deba abandonar todo intento de seguir acercándose a la verdad por medio de su racionalidad, pero debe siempre tener como base aledaña a la fe, a la verdad que se le escapa pero que siempre sale a su rescate para darle sentido a su vida. De acuerdo a Pascal, «conocemos la verdad, no solamente por la razón, sino también por el corazón, [porque por éste] conocemos los primeros principios y es en vano que el razonamiento, que no tiene ninguna parte en ello, trate de combatirlo» (Pascal, Pensamientos).
El camino que conduce a la plenitud de la vida y que ES la verdad misma, es nuestro Señor Jesucristo, la encarnación de Dios en nuestra realidad es un acontecimiento y una verdad extraordinaria que hiela la piel cuando junto con la razón y el corazón lo conocemos. Cristo es la causa ejemplar de todas las cosas, es el arquetipo con el cual nos debemos de configurar para darle sentido y plenitud a ésta nuestra existencia en un mundo tan contingente, que se pierde más en el no ser que en el ser. Por lo tanto, la relación de Dios con los hombres es por medio de un mediador que es hermano y redentor de todo el género humano: Jesucristo. La comunión y configuración con él, es el camino para unir la relación de Dios con su creatura. Termino con esta última cita:
Sólo conocemos a Dios por J.C. Sin ese mediador se suprime toda comunicación con Dios. Por J.C. conocemos a Dios. Todos aquellos que han pretendido conocer a Dios y demostrarlo sin J.C. sólo tenían pruebas impotentes. Pero para probar a J.C. tenemos las profecías, que son pruebas reales y palpables. Y esas profecías, al haberse cumplido y demostrado como verdaderas por el resultado, prueban la certeza de esas verdades, y son, por lo tanto, pruebas de la divinidad de J.C. En Él conocemos, por lo tanto, a Dios. Fuera de ahí y sin la Escritura, sin el pecado original, sin mediador necesario, prometido y venido, no se puede demostrar irrefutablemente a Dios, ni enseñar buena doctrina ni buena moral. Pero por J.C. y en J.C. demostramos a Dios y enseñamos la moral y la doctrina. J.C. es por lo tanto, el verdadero Dios de los hombres (Pascal, Pensamientos).